Lectores de Steemit, cumpliendo con mi ofrecimiento, les dejo aquí la continuación de mi post anterior acerca del poemario Gestiones del maestro y poeta venezolano Rafael Cadenas. Como expliqué en la primera parte, solo incluyo una porción muy reducida de un trabajo mucho más extenso; de modo que queda un amplio número de poemas y aspectos importantes fuera. Espero que igual tenga algún sentido para ustedes.
Existe una versión de Gestiones en versión digital bilingüe (español-inglés); a través de este enlace pueden acceder a ella.
Los poemas de la segunda sección de Gestiones están signados, temática y formalmente, por el nombre que la bautiza: Convivencia. Todos contendrán una razón más bien colectiva y social, con la que el hablante, asumiendo en varios momentos la persona plural, nos dejará ver su diferencia, su alteridad. Sus títulos (cuando los haya) indicarán realidades y experiencias cotidianas, directas y puntuales. En cada uno de los poemas se observará la sugerencia de un posible juego con el nombre: “con–vivencia”, equivalente a pensados y escritos a partir de la vivencia, de la experiencia, como le gustaba decir a Rilke (1). El mismo Cadenas (1983) dirá en Anotaciones: “Lo que escribimos es nuestra vivencia (...)” (p. 44).
Tanteas
como ebrio
en la ruta del extravío
(así se llama
nuestro segundo nacimiento).
Ella nos conduce
fuera del mapa que trazamos.
Lo que vimos con duda
–descubrimos–
no lo podíamos separar
de nosotros.
También éramos eso.
La aventura
nos trajo
este bien: no ser dueños.
(p. 21)
Oscilante entre el ‘tú’ y el ‘nosotros’, en este poema la voz muestra el reconocimiento de su trayecto. Tentativa y exploración han sido las únicas guías en este itinerario que el hablante denomina “ruta del extravío”: derrotero hecho de pérdidas, de errancias y de zozobras, que inmediatamente es revalorado al decir: “(así se llama / nuestro segundo nacimiento)”. Semejante sentido descubrimos en Amante: “Tal vez / los que tú levantas / necesitan errar / antes de sentirse” (p. 37). Esa ruta dada o tomada es un desvío del proyecto instituido (por la cultura, la sociedad, el entorno, etc.) que ha permitido alcanzar una precaria verdad: “no ser dueños”, como al final expresa el hablante. Es decir, no poseer la autoridad y propiedad sobre nada ni nadie, ni siquiera sobre el propio individuo; antes bien saberse menesteroso, servidor, al igual que se manifiesta en Amante: “Se creyó dueño/ y ella lo obligó a la más honda encuesta, / a preguntarse qué era en realidad suyo” (p. 22), “Sabe ya que nada, nada / le pertenece, / salvo su dependencia” (p. 23).
Y esa verdad es concebida como un don entregado por la aventura, vale decir, el vivir. Viaje sellado por la duda, el extravío ha concedido el descubrimiento de lo otro que existía en la identidad trazada; en la incertidumbre habitaba esa diferencia que nos constituye profundamente, aun sintiéndonos extraños: “Lo que vimos con duda / –descubrimos– / no lo podíamos separar / de nosotros. / También éramos eso”.
Dar con esa paradójica certeza –la desposesión, la ambivalencia– es el inicio de otra existencia, por eso el extravío constituye “nuestro segundo nacimiento”. La lucidez frente al extravío representa una comprensión que concede el valor exacto de la condición del poeta y su hacer, lejos de toda arrogancia, lo cual enuncia reciamente en Dichos: “La literatura refleja nuestro desencuentro, y vale como tal, en su errancia” (p. 10).
Conjunto residencial
Aquí se vuelve a oír el viento.
Pasa entre los edificios, mece
los pinos, hiela el autocine.
Morador de ninguna parte,
no puedo decirte: Oye, oye,
sé tú, fiero espíritu mi espíritu.
Sólo hay una espera
en la noche,
pero nadie tiene el ímpetu para hablarte
como en los tiempos del entusiasmo.
Eres lo que eres, una voz solitaria
que resuena en los aledaños de las ciudades.
Las palabras que te dirigían también pasaron
como las alucinantes hojas.
Este es otro mundo, no hay dirección.
El viento, cuando azota,
golpea en el caos.
(p. 37)
Nos habla una voz que testimonia una escucha, que siente al viento, y al sentirlo lo asiente y lo piensa; pero subyace en esa afirmación el contraste de la experiencia individual de tal sentir con el olvido de su existencia para / en el mundo actual. Por eso la voz entona esta especie de canto con un dejo de nostalgia, que le permite marcar la diferencia con otras edades, en las cuales el viento era una presencia real a la que se le atendía y agradecía.
