Maderuelo y la leyenda del tesoro de Don Álvaro de Luna

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Maderuelo es un pequeño pueblo de Segovia, que todavía conserva un atípico pero genuino sabor medieval, hasta el punto de que, por su mediática situación y soledad, se tiene la impresión de que en el fondo es otro Brigadoon legendario (1), donde el tiempo, por algún incierto motivo, parece haberse detenido inexorablemente en un punto inamovible del pasado. Esto no excusa, sin embargo, sino que quizás acreciente, el detalle de que sea un lugar receptor de numerosos secretos; de románticas leyendas y de arcanos misterios que, a poco que se intente penetrar en el oscuro, insondable e impasible velo que los cubre, se alcance a intuir una historia larga, fascinante y de una importancia posiblemente fundamental, pero que, por esas imprevisibles circunstancias humanas, se ha perdido irremediablemente en los profundos lodos de la Historia.
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Situado a una quincena de kilómetros, aproximadamente, de la señorial villa de Ayllón y separado por una estrecha franja de monte bajo, carrascas y parameras del pueblo considerado en ciertos ámbitos, como el más frío de España -Castillejo de Robledo- hubo un tiempo en el que sus lindes pertenecieron a la villa soriana de San Esteban de Gormaz: aquélla imponente villa fortificada, que en tiempos medievales era conocida con el significativo nombre de Castromoros, dentro de cuyas murallas –al menos, de las que restan- se custodian dos inconmensurables templos románicos, de los siglos XI y XII, dedicados a las figuras de San Miguel y la Virgen del Rivero, respectivamente.
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Pero aparte de las fiestas medievales que suelen ‘hacer el agosto’, con sus mercadillos y sus justas teatralizadas, y que lo inundan de visitantes todos los veranos, hablar de Maderuelo es recordar, también, acudiendo a ese ‘canto de sirena’ metafórico que es la nostalgia, una maravilla artística, cuyas pinturas, que por fortuna para nuestro Patrimonio Histórico Artísitico, no acabaron allende los mares, en ‘los Cloister’s de Nueva York’, como sus homólogas, las de San Baudelio de Berlanga y las de Fuentidueña, reposan definitivamente en el Museo del Prado de Madrid. Me refiero, obviamente, a las maravillosas pinturas de una pequeña ermita, situada a las afueras del pueblo, y separada de éste por una estrecha franja de agua, que como una comparativa y artificial laguna Estigia que separa ambas orillas, constituye el actual pantano de Linares: la Vera Cruz.
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Asociados a ésta ermita y también al mencionado pueblo de Castillejo de Robledo –donde la tradición, aparte de una guarnición de monjes guerreros con sus fascinantes leyendas, sitúa también el episodio cidiano de la ‘afrenta de Corpes’ o la humillación de las hijas del Cid a manos de los condes de Carrión- la presencia de unos ciertos personajes, los templarios –que como se ve, parecieron ser pródigos en la zona- hacen volar ipso-facto la imaginación hacia esa reliquia santa que custodiaban con inusitado celo: un fragmento del Lignum Crucis. Es decir, de ese mismo madero crucial y ‘adánico’, encontrado por Santa Helena, madre del emperador Constantino, que el ejército cruzado en Tierra Santa ponía siempre al frente de todas sus operaciones militares –Deus lo Vult- y que fuera perdido irremediablemente en la terrible derrota de los Cuernos de Hattin -1221- que supuso el principio del fin del Reino Cristiano de Jerusalén y por defecto, también el principio del fin de la poderosa Orden del Temple.
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Pero Maderuelo levanta la imaginación aún más allá, si cabe, al ser foco de una leyenda que, al cabo del tiempo, aún continúa atrayendo el interés de curiosos e investigadores; el destino del fabuloso tesoro del que fuera todo un personaje singular de la historia de la Vieja Castilla: el Condestable Don Álvaro de Luna.
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Personalidad destacada en su época, de Don Álvaro de Luna se han dicho tantas cosas, que llega un momento en el que resulta difícil separar leyenda y realidad. Nacido en el pueblo conquense de Cañete en el año 1390, y emparentado con otro no menos famoso personaje, el Papa Luna –que se hizo fuerte, en el que fuera el castillo templario de Peñíscola, en Castellón- desde muy pequeño destacó por una viva inteligencia, que habría de abrirle las puertas de la Corte castellana, primero como compañero de juegos del príncipe Juan (II de Trastámara) y después, a la muerte del padre de éste -el rey Fernando, apodado 'el Justo'- como Mayordomo de palacio, en detrimento de Juan Hurtado de Mendoza –miembro de otra poderosa familia rival- con quien se granjeó una eterna enemistad.
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También, curiosamente, fue este mismo rey -Juan II, a quien con tanta fidelidad había servido, asentando el reino de Castilla y manteniendo a raya a los belicosos Infantes de Aragón- quien consintió que fuera públicamente degollado en la Plaza Mayor de Valladolid, en julio de 1454.
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Si en vida fue acusado de ambicioso, de cruel e incluso de nigromante –en este sentido, por su naturaleza carismática, podría formar parte de una larga y florida serie de personajes heterodoxos y por lo tanto, incomprendidos- no es, sino mucho tiempo después de su muerte, e incluso de que el Consejo de Castilla, presidido por la reina Isabel la Católica, le declarara inocente de todos los cargos que le habían llevado al cadalso, las leyendas en torno a su figura y el paradero de su inmenso tesoro, comenzaran a levantar pasión, circulando de boca en boca, encendiendo la imaginación de un pueblo, siempre ávido de maravillas y especulación.
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La más curiosa y no menos interesante de dichas leyendas, no se sitúa en Ayllón; ni tampoco en Maderuelo; ni siquiera en ese hermoso pueblo zaragozano que lleva también su apellido, Luna, y posee un interesante patrimonio histórico-artístico en sus iglesias románicas de Santiago y de San Gil. Muy al contrario, está vinculada con su tumba, situada debajo de la girola de la catedral de Toledo, en la impresionante Capilla de Santiago, a donde fueron trasladados sus despojos después de ser arrojados a una fosa común y donde se aprecian dos magníficos sarcófagos –el suyo y el su mujer- si bien, el de él ya no cuenta con el ingenioso autómata original, que se alzaba de cintura para arriba al comenzar la misa, y que fue destruido por sus numerosos enemigos, que no le olvidaron ni le perdonaron, ni siquiera después de muerto. Otro grano de mostaza, pues, para alimentar la ya de por sí riqueza folklórica y legendaria de una ciudad como Toledo.
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Pero sí es cierto, que en Maderuelo la imaginación popular jugó con la leyenda del formidable tesoro del Condestable, para explicar –y de paso aprovecharse- la presencia de unos curiosos símbolos, que perteneciendo, en su mayoría, no sólo a las deterioradas iglesias del pueblo, sino también a aquéllas otras ermitas caídas en los frentes de batalla del desuso, la ruina y el abandono, terminaron ignominiosamente formado parte de las fachadas y dinteles de numerosas casas del pueblo. Así, no es difícil que dejándose caer un día por allí y paseando por sus melancólicas callejas, al preguntar por ese curioso simbolismo, se obtenga, como creída respuesta, aquélla de que, aun siendo incomprensibles, conforman la clave o mapa imaginario, para encontrar el paradero del oculto tesoro del noble castellano.
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Notas:

(1) ‘Brigadoon’, es el título de un excelente clásico musical, interpretado por Gene Kelly, Cyd Charise y Van Johnson.

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diseño: @txatxy

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