¡Adiós Caracas!

Ya sé lo que todos están pensando pero no, este no es otro relato de emigración de Venezuela, respeto y admiro a todos lo que lo hacen porque requiere de mucha valentía pero no es mi caso, por algún motivo misterioso hay algo parecido a la fe en mi interior y he decido seguir aquí contra todo este viento y esta marea. Sin embargo creo que Caracas fue demasiado abrumadora para mí, así que decidí tomarme un debido descanso y distancia indefinida de la ciudad capital. Quienes me conocen saben que toda mi vida he vivido en los Altos Mirandinos y al buscar un sitio para huir este pareció el más lógico, no es tan lejos, estoy cerca de mis padres y aunque decir que algún lugar en Venezuela es tranquilo ya es una especie de locura, el ritmo de vida aquí es considerablemente más calmado.

Ya de por sí viviendo allá eran muy pocas las veces que salía y la mayoría de esas veces regresaba a la casa derrotada pensando en qué pasó con la ciudad donde tanto “patié calle” y jodí con los amigos, después de recorrer una ciudad oscura, cuasi-apocalíptica y decadente (una vez a las 8pm en una Altamira completamente desolada en las sombras un señor tirado en la calle pedía 100 bolos “antes de que el universo explote”). Es curioso que después de tomar la decisión de salir de Caracas, la ciudad de cierta forma empezó a botarme con un par de experiencias desagradables.

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Imagen perteneciente a mi diario fotográfico.
Uno de los días buenos de Caracas.

La primera fue mágicamente el 14 de febrero, mi esposo y yo somos descuidados con ese tipo de fechas y no teníamos nada planeado para ese día, pero igual no hizo falta planear nada porque el universo nos dio la cita perfecta: pasar todo el día rebotando de hospital en hospital debido a una bronquitis aguda que me dio. Ese día desperté tosiendo muy fuerte, quienes me conocen también saben que soy fumadora compulsiva, pensé que era porque había fumado mucho el día anterior y que se me iba a pasar, me tomé un jarabe expectorante (NIÑOS: NO SE AUTOMEDIQUEN) y esperé que aminorara la tos pero cada vez era más frecuente y empecé a tener dificultades para respirar, seguí de una manera optimista con “nebulizaciones caseras” (spoiler: no funcionan si tienes bronquitis) y demás, pero llegó un momento en que literalmente me estaba asfixiando, ahí pensamos “sape gato” y salimos a buscar un sitio donde me nebulizaran de verdad, esto me había pasado hace tiempo y ya sabía que la nebulización era fundamental para recuperarme, entre que a uno de los ambulatorios no se podía llegar porque el transporte que subía hacia allá simplemente no funcionó más y la falta de suficiente efectivo para movilizarnos con libertad, sólo pudimos agarrar un taxi que nos llevó a un hospital donde tenían para nebulizarme pero no tenían las máscaras, la búsqueda de la máscara en las farmacias adyacentes fue sin éxito, ya ahí habíamos pelado bolas con el efectivo y tuvimos que irnos en metro hasta el hospital universitario, el camino se me dificultaba muchísimo porque me cansaba con dar tres pasos, sentía una presión en la espalda horrible y no podía mantenerme en una sola postura así que imagínense como me veía (y peor: me sentía) yo caminando así en plena noche caraqueña. En el universitario, siempre con una vista tan agradable del proceso efectivo del sistema de salud nacional…NOT, tenían las máscaras pero no el medicamento, la búsqueda del medicamento en las farmacias adyacentes fue sin éxito. A todas estas yo no me podía quitar de la cabeza el pensamiento de esa noticia viral, pero lamentablemente verdadera, muy reciente del muchacho joven que murió por una bronquitis debido a la falta de medicamentos. Yo pensaba, bueno Lorena, this is the end, my only friend, the end, obviamente de una manera mucho más dramática y derrotista, entonces lloraba pero al llorar me asfixiaba más. Nos devolvimos a la casa en total oscuridad exterior e interior, sin faltar en el camino el señor en el basurero buscando comida, para finalmente dejar el orgullo a un lado y llamar a mis padres para que me buscaran y ver si por aquí en los Altos Mirandinos conseguíamos un lugar que me atendieran. Llegaron de inmediato y la historia fue similar, rebotada de varios sitios hasta que por obra y gracia del señor conseguimos un lugar donde el doctor de turno casualmente tenía las gotas necesarias para la nebulización (cabe destacar que era reserva del doctor, no las tenía el hospital). Al día siguiente me hice unos rayos X y la doctora que me los revisó me dijo que estaba a punto de tener una neumonía, me mandaron medicamentos (que costaron un ojo de la cara) y afortunadamente ya estoy mucho mejor.

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Radiografía de mis pulmones llenos de flema y sufrimiento

La segunda fue menos traumática y mi vida no estuvo en riesgo pero fue igual de ladilla y frustrante. Salí a hacer UNA COSA, una cosa muy sencilla que no debía tomarme más de 3 horas de mi vida: ir a revisar la mezcla de mi EP en casa de mi amigo que la está haciendo. La ida bien, hasta llegué antes de lo provisto y tuve tiempo para tentativamente sentarme a tomarme un café por ahí, lo que nunca sucedió porque no tenía dinero suficiente y lo que hice fue sentarme prácticamente en el piso y dañar mi bolso por abrirlo y cerrarlo de manera ladillada. Menos fue el tiempo de la revisión de la música y el compartir que lo que me tomó regresarme a mi casa. Llego a una Sabana Grande caótica, colapsada y full de gente, como siempre, y me dirijo hacia Plaza Venezuela para agarrar el bus a mi casa, ¿adivinaron? sí, sin ningún éxito. Digo, bueno, me voy en metro (mi cabeza no terminaba de entender que si no se podían agarrar camionetas era porque el metro estaba colapsado también), bajo al metro para encontrar la transferencia llena hasta arriba de las escaleras, viendo gente que asumió que no iba a agarrar metro por lo menos en una hora, relajada sentada vía la transferencia, hablando, leyendo y hasta tocando cuatro. Digo, bueno, esto va a ser imposible, voy a volver a intentar agarrar camioneta…NADA, esa vaina parecía