OBSESIÓN POR LA "A"


Con la justificación de no querer discriminar a la mujer, la feminización del lenguaje ha caído en el absurdo. Especialmente los políticos se han excedido en el uso de palabras que, ellos creen, deben llevar la “A” femenina y no la “O” masculina. Se han obsesionado tanto con la “A” que a todos los sustantivos masculinos se la quieren poner. Así, llevan sus discursos a la ridiculez.

Resulta molesto que cada vez que se está aludiendo a hombres y mujeres, esto sea aclarado, como en el caso de: “Las funcionarias y los funcionarios”, “Los compañeros y las compañeras”, etcétera, porque hasta a los defensores de esta forma de hablar les es imposible sostenerla, no los escucharemos decir: “El perro y la perra son los y las mejores amigos y amigas del hombre y la mujer”. Es realmente pesado escribir o hablar en esa forma. Por eso han surgido propuestas que pretenden evitar tanto la redundancia como la discriminación, una de ellas es que a toda palabra que excluya a uno de los dos sexos se le deseché la “a” o la “o” sustituyéndola por una “e” y que nos expresemos así: “Querides amigues”, por ejemplo. En fin, todo esto se ha prestado para muchos juegos y burlas.

Otros, para evitar la duplicación de la palabras prefieren sustituir la repetición con la arroba (@) para referirse a ambos sexos. Desde luego, esto se puede hacer en la comunicación escrita; todo mundo lo entiende porque tiene una “a” contenida en un “o”, pero, ¿cómo deberíamos leer en voz alta amig@s? ¿Sería amigoas o amigaos? Ese es el principio del problema. Sin embargo, esto no evitará que se siga usando, aunque se trate de una aberración lingüística porque la arroba no es una letra sino un símbolo de origen árabe que representa una medida de peso. En inglés @ se pronuncia “at” (que significa “en” o “a”) y, ya se sabe, se utiliza para especificar direcciones de Internet.

Lo cierto es que estamos ante una resignificación del lenguaje; encontramos que los oficios y profesiones se han feminizado, ahora existen juezas, médicas, ingenieras, carpinteras, etcétera. Mucho se ha ganado. E igualmente se ha insistido sobre las frases discriminatorias hacia la mujer; uno de los ejemplos más citados es cuando se habla del “hombre público” refiriéndose a los funcionarios, pero cuando se dice “mujer pública” se piensa en la prostituta, porque hay que tomar en cuenta que antaño el hombre no se prostituía y la mujer no ocupaba cargos públicos. Existen muchas expresiones que segregan a la mujer, no obstante, el diccionario poco a poco lo ha ido modificando a nuestro favor.

Tomando en cuenta que tenemos muchos recursos en nuestro idioma no son necesarias prácticas que abonan más a la ignorancia que a la equidad de género. Desde luego, el idioma español se irá reformando con creatividad y no en detrimentos de la economía y la estética del lenguaje. La feminización del lenguaje ha surgido como una expresión obligada y ciertos conceptos se tendrán que dirigir hacia el hombre y la mujer específicamente, sin embargo, ello no significa que se haga de manera innecesaria y repetitiva.

El respeto a la mujer no se centra en decir “los y las” sino en función de la equidad en los sueldos, en que no haya feminicidios ni mujeres maltratadas, entre otros. Es imprescindible persuadir a través del lenguaje, pero duplicar las palabras en los discursos, cambiándolas con la inserción de una “A”, es sólo un ardid político.

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