Entonces, ¿Qué hace a un ídolo? ¿Cuál es el patrón a seguir para convertirse en uno? ¿Existe tal patrón? El ídolo no se hace, lo hacen. Lo hacen las mismas personas que llegamos a este mundo y comenzamos el proceso de aprendizaje antes mencionado, lleno de limitaciones y conceptos que nos obliga a vernos como seres en búsqueda de aprender los principios básicos de supervivencia de este mundo que vamos creando y es sólo aquel que mejor aprende todos estos conceptos y limitaciones, el más capaz de crear a un ídolo. A cada paso que vaya dando, con los ojos abiertos, en cada persona que vaya conociendo, irá viendo el reflejo de sus propias limitaciones aprendidas, superadas; haciendo de aquel observado alguien con poderes mayores a los de él, un súper hombre digno de admiración que algún día, simplemente se atrevió a ir más allá de lo aprendido o que tal vez nunca aprendió esa limitación y siempre se supo y pudo desarrollar tales capacidades intrínsecas del hombre mismo, natas, originarias desde su creación. Una persona que avance sobre sí mismo desconociendo todos los límites que la sociedad pretenda inculcarle podría ir creando una tendencia en sí misma, que a la vista de todos pudiera ir dando la imagen de un súper hombre, sumado a un pequeño movimiento a su alrededor sustentado por personas altamente creyentes de esas limitaciones inculcadas en ellas, comenzarían a crear toda una componenda en pos de un juego arquetípico del ídolo y los idólatras. Pero ¿Quién es más ídolo y quién es más idólatra?
Todos los seres humanos nacemos con talentos y capacidades especiales y únicas, y es, por pretender aprender lo que no va con nuestros talentos natos, lo que nos va llenando de limitaciones. Una fuerza que se mueve en contra de lo que somos, potenciada por toda una sociedad que se ha doblegado a ese mismo aprendizaje, pagando caro con sus dones y capacidades, no estaría lejos de convertirse en una masa de idólatras a la espera y hasta en la búsqueda de ese ídolo que haría juego con esa necesidad creada, nacida desde el dolor de sus propias mutilaciones. Un juego arquetípico no se da sin todas sus partes. Un ídolo no existiría sin sus correspondientes idólatras que lo sustenten y este ídolo no existe más que en las mentes de estos últimos.