El Maestro del Juego de la Oca (Novela) I

Preámbulo

A pesar de mis años, no tengo más remedio que confesar que hay algo en mi personalidad, que siempre se ha resentido a ser corregido: la vergüenza. Entenderán entonces, y a la vez me perdonarán ustedes, si al relatarles los pormenores que me han abierto las puertas a la membresía de esta noble institución, advierten que las palabras de mi discurso de ingreso resultan en algún momento forzadas, y alguna lágrima acude a unos ojos cansados por imperativo irresoluto de la vejez, que no, desde luego, por falta de interés para seguir contemplando tantas maravillas como –no dudo de que coincidirán también conmigo-, atesora ésta, nuestra pequeña y celtíbera patria chica. Y no me refiero solamente a las magníficas colecciones esmeradamente custodiadas en nuestro Museo Numantino, lugar del que, como todo soriano que se precie, me siento particularmente orgulloso. No, señores, me refiero a esos otros pequeños museos, bulliciosos de cultura y tradición, que son nuestros pueblos; y también, magnífica ocasión para decirlo, a esas perlas inapreciables con que la Naturaleza ha querido gratificarnos, con una abundancia tan especial. ¿Pueden creer, entonces, que siendo Soria una provincia tan pequeña, tengamos, no obstante, tanta Historia y tanta riqueza?. Frente a ello, les aseguro –y se me llena la boca de orgullo al decirlo- que poco me importa si fuera de nuestras lindes, nos comparan con Teruel y piensan que no existimos. Descubrirnos, después de todo, me consta que es amarnos; y ese amor, sin duda, se propaga por los cuatro puntos cardinales, consiguiendo que hacia nosotros se vuelvan miradas de golosa admiración.
CANTEROS-3.jpg
Por otra parte, añadiré que soy de la opinión, de que las aventuras comienzan siempre allá donde uno nace, vive, se desarrolla y llegada la nave que no ha de tornar, muere y desaparece. No se trata de una frase hecha; ni tampoco de un manido y pomposo designio marcado por una egocéntrica personalidad, sino de una sencilla y a la vez íntima ley de vida que llevamos asociada con nosotros desde el mismo momento de nacer y que nos acompaña siempre, adherida como una segunda piel. Déjenme, pues, que sin más preámbulos, ni inútiles rodeos, proceda a hacerles partícipes de mi aventura personal. Y apelando a la susodicha ley a la que me he referido hace unos instantes, ponga debido orden en mi relato, situándolo en el punto exacto donde debe comenzar siempre una historia: por el génesis. Que ésta resulte buena, regular o mala, es algo que ya tendrán ustedes tiempo de juzgar. Y si el resultado fuere negativo, siempre podrán decir, mal que me pese oírlo, que el narrador no estuvo a la altura de su historia.

H2
H3
H4
3 columns
2 columns
1 column
Join the conversation now
Logo
Center