MI PRIMERA EXPERIENCIA CON LOS ÁCIDOS (PT. I)

Era otro Jueves en Maracay y me encontraba dando tumbos nerviosos en la ciudad. Estaba bien cagada. Debía entregar al siguiente día un guión definitivo que era el 50% de la nota en el plan de evaluación de castellano, y además de recordar tarde que tenía que imprimirlo y sacarle varias copias, necesitaba comprar resaltadores de colores para identificar puntos importantes en los otros borradores que le entregaría a mis compañeros de trabajo. Claramente la urgencia de esto era la necesidad de pegarle un 20 exacto, porque sino me jodia y tenía que ir a reparación, pero eso no podía suceder. Mariel, una de las integrantes del grupo, es la chama que piensa que copiando todo puede al final jalarle bolas al profesor para que le de puntos por el cuaderno y pasar la materia. Esto significa que ella tenía el conocimiento de las entregas, las pautas para realizar el guión y todo ese asunto. Era el cerebro prácticamente, pero uno bien aguevoniado porque era igual de mala que todos los que integraban mi grupo de raspaos por excelencia, y una prueba fiel de esto fue que me dijo hoy, Jueves, a las 6 de la tarde que además de la corrección del lunes, se le olvidó decirnos que teníamos que tener el guión listo para el Viernes porque nos movieron la fecha de la fulana entrega. Entonces yo era la caraja que sabia la chamba, ya que era la única que quizá escribía decente, y por ende tenía todo el trabajo y la responsabilidad. Sabía las medidas para imprimir el trabajo y el conocimiento de la historia que creamos, de atrás pa'lante. Por eso me encontraba dando vueltas en el centro, desesperada, pensando en qué lugar podría hacer eso a esas horas de la noche. Yo vivía en la Avenida Bermúdez, por la pollera, y realmente no conocía mucho más de Maracay porque no solía salir de casa, pero mi mamá cuando era más pequeña, me sacaba todos los sábados a llevar sol por el Centro buscando cualquier vaina que se pudiese encontrar en los chinos. Entonces tenía unos pequeños recuerdos. Así que al momento de salir, tomé mis previsiones y le avisé a Marina. También agarré efectivo de su mesita de noche y salí; no me llevé el teléfono. Cuando estaba en el bus hacia el centro me encontré resignada, pensando en la cagada que sería tener que entregar el último borrador que estuvo malo, más que todo por cosas técnicas. Este era el momento definitivo: todo o nada. Miré el pendrive un largo rato después de bajarme en la catedral, a lo que en ese momento, un perrero que estaba instalando su puestico de comida rápida, se me acercó.

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Altura de la Av. Bolívar de Maracay en dónde me encontraba.

—Tas perdía catira?
—No sé pana... Ya todo está cerrado para imprimir algo y sacar copias... No tengo tiempo para improvisar, pero tampoco se a dónde ir.-Respondí, finalizando con un suspiro.
—Si sigues asi palante derechiito pero rapido sin creer en nadie te llegas al centro comercial galería plaza tu sabes? y te metes por el estacionamiento y te vas de una pal tercer piso y vasa pilla una señora en un local que es el unico que ta abierto hasta talde talde haciendo toa esa vuelta. Pero le tienes que da chola catira mira que esta vaina en un ratico se pone mas candela.

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El C.C Galería Plaza, hacia donde me tenía que dirigir.

Una felicidad recorrió mi cuerpo y le di las gracias al señor por ser mi esperanza en este día, y luego de esto agarré fuerzas y empecé a caminar derecho. Pensé en que siempre los perreros tenían una respuesta para todo, son unos sabios, unos chamanes. Eran todavía un poco claro, pero mi desconfianza con la inseguridad desarrollaba un cague enorme con cada paso que daba, ya que quizás estaba a punto de vivir una Maracay de noche y sola, a tan temprana edad. Al menos una de las cosas que me consolaban era que si me pasaba algo, podría decir que fue por culpa del trabajo y nos lo adelantarían a la semana que viene, pero me pareció muy estúpido así que no seguí pensando en esto. Cuando llegué al Galería Plaza, empecé a caminar más despacio, buscando la entrada del estacionamiento que seguía abierta. Mis nervios comenzaron cuando entre al estacionamiento, todo oscuro, todo feo. Pensé que uno de los de seguridad me correría del lugar inmediatamente, pero me miraron y no me dijeron nada, supongo que sabrán mi destino. Cuando finalmente llegué al tercer piso, identifiqué el mini local del que me había hablado el perrero y empecé a tranquilizarme, ya que lo demás era fácil. Se trataba de un local con una señora que en ningún momento pude ver sus ojos, pero sí su cara, y la recuerdo bien por los accesorios y vestimenta: una gorra negra, unos lentes tipo matrix, una franelilla ovejita blanca con un sueter encima, unos leggins y un koala. Cuando habló, me empecé a cagar otra vez...

Dentro de dos días subo la continuación de este relato.

¡Gracias por leer!

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