Vidas Mágicas e Inquisición: la Dama Azul de Ágreda (Primera Parte)

‘Obró en mi la fuerte y suave fuerza de la sabiduría, manifestóme lo más oculto y a la ciencia humana más incierto. Púsome delante de los ojos a Ti, oh imagen especiosa de la divinidad y Ciudad Mística de su habitación, para que, en la noche y tinieblas de esta mortal vida, me guiases como estrella, me alumbrases como luna de la inmensa luz, y yo te siguiese como a Capitana, te amase como a Madre, te obedeciese como a señora, te oyese como a Maestra y en Ti, como en espejo inmaculado y puro, me mirase’.
[Sor Mª. Jesús de Ágreda(1)]
Menos relevante, quizás, que Santa Teresa de Jesús, la mística más encumbrada y reconocida del denominado Siglo de Oro español, Soria conserva, en esa metafórica cuenta de resultados que recoge avaramente su historia, sus leyendas y sus tradiciones, una figura verdaderamente inquietante, las vicisitudes de cuya vida se desenvuelven en esa imaginaria tierra de nadie, que separa las líneas de trincheras psicológicas, donde dirimen sus diferencias dos gigantes antagónicos, como son la Fe y la Razón: Sor María Jesús de Ágreda.
DSCN4249.JPG
Tan mística y visionaria y coincidiendo también con la avulense en la aparente fragilidad de su constitución y la inaudita propensión a la enfermedad –detalle muy a tener en cuenta, pues puede explicar una predisposición natural a los fenómenos que experimentaron ambas, así como también otros singulares personajes- la menuda María Jesús Coronel Arana, pronto habría de convertirse en protagonista soterrada de una fabulosa historia, que por extraño que resulte, parece haber calado muy hondo en diferentes ámbitos de carácter fáctico, incluido, por supuesto, el religioso.
CONVAR359.jpg
Figura indivisiblemente unida a una población, Ágreda, que situada en las proximidades del emblemático Moncayo, retoza perezosamente viendo la vida pasar –como diría el poeta- al amparo de su longeva historia, sus leyendas y ese apio aderezante que son los misterios de un tiempo pasado, que sin duda en su caso, fue popular y populosamente mejor, el Convento de la Concepción reproduce en su interior, metafóricamente hablando, el mito de la Bella Durmiente, donde el cuerpo incorrupto de la célebre monja parece esperar, desde la falta de intimidad del ataúd de cristal que lo contiene, el beso del príncipe encantado que la suma en el éxtasis de la revelación.
CONVAR360.jpg
Poco importa, en comparación, si en el haber histórico y cultural de esta perla castellano-leonesa de las Tres Culturas –cristiana, judía y musulmana- que mantiene estrechos lazos de proximidad con Aragón, la historia se obstina en recordar otros edificios más antiguos y relevantes, como la iglesia-santuario de la Virgen de la Peña o de los Milagros –Virgen Negra o morenita por haberla tostado el sol, como se afirma en el Cantar de los Cantares y como ella misma luce en su manto- donde también se conserva un magnífico Cristo gótico, con cruz de gajos y forma de Tau –esa señal que respetó el Ángel de la Muerte, cuando se llevó a los primogénitos de Egipto y que lucían en sus hábitos tantos templarios como antonianos- que se dice que perteneció a los templarios agredenses o la vecina iglesia de San Miguel, que aparte de los nobles y escatológicos sepulcros de su interior, conserva, si bien venidos a menos, retablos de maestrías probablemente de influencia flamenca; por el contrario, seguro de ese punto de mistérica transgresión, el visitante sabe que su primera visita ha de ser, ineludiblemente, a ese lugar austero, poco relevante e incluso feo, si nos atenemos a los cánones de belleza arquitectónica de otros estilos artísticos más ricos y displicentes, donde la Fe y la Razón –los dos gigantes contendientes que se mencionaban al principio del presente trabajo- han de suspender momentáneamente sus diferencias, sometidos, cuando menos, al juez implacable –y quién sabe, si también imparcial- de la curiosidad.
CONVAR361.jpg
Ese movimiento perpetuo o inercia que ejerce ésta, se ve extrañamente recompensado cuando aquél acierta a encontrar abierta la puerta de la iglesia y apenas franqueado el umbral, tiene la sensación de que ha puesto los pies por primera vez en una luna desconocida, donde la falta de gravedad se llama silencio. Un silencio decoroso, al que ronda de cerca un sempiterno y seductor donjuán, de nombre claroscuro, que cual Polichinela desaparece tras el telón, toda vez que se acierta a encontrar el interruptor de la luz.
CONVAR364.jpg
Tal cual el Ángel Negro se convirtió en el capitán de la nave machadiana que no ha de tornar –no sería descabellado preguntarse, si quizás fue el mismo que le ofreció el Cáliz Amargo a Cristo en el Huerto de los Olivos- el rostro incorrupto de esta pionera del oniroverso esboza una severa sonrisa. Frente a él, resulta difícil no dejarse llevar por el demonio de la duda y claudicar incondicionalmente ante la tentación de pensar en la posibilidad de que haya pulso en esas venas aparentemente yertas, mientras el espíritu permanece viajando a su antojo por los cielos de esa Mística Ciudad de Dios –de cuya idiosincrasia escribió la nada despreciable cantidad de dos mil páginas, supuestamente al dictado de la Virgen- donde no se admite el pesado equipaje de la carne. Difícil resulta, en consecuencia, mantener durante mucho tiempo –relatividad de relatividades- el pulso con el magnetismo que se despliega de ese sarcófago encantado, y cuando se abandona la iglesia, se hace casi de puntillas, respetuosamente, con un temor reverencial a perturbar su sueño, del que sería difícil sugerir que fuera eterno.
CONVAR374.jpg
Pero más allá del reconocimiento a su obra, a su persona y a su indudable misticismo Sor Mª. Jesús de Ágreda –aquélla menuda y enfermiza mujer, que a diferencia del cura de Bargota, nunca abandonó las sólidas paredes del convento cuya iglesia acabamos de dejar atrás- es mundialmente conocida por sus alucinantes episodios de desdoblamiento o bilocación. O lo que es lo mismo, pura y llanamente hablando: por su increíble facultad de estar en dos sitios a la vez. Facultad, que aparte de levantar peligrosas suspicacias en las mentes inquisitoriales de la época, poseídas por la fiebre Diabolus –por esa época, aproximadamente, éste ofrecía cursillos magistrales de nigromancia en la famosa Cueva de Salamanca, en los que participara con febril entusiasmo el díscolo y pendenciero estudiante de Espronceda- la hizo acreedora al sobrenombre por el que es más conocida: la Dama Azul de Ágreda.

[Fin de la Primera Parte]

Notas:

(1) Sor María Jesús de Ágreda: 'Mística Ciudad de Dios'.

H2
H3
H4
3 columns
2 columns
1 column
Join the conversation now
Logo
Center