Se reconoce una condición de soledad, casi de exilio, tanto del viento como del hombre, cuando la voz le canta al primero: “Morador de ninguna parte (…)", y más adelante: “Eres lo que eres (…)”. Hay en esos versos algo semejante a una observación sobre la condición disminuida que vive el hablante que, de algún modo, se refleja en el viento. La voz habla desde un límite, un espacio-tiempo fronterizo (afuera urbano / interioridad replegada), lo que se puede evidenciar en el carácter de fenómeno o experiencia recuperada presente en el verso inicial antes citado. Un aquí que es un allá fuera del mundo y en el que es posible volver a sentir.
La diferencia con el mundo se enuncia en una declaración cruda del hablante: “Este es otro mundo, no hay dirección”; sentido que se expresa con mayor fuerza en los versos finales: “El viento, cuando azota, / golpea en el caos”. Imágenes recias que nos presentan la acción severa del viento –energía primigenia de la naturaleza– sobre el mundo, designado aquí como caos.
El título de la tercera sección, Mediaciones, es quizá el más ambivalente. Conjeturamos varios significados a partir de nuestra interpretación de sus poemas. Polisemia que aglutina y libera, a un mismo tiempo, un haz de posibilidades e implicaciones.
Las mediaciones son intervenciones, interposiciones. Por ello podemos decir que estamos hechos de mediaciones: entre nosotros y la realidad, entre la vida y los sentidos, entre el yo y el tú. Y a la vez mediamos: participamos para tratar, acordar; en otras palabras, gestionamos. Realizamos intentos, amagos de otra(s) cosa(s), y estamos a mitad de camino. El mediador por excelencia es el lenguaje.
Aquel
que conoció
el suplicio
de verse
asaltado por las Furias
en cualquier lugar
puede dar las gracias
sólo
por vivir.
(p. 45)
Este es un texto nutrido de la referencia mítica grecolatina, tantas veces palpable en la poesía de Cadenas. Se trata de la presencia y acción persecutoria y punitiva de las Furias, para la mitología romana, o las Erinias, para los griegos. Ya en Memorial había utilizado esta figura: “A quien se tiene por tu hijo / lo dejaste / en poder de las Erinias” (p. 167).
Se sabe que las Erinias eran las fuerzas divinas primitivas encargadas de castigar las faltas contra la familia y el orden social, en especial, el exceso (la hybris), que hace olvidar al ser humano su naturaleza mortal (cf. Grimal, 1982, pp. 169-170). Sobre esta referencia intertextual se erige el texto poético, que construye su propia significación, aprovechando tan sugestivo sustrato mítico, sin quedarse en él, abriendo otras posibilidades.
La voz remite a un “aquel”, un sujeto indeterminado que puede ser cualquier hombre, entre ellos el enunciador. Ese que ha sufrido las penas y tormentos del implacable destino. El hablante, ese “aquel” –o todos nosotros, como hemos sugerido–, sabe de su sino porque lo ha experimentado como fuerza limitante, y por lo tanto, conoce de su falta. Pero esa conciencia le permite ver la otra verdad insoslayable: “puede dar las gracias / sólo / por vivir”. Por encima de todo está la gran maravilla. La vida es el mayor don.
Los poemas reunidos en la cuarta sección, De poesía y poetas, responden desde diferentes perspectivas a su título. Se acoplan reflexiones sobre la poesía y su oficio en general. También se particularizan tales reflexiones cuando se aborda la propia poética, es decir, la del autor; en esa medida se puede postular un fondo autobiográfico y autorreflexivo. Asimismo, se presentan homenajes a aquellos a quienes Cadenas llama poetas en un sentido muy amplio (se incluye a un pintor), con los cuales se destaca una afinidad personal.
Al lector
Los que hacen las reglas
no quieren que hablemos
nosotros
sino
las palabras.
Desean
hacernos desaparecer
de la página;
pero no nos resignamos.
Somos viejos actores.
(p. 71)
El poema nos implica, mediante su voz en primera persona plural, en la cuestión de la presencia o no de la persona real en el decir poético. Su título explicita tal implicación. Cada uno de los que leen este poema es convocado e incluido, pues lo dicho en él le importa. Porque ser lector supone inmiscuirse, entrar en diálogo con el qué y el quién dice, y este es, en definitiva, el quid del texto.
El poema comporta una reflexión crítica sobre la preceptiva informulada, tácita, de la poesía moderna, sobre esas “reglas” que, aunque no establecidas en ningún código o manual, dominan la conciencia moderna con respecto a la escritura poética (lo que ya apuntaba en Anotaciones), entre las que destacan la ‘despersonalización’ del poema y el primado de los significantes. El poema se manifiesta en contra de la ausencia o desaparición de la persona real –autor o lector.
Pero esta pretensión de “hacernos desaparecer / de la página” no triunfa completamente nunca. La realidad constitutiva sigue hablando en el poema, a través de las palabras, pero no reducida a ellas. La frase final, algo ambigua, contiene la respuesta: “Somos viejos actores”. Cabe recordar que Cadenas ha remarcado la vuelta a la condición de actor, en tanto el que realiza la acción: “El autor es un fragmento, pero en la acción, en lo que está siendo, en el acontecer, está todo. La acción es el presente, la vibración de la realidad, el movimiento del misterio” (Cadenas, 1979, p. 84). La afirmación del poema, pues, podría interpretarse en dos direcciones; una: no podrá soslayarse la facultad, otorgada por el tiempo, de obrar y ejercer un efecto sobre las cosas que hacemos; otra: seguirá siendo posible hablar por el lenguaje, ese viejo instrumento que, aunque muchas veces enmascara, nos revela.
