TODOS TENEMOS UN TRISTE PAYASO.

Cuando cumplí 15 años, mi padre me obsequió un cuadro de payaso triste...

En el momento en que me lo regaló, no entendí su significado; pero con el pasar de los años -y de los daños-, he llegado a una conclusión.

Siempre se ha utilizado la imagen del payaso triste, para mostrar que detrás del maquillaje hay un alma que sufre, pero a la hora de una actuación, frente al público, siempre se trata de poner la mejor cara, de arrancar carcajadas, para recibir con fuertes aplausos el agradecimiento por un instante de felicidad.

Después de tantos años, he aprendido que cuando creemos que perdimos, o cuando hay tristeza, no tiene sentido ponernos una sonrisa como careta. ¿Acaso uno no tiene derecho a llorar, a no sonreír? ¿De qué sirve una risa exagerada, una pena disfrazada?

Personalmente, creo que vivir de las apariencias es una opción que termina siempre por explotar.

Desde pequeños nos educan para sonreír, estar felices... Eso es lo "correcto". Entonces, en una situación de vulnerabilidad, el miedo a ser rechazados y perder la aceptación de todos, es lo que muchas veces nos lleva a fingir. Es así, como terminamos atrapados en una mueca alegre y respondemos automáticamente sin cuestionar si sonreir o no.


Hoy siento letanía por la ausencia de mi padre y esta nostalgia me llevó a escribir este pequeño poema:

Tengo varias máscaras en mi alma,
unas son tan dulces como la miel,
otras amargas como la hiel.

El sol no calienta este inmenso frío de mi dolor,
el calor de tu ausencia no lo enfria ningún mes invernal;
la habitación está llena de tu esencia
y siento que agonizo
en el silencio sepulcral de tu ser.

A este payaso triste,
hoy lo siento más triste dentro de mi.
Mi nariz está mucho más colorada de tanto llorar,
mi traje perdió todo su brillo,
mis zapatos están más viejos y rotos,
y este maquillaje perpetuo
está como un tatuaje marcado en mi piel,
por eso ni lo salado de mis lágrimas lo pueden borrar.

Mi corazón perdió su equilibrio
en esta cuerda floja,
y no me di cuenta
que desde hace tiempo bajaron el telón:
con este último aplauso
terminaron las magias
y terminó la función.

Desmaquillando para siempre mi rostro,
descubro la textura de mis arrugas,
con grandes surcos llenos de melancolía,
siento que soy un niño que envejeció de repente
y me pregunto: ¿dónde quedó mi lozanía?

Sacrifiqué mi vida por hacerlos reir
y ahora en mi circo hay oscuridad,
llanto y rencor.

Viéndome en el espejo,
siento la voz de mi alma preguntar:
¿Quién me hizo reir a mi?

Cuando llegue la hora de mi muerte
y mi cuerpo esté inerte,
aplaudirán y reirán,
pidiendo que se repita de nuevo la función.

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