Es muy común que durante nuestro proceso de aprendizaje sobre todo en la secundaria, se nos haga aprender algunos elementos químicos existentes en la naturaleza, a través de una de las asignaturas perteneciente a las mal llamadas “Las 3 Marías” las cuales son “Matemática, Física y Química”.
Aunque no es la única letra del alfabeto que no está dentro de la Tabla Periódica de los elementos químicos debido a que la letra “ñ” tampoco se encuentra. La “J” es una letra usada a nivel internacional en cambio la “ñ” es solo latina y es producto a un factor muy simple y común que a muchos nos parecería algo absurdo pero con una lógica irrefutable.
La determinación razonable es que los nombres de los elementos químicos son una abreviación, pero esta abreviación viene asociada a sus nombres en latín, y la “J” no existía en latín, más bien la “J” es una transformación que sufrió la letra “i”, esto explica que la letra “j” en minúscula también tenga un punto arriba.
Inicialmente se le conoció como “i” holandesa. En otros lugares se le conoce como “i” larga, lo cierto es que el nombre actual “jota” puede haber sido tomado de la “iota” la cual es una letra griega.
La letra “iota” es la novena letra que se encuentra en el alfabeto griego y tiene símbolos tanto para la mayúscula como para la minúscula, estos son Ι y ι respectivamente. Por otro lado, en la antigua Grecia se escribe como Ιώτα. Y las letras que se han derivado a partir de esta son la i y la J en el alfabeto del latín y “І, і, Yi, Ї, ї, Je, Ј, ј” del alfabeto cirílico.
Los griegos también poseen un sistema de representación numeral que se utilizaba para los números, pero ahora solo se utiliza para los números ordinales, para esto asignaban un número para cada una de las letras griegas y en el caso de ι se trata del número 10, es decir que ahora, iota es el décimo de los números ordinales.
La “J” es la décima letra y séptima consonante del alfabeto castellano. Es la última letra incorporada al alfabeto y a la lengua escrita. El signo J apareció primero en el abecedario romano. En la edad media inicialmente su forma alargada “J” se usó con carácter ornamental, así como en la escritura de cifras. Tuvo que pasar casi siglo y medio para que apareciera regularmente impresa en los libros europeos. Por lo tanto, mucho después de la invención de la imprenta la J no era más que una mera variación caligráfica de la “i”. Tanto en el latín como en el español antiguo, podía tener el valor de una vocal o de una semivocal, así como mostraba un uso restringido de su función como consonante en cualquier posición de una palabra. Eso explica las variaciones ortográficas que aparecieron en dos palabras del español bien conocidas: México / Méjico y Quixote / Quijote.
