La Piedra de las Brujas de Barahona

Posiblemente, todos tengamos de ellas una imagen completamente distorsionada, muy alejada, en realidad, de la verdadera esencia de unas mujeres que recogieron el testigo de los cultos de la Antigua Religión y fueron salvajemente perseguidas, en el fondo, poco menos que por danzar al son de los tambores –metafóricamente hablando- en unas fechas determinadas, posteriormente adaptadas a las condiciones escatológicas del mito vencedor. El folklore –ese duende familiar, que hoy en día constituiría la típica gacetilla de frivolidades- unido a la superstición, consecuencia colateral de la supina ignorancia de un pueblo cuyo intelecto estaba convenientemente sembrado de sombras y de penalizaciones, al que habría que añadir la pandémica y enfermiza represión de unos poderes fácticos, rígidos y heridos de dolosa intransigencia, convirtió a estas carismáticas herederas de los antiguos sacerdocios de la Diosa, en deleznables engendros, bufones incondicionalmente aliados de ese travestido aspecto de aquélla, que es la figura del Diablo: las brujas.
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Desvirtuado, pues, casi todo lo que hemos recogido de épocas pretéritas al respecto, cartesianamente pesado, medido, catalogado y sellado con la divisa de non plus ultra, o ese no más allá con el que ha pasado a engrosar los renglones torcidos de la Historia, el tema, aunque nos atraiga, nos suele dejar, también, paradójicamente, un agridulce sabor de boca. En base a ello, podría decirse que las brujas y la Historia, sólo parecen ponerse de acuerdo en el aspecto marginal, transgresor y eminentemente perverso de un mito conveniente, que no elegantemente cercenado ad maiorem gloriam Deus. Ahora bien, un mito sigue vivo, sea de manera pura o castastróficamente desvirtuada, en la medida en la que se habla de él. Quizás por esa razón, el mito de Barahona y sus brujas –aunque sus raíces se oculten en una hermenéutica que académicamente puede que no convenga destapar- continúa vigente en un mundo socialmente abatido, donde especular con lo fantástico, resulta en ocasiones una genuina vía de escape por la que se escabullen parcialmente esos hábitos cotidianos, cuya cansina naturaleza hace mella en el espíritu y proporcionan al psicólogo el metafórico pan de cada día, que le garantizan un amplio rendimiento a la inversión realizada con el sofá de su consulta.
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Ignoro si hay psicólogos en Barahona, pero sí sé que justamente a la entrada del pueblo, incomprensiblemente cerca de la carretera general que una treintena de kilómetros más adelante desemboca en el polígono industrial de Almazán, pasando por pueblos con interesantes hitos artísticos medievales –como Villasayas y la espectacular portada de su iglesia dedicada a la figura de la Asunción- uno de los primeros reclamos que atrae la atención del visitante, es un pequeño parque infantil, en cuya nomenclatura ya se explota convenientemente el mito: el Parque de la Bruja. Y con el título, el correspondiente dibujo, basado, como no podía ser de otra manera, en la literalidad heredada de una tradición apenas preparada para interpretar correctamente la metáfora: la bruja, valiéndose de su escoba -el objeto mágico por antonomasia, que aparece como auxiliar del ‘héroe’ en todos los mitos- emprendiendo un viaje a los cielos que posiblemente hiciera, pero en dirección contraria y paradójicamente siguiendo el mismo consejo que le diera Cristo a sus discípulos: hacia su interior, dejándose llevar por auxiliares psicodélicos como el beleño y la belladona.
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Salvando esta puntualización y centrando la atención en esa infinita llanura existente al otro lado de la carretera, donde lo agreste y lo laborado conviven en un respetuoso abrazo, veremos, si para orientarnos nos trazamos una imaginaria línea, perpendicular con el altozano donde se asienta la iglesia, una especie de mojón, cuyo color blanquecino ha de servirnos como referencia. Una vez orientados, pensemos, mientras nuestros pies levantan polvo en esos campos -que en primavera suelen dar cobijo, entre otras, a la alegría impresionista de lilas y de amapolas- que estamos pisando algo más de lo que a primera vista puede parecernos un terreno baldío y sin importancia: estamos pisando Historia. Una Historia, que tiene, cuando menos, tres referencias notables, pertenecientes a tres periodos de ejemplar importancia: una protohistoria, donde el hombre supuestamente primitivo –los veneratore lapidi de San Martín Dumiense- ejercía la acupuntura ambiental, levantando, con asombrosa precisión, menhires en la telúrica espina dorsal –las vouivres o serpientes de la tradición celta- de la tierra; otra etapa, la altomedieval, donde en estos mismos campos los cristianos continuaron acosando a las huestes de un mal herido Almanzor, que se retiraban hacia Medinaceli después de haber sufrido otro pequeño descalabro en Calatañazor, donde dice la coplilla popular que Almanzor perdió su atambor, su suerte o buena estrella y un tercer periodo, moderno, cuando en este preciso lugar, el ejército nacional dispuso de un aeródromo, desde el que partían parte de los cazas y de los bombarderos que no sólo asediaban a la vecina Sigüenza durante la Guerra Civil, sino que además, participaron en batallas relevantes, como la del Ebro y en bombardeos planificados, como los de Barcelona. De hecho, fueron sus soldados quienes, dejándose llevar por la avidez y teniendo siempre presente que este tipo de objetos suelen estar asociados a fabulosas leyendas de tesoros enterrados, destrozaron gran parte del mismo. De no haber sido así, y dada las características de este fragmento sobreviviente, seguramente nos encontraríamos frente a un impresionante menhir, muy similar –agujero solar incluido- a aquél otro menhir burgalés de Villanueva de Gumiel, denominado ‘de la pijotada’, (https://steemit.com/spanish/@juancar347/leyendas-y-tradiciones-el-menhir-de-la-pijotada) donde las comunidades rurales, hasta tiempos relativamente modernos, celebraban ritos de la fertilidad, que se fueron sustituyendo por las tradicionales romerías, viéndose su paganidad –y recuerdo que pagano, es un término que se refería al ámbito rural- convenientemente camuflada por la simbología cristiana y la figura de la Virgen María.
Tal vez eso explique, el detalle de que la iglesia de Barahona –el nombre, parece que proviene de una mujer de armas tomar, la Barona, que sería, comparativamente hablando, una líder similar a la reina celta Boadicea, aquélla que puso en jaque al ejército romano, tomando al asalto ciudades como Londunum o Londres- esté dedicada a la figura de San Miguel, siempre cercana a los lugares de culto antiguo y también de que a la entrada de un pueblo vecino, Romanillos de Medinaceli, las crucetas de piedra del Vía Crucis contrasten con las típicas cabañas o pallozas, de eminente origen celta.

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