Claves ocultas en Cervantes

‘Háblame, Musa, de aquél varón de multiforme ingenio...’ (1).
Comparativamente hablando, podría decirse, salvando, por supuesto, cualquier tipo de circunstancial distancia, que España también tuvo su Homero en la figura de Miguel de Cervantes, siendo el protagonista de nuestra Odisea, ese desdoblamiento de Ulises -el héroe atreide por antonomasia del mundo heleno- aquél trueno de rancia cepa, supuestamente manchega, que nacido bajo el nombre de Alonso Quijano, fue universalmente conocido por sus hazañas como el ingenioso caballero don Quijote de la Mancha.
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Como en los cantos homéricos, también don Quijote tiene sus secretos, sus claves, sus lagunas, sus sentidos ocultos y sus itinerarios encubiertos, salvaguardados detrás de un aparente aunque tupido velo llamado ficción, en el que algunos investigadores, suponen una biografía encubierta del autor. Poco sabemos de Homero en realidad y lo que suponemos saber de Cervantes, no son, después de todo, sino fragmentos de un puzzle monumental a medio completar, que nos desafía con más incógnitas que certezas. En tal sentido, y si tuviera que hacer una comparación, por muy odiosas que éstas resulten, diría, objetivamente hablando, que el caso de Cervantes es tan espectacular y misterioso, como ese fantástico caso Roswell, que tantos suspiros ha hecho proferir a los apasionados de la teoría extraterrestre, precursor de las conspiraciones y hasta si me apuran, también de la desinformación o noticias falsas, que bajo el anglófilo calificativo de fake news, tan de moda están hoy en día.
Ahora bien, quédense tranquilos, porque ni se me ha pasado siquiera por la imaginación sugerir que Cervantes fuera un espíritu extraplanetario –tengo mis dudas, no obstante, si en el disco de oro con millones de datos de nuestro planeta que la NASA incluyó en la sonda Voyager, lanzada al espacio en los años setenta y en la actualidad fuera de los límites de nuestro Sistema Solar, no iba algún pasaje de nuestro inmortal Quijote- si bien su embaucadora narrativa pudiera sugerir un avanzado estado de evolución, característica también, por lo demás, que se supone en esos supuestos seres superiores, que según algunos, nos visitan, más o menos desde aquéllos tiempos en los que la Humanidad todavía estaba en pañales y necesitaba como agua de mayo ese obelisco que nos sugiere el científico y escritor Arthur C. Clarke, en su novela ‘2001, una odisea del espacio’. No, amigos. Cervantes, mal que les pese a algunos, nació y murió en este insignificante terruño perdido en el último rincón del Universo. Un terruño, que llamamos Tierra. Y no me pregunten por qué, puesto que por sus características, que por supuesto le hacen ser verdaderamente especial a este lado de la Vía Láctea, deberíamos haber llamado Agua. O si su sentido latinista clásico lo prefiere, Aqua Vitae.
Agua, quizás, es lo que pudiera pensarse que se ha llevado y limpiado algo tan feo como es la depuración racial –con sus sambenitos alguacileros, que son la expulsión y la persecución- que obligaron a no pocos seres humanos a vestir hábitos holgados, de esos que ni siquiera hacen al monje, como muy bien dice el refrán. En ese sentido, parece ser que hay sospechas fundadas de que Cervantes, paradójicamente, nuestro hoy celebrado maestro insigne Don Miguel, pudo haber nacido bajo el símbolo de la Torá, en una España ultracatólica, cuyo pedigrí de viejo cristianismo, mal que me pese decirlo, no sólo fue el precursor de las ‘manchas’ como estigma de nacimiento y condición –de ahí, uno de los numerosos dobles significados que se aprecian en la obra cervantina- sino también, el pilar salomónico, metafóricamente hablando, de posteriores corrientes ultraconservadoras, que dieron lugar a los peores genocidios de los tiempos modernos.
Puede ser que por eso, ‘como todas las obras grandes, Don Quijote admite diversas interpretaciones’, como advierte el historiador y experto cervantista, César Brandariz (2) y no sólo oculte también, como sugiere Dominique Aubier y otros autores, un código esotérico-cabalístico, habiendo acudido el precavido autor a recursos similares al código atbash utilizado por los esenios y contenido, al parecer, en la Biblia, sino que, además, refleje referencias verídicas pero encubiertas, que harían de la ‘Mancha’ no sólo el lugar físico que se ha venido suponiendo hasta ahora, equivocadamente, sino además un auténtico lugar de ‘manchados’, situado en una zona geográfica muy alejada de la considerada tradicional -la verdadera ‘Mancha’- donde merced a la benevolencia de ciertos nobles, esa otra gente del Libro llevaba una vida aparentemente normal.
Dicho esto y aprovechando la comparación que se hacía al principio del artículo, me pregunto si, como en el caso de Cervantes, Homero tenía también alguna ‘mancha’ que ocultar; o a diferencia de los dobles significados y encubrimientos de las rutas de Don Quijote, la navegación de Ulises por el Ponto, encubría, no un ‘peligro racial’, pero sí unos itinerarios secretos, que había que ocultar por motivos estratégicos, económicos y políticos.
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Notas:

(1) Homero: ‘La Odisea’.
(2) César Brandariz: ‘Cervantes descodificado’, Ediciones Martínez Roca, S.A., 1ª edición, Madrid, mayo de 2005, página 301.

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