LA CIUDAD MALDITA II (Cuento oscuro)

Hace ya 40 noches que llueve sin parar en la ciudad donde nunca se ha visto la luz del sol. Los fuertes aguaceros ensombrecen todavía más la lúgubre atmósfera del puerto, donde el humor colectivo ya era bastante depresivo.

Desde que comenzaron las precipitaciones, Boris no ha podido dormir: los chorros de agua rompiendo el aire y reventándose violentamente contra el suelo le gritan al oído como asustados recién nacidos, sofocándolo en tormentosas alucinaciones producidas por una sempiterna fiebre.

Cada noche que llueve desaparece un bebé de la zona del muelle; si uno se asoma desde cualquier ventana de alguno de los viejos edificios que conforman el vecindario, puede ver a las afligidas madres de los niños robados, con sus vestidos blancos empapados caminando como muertos vivientes, y tropezando todo a su paso, ciegas del alma con un llanto silencioso.

Boris fue detective alguna vez, por eso el carácter huraño. Tiene la piel tan blanca y agrietada que muchos lo confundirían con un cadáver calvo, y antes de terminarse el cigarrillo que tiene en la boca uno nuevo reposa encendido entre sus amarillentos dedos; para alimentar la tos de tuberculoso que le acompaña y delata a donde quiera que vaya.

Harto del insomnio y la pornografía vintage, decide tomar cartas en el asunto y utilizar sus dotes de policía retirado para atrapar al ladrón de infantes.

-Es un monstruo horrendo que devora a los niños... ¡He visto su sombra correr! ¡Lo han traído estas lluvias malditas!- le cuenta una de las madres del callejón cuando la entrevista, todas parecen coincidir en que una especie de criatura con grandes dientes afilados y brillantes ojos rojos se come vivo a un recién nacido diariamente para poder sobrevivir una noche más.

-Cuando todos los niños sean comidos morirá de hambre y entonces la lluvia cesará- dice otra señora claramente desesperada y en estatus demencial.

-Están todas locas- piensa Boris mientras enciende un cigarrillo al que protege del agua con su sombrero y observa a otra desdichada vieja golpearse una y otra vez contra la pared de un antiguo bazar, como si albergara la vaga esperanza de poder atravesarla algún día.

Una noche temprano, el ex policía sale con su sobretodo pardo y curtido antes de que ocurra la tragedia diaria. Por el sonido de las ráfagas de viento atravesando los torrentes de agua en el aire, ha descifrado los horarios del sicópata: no permitirá que un enfermo le siga arrebatando sus preciadas horas de sueño conseguidas después de tantos años de servicio.

Decide instalarse bajo uno de los postes sin luz de la calle más oscura y solitaria del área, donde las madres señalan con pavor por donde huye el monstruo siempre. Una prostituta llena de ronchas en un bikini harapiento se acerca mostrándole una hoja de afeitar oxidada:

-¿Qué se te ofrece flaco?

-Piérdete zorra- le contesta Boris con los dientes apretados y mostrando el destello del revólver que lleva escondido en el abrigo, la mujer desaparece nuevamente en las sombras con ese paso tranquilo de quien a nada parece temerle.

De repente un ataque de tos arremete contra Boris, tira el sombrero empapado de agua y se tapa la boca inútilmente, cuando trata de arrodillarse las contracciones del diafragma cortándole la respiración le obligan a tirarse al suelo encharcado, donde saborea la flema con sangre en su lengua apestosa a nicotina y se desmaya.

Al despertar, descubre a su lado el cadáver de un bebé con el cuerpo descuartizado, se lleva la mano temblorosa a la boca y siente restos de carne todavía tibia entre unos dientes afilados. Un trueno lo termina de despertar y la lluvia se hace recia.


Por Jesús Pulido.
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