Concurso de Fotografía Cervantes: 1ª Entrega

Las grandes edificaciones de forma cuadrada llamaron mi atención. Por un momento, aun atónito, me di cuenta que aquello era más hermoso de lo que parecía, cuando se tenía el suficiente tiempo e interés para observar. Diez años atrás, hubiera dado lo que fuera por eliminar cualquier ruido visual y suciedad que interfiriese con la pulcra y cuadrada estructura. En un marco, de lineas y simetrías perfectas, cómo era posible que desordenados y sucios objetos irrumpieran en el blanco y limpio lienzo del orden, produciendo semejante caos.

''Las personas marginales'' o ''Las personas desordenadas y sucias'' fueron dos grandes titulares que se pasearon por mi mente de forma maliciosa, a manera de emitir un juicio que no me correspondía, sin embargo, en estos tiempos, con los que nos bombardean a diario, omitir tal juicio de valor no sería tan mal visto, era justo. Mientras una pequeña parte de mi gritaba lo anterior, mi otro yo, sabía que estaba radicalmente equivocado.

Mis pensamientos se enmarcaban en una desordenada idea general, que no tenía un sustento lo suficientemente grande como para soportar el peso del reproche. Los segundos de calma y observación fueron sabios maestros. Aquellos balcones y ventanas, eran en realidad hojas blancas, dispuestas a ser pintadas por sus habitantes, artistas desconocidos y anónimos, quienes a través de su modo de vida, expondrían una obra a cualquier caminante que tuviese la oportunidad de mirar.

Y allí, así, a la distancia, mirando aquel gran lienzo, entendí, que el caos, es quizás la más grande manifestación de belleza en la actualidad, y nosotros, el público, aún estamos demasiado ciegos, tanto para verlo, como para comprenderlo.