Palabras muy solas
de quien las pone
frente a la nada
que las pesa
y se las deshace
y se las arroja al rostro
para que las rehaga, firmes,
las reviva en su arder,
las llene.
Están probadas
con la terrible piedra.
Han de sostenerse
como si esperaran.
(p. 89)
Poema de lenguaje adusto y tono recio, que afronta el proceso poético, la tensa relación del escritor con las palabras, tema tan acudido por Cadenas en su obra, especialmente en sus últimos libros.
La soledad de las palabras, su desamparo, es el motivo inicial. Estas palabras son tomadas por alguien –el poeta– para contrastarlas “frente a la nada” que es el vacío del sentido, el silencio, el misterio. Al respecto vale citar al mismo Cadenas cuando, hablando de Keats, dice que este “ve en el poeta a un representante de una nada, alguien que por estar hermanado con ella se muestra abierto a todo, disponible, despierto” (Cadenas, 1979, p. 19).
Se trata del gran enfrentamiento de la palabra con el valor más hondo, ese momento en el que se afronta el reto del decir. Es esa “nada” la que permite probar el peso de las palabras, es decir, experimentar su sustancia y su fuerza, y pueden ellas no pasar tal prueba. En el comercio de la vida, el lenguaje puede -y efectivamente sucede- perder entidad, pureza, solidez, vitalidad. Se asiste, como han denunciado muchos pensadores contemporáneos, a una ‘crisis del lenguaje’; así, Sontag (1984) habla de “los hábitos de la verbalización exánime y estática”, de “las deformaciones que se producen al concebir el mundo exclusivamente en términos verbales convencionales” (p. 31); o Steiner (1982) de “una civilización donde la inflación constante de la moneda verbal ha devaluado de tal modo lo que antes fuera un acto numinoso de comunicación que lo válido y lo verdaderamente nuevo ya no pueden hacerse oír” (p. 84). En esta corriente de reflexión se ha inscrito Cadenas, quien, en Realidad y literatura, diagnostica (1979):
Al proliferar, el lenguaje pierde peso, y al abandonar la exactitud, deja de tener validez. Las palabras flotan sin poder ni eficacia, son cadáveres sitiadores de la vida, sonidos que ya no respetan los hechos. Pero no sólo pululan sin justeza, y por lo tanto desasidas, sino que están al servicio de la trivialidad. (p. 86)
En el poeta, individuo no ajeno a tales circunstancias, las palabras pueden ser signos sin fondo, convención, costumbre, facundia... Entonces, se anulan y devuelven “para que las rehaga, firmes, / las reviva en su arder, / las llene”. Es el transcurso del acrisolamiento, de la depuración, de la revivificación, por eso la resonante imagen alquímica y mística del “arder”. Quizá sea este un modo de responder a la pregunta formulada por Steiner (1982): “En el chorro abundante de la producción actual, ¿cuándo se convierten las palabras en palabra?” (p. 85).
El poeta debe renovar el vigor de las palabras, insuflarles firmeza y energía. Así las palabras que queden estarán “probadas / con la terrible piedra”. La prueba de las palabras en ese proceso interior (del poeta) es severa como la purgación, como el sacrificio, de allí la imagen de la “terrible piedra”, símbolo avezado en vinculación con el mito y las religiones antiguas (el altar), la platería (piedra de toque), la alquimia (la piedra filosofal) (cf. Cirlot, 1982, pp. 362-363). Y de allí las palabras saldrán acendradas y consistentes, aptas para “sostenerse / como si esperaran”.
Nota:
(1) “Pues los versos no son, como creen algunos, sentimientos (se tienen siempre demasiado pronto), son experiencias” (Rilke, 1988, p. 17)
Referencias
Cadenas, R. (1979). Realidad y literatura. Caracas: Equinoccio.
Cadenas, R. (1983). Anotaciones. Caracas: Fundarte.
Cadenas, R. (1986). Memorial (2ª ed.). Caracas: Monte Ávila.
Cadenas, R. (1983). Amante. Caracas: Fundarte.
Cadenas, R. (1992). Gestiones. Caracas: Pomaire.
Cadenas, R. (1992). Dichos. San Felipe (Venezuela): La Oruga Luminosa.
Cirlot, J-E. (1982). Diccionario de símbolos (5ª ed.). Barcelona (España): Labor.
Grimal, P. (1982). Diccionario de mitología griega y romana. España: Paidós.
Rilke, R.M. (1988). Los apuntes de Malte Laurids Brigge. España: Alianza Tres.
Sontag, S. (1984). Contra la interpretación (2ª ed.) . España: Seix Barral.
Steiner, G. (1982). Lenguaje y silencio. Ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano. Barcelona, España: Gedisa.