Moradas Filosofales y albergues del Camino de Santiago: Fuentestrún

Posiblemente, no fuera ese auténtico enigma moderno llamado Fulcanelli –hay quien opina, no sin razón, que no se trataba de un individuo en particular, sino de un grupo anónimo de adeptos o alquimistas modernos, cuya cabeza visible era Eugéne Canseliet- el primero en utilizar el término de ‘morada filosofal’ para referirse a ese metafórico ‘lenguaje de los pájaros’ con el que se podrían definir ciertas representaciones, eminentemente de carácter simbólico, que colocadas a la vista de todos, pero no aleatoriamente, y mucho menos al entendimiento común, hacen de ciertos edificios auténticos libros abiertos, ‘maestros mirabilis’ aparentemente mudos, pero transmisores arquetípicos de un saber ancestral, cuya clave se ha perdido para la mayoría, siendo, por consiguiente, muy pocos los que tienen acceso a ella.
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Ahora bien, independientemente de esto, y si deseamos ser justos o cuando menos, justificar en la medida de lo posible nuestras pretensiones de honestidad, deberíamos, quizás, estudiar la posibilidad de remontarnos a ese suculento y a la vez truculento Siglo de Oro español, pródigo en visiones y experiencias metafísicas, centrando nuestra atención, siquiera por unos momentos, en ese personaje de puño en rostro, polvo de infinidad de caminos en los hábitos y las sandalias, fundadora de conventos y protagonista de celebérrimas exaltaciones, rayanas la mayoría en los límites de esos mundos alternativos que rozan estrechamente las fronteras de la psiquedelia, que fue Santa Teresa de Ávila o Santa Teresa de Jesús. Sin ser la única –hubo antecedentes femeninos similares siglos antes, en las figuras de personajes realmente interesantes, como Hildegarda de Bingen y Odilia, bisnieta de Dagoberto II, con cuyo asesinato supuestamente se cortó la dinastía sagrada de reyes merovingios descendientes de Jesús y de María Magdalena, según apuntaron en los años ochenta los investigadores Baigent, Leigh y Lincoln (1)- posiblemente sí fue una de las pioneras al contar en su extenso haber con el concepto de ‘morada’. Un concepto, que si bien va acompañado del calificativo ‘espiritual’, no deja de ser, en el fondo, sinónimo de ‘filosofal’. Y se podría añadir, a la postre, que tanto uno como otro son, en definitiva, cualidades inherentes a Sophia o a la Sabiduría.
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Cábalas más mundanas –que no menos atractivas, en el fondo- y retornando al tema de las moradas filosofales, conveniente resulta –como ya se advertía en la segunda parte de la entrada dedicada a la enigmática casona del Marqués de Camarasa (https://steemit.com/spanish/@juancar347/vidas-magicas-e-inquisicion-el-marques-de-camarasa-segunda-parte)- traer a la palestra otro edificio, oriundo también de esa bien llamada Extremadura castellana, que es Soria, el cual hemos de situar en el pueblecito de Fuentestrún, perteneciente al Partido Judicial de Ágreda –interesante villa, situada en las proximidades del Moncayo, de donde era originaria Sor María Jesús, la Dama Azul, popular y hasta diríase que universalmente conocida por sus extraordinarias dotes de bilocación (https://steemit.com/spanish/@juancar347/vidas-magicas-e-inquisicion-la-dama-azul-de-agreda-primera-parte)- por donde pasaba, desde el siglo XII, uno de los numerosos ramales del Camino de las Estrellas, Camino de la Vía Láctea o Camino de Santiago.
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Como así figura en números góticos, camuflados a una y otra parte de una portada principal donde destaca una abundante simbología, que no por tener numerosas referencias jacobeas resulta, después de todo, menos esotérica que las que se localizan en la referida casa del Marqués de Camarasa, el edificio en cuestión se levantó en el año 1550. Se encuentra situado a escasos metros de otro edificio singular, donde el cuadrado se conjuga con el rectángulo y los polígonos formando –entiéndase de manera metafórica- esa mesa ceremonial donde el sacerdote ejerce como bateleur o mago, de la misma manera que el primer personaje representativo de los Arcanos Mayores del Tarot: es la iglesia de Santa María Magdalena, que si bien levantada en el año 1790, tal cual se aprecia ahora, es muy posible que se hiciera sobre una anterior, románica, de la que no quedan restos apreciables, al menos en el exterior y de la que es posible, además, que conserve su interesante y primitiva advocación. Como interesantes resultan, así mismo, los símbolos que se aprecian en los marcos de algunas ventanas de las antiguas casas anexas a ella, que podrían haber sido similares a las muchas ‘rúas de francos’ que todavía se conservan, más o menos tal cual fueron, en otras ciudades y otros pueblos relacionados con el Camino.
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Teniendo esto en cuenta, es muy posible que el actual número 21 de la calle Bajera fuera, como así se ha venido especulando a lo largo del tiempo, un antiguo albergue de peregrinos, sin perder por ello su condición de morada filosofal. En relación a esto y dejando aparte los tradicionales símbolos santiaguistas, como la vieira, el bordón y la calabaza, llama poderosamente la atención el símbolo que se localiza en la parte central superior del arco, que podría corresponder con una interpretación más o menos libre y moderna de los antiguos lábaros o crismones, que ocupaban ese mismo lugar de privilegio en las portadas principales de muchos templos románicos e incluso góticos, dentro y fuera de las diferentes lindes de los, como ya se ha dicho, numerosos ramales secundarios de los principales caminos jacobeos. A ambos lados de los dinteles, como figurativas columnas salomónicas, sendas cruces aspadas o de San Andrés –algunas fuentes, aseveran que los templarios exiliados que combatieron junto a los escoceses en la famosa batalla de Blanockburn las llevaban en sus estandartes- llaman poderosamente la atención por su forma de ‘gajos’; es decir, sin labra, tal cual la materia prima como en ocasiones se representaba también la Vera Cruz, madera del árbol, que según las tradiciones ocultistas había nacido del cráneo de Adán, sobre cuya tumba en el Gólgota se levantó el Calvario y cuya calavera y tibias aparecen de ese modo representadas en numerosas obras artísticas relacionadas con la Crucifixión.
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La presencia íctica –no puedo dejar de preguntarme por qué a una enfermedad tan dañina como es el derrame o el infarto cerebral, se la denomina precisamente así: Icto/ictus- aun siendo representativa de las primeras comunidades cristianas, no deja tampoco indiferente, por su curiosa orientación: dos peces mirando hacia lo alto, en la misma dirección –cuando lo normal es que miraran hacia los polos, es decir, hacia lados opuestos, este y oeste, muerte y renacimiento- y otros dos, enfrentados, como en muchas representaciones se mostraba –por regla general, que no excepcional, desde luego- a todo un símbolo solar, como por ejemplo puede ser el león.
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Especulaciones aparte y a modo de colofón, cabe reseñar, dejando a un lado los barroquismos que se alternan en el marco de uno de los ventanales, la presencia de dos elementos extraños, que por sus características, podrían dar validez a la suposición de que hubieran pertenecido a la iglesia original, sobre la que se elevó la nueva en 1790 y que ahora, reutilizados, como ocurre, por desgracia, en muchos sitios, sirven de relleno e inconsecuente adorno: las cabezas de un lobo y lo que parece ser un buey.
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Notas:

(1) Baigent, Leigh y Lincoln: ‘El enigma sagrado’.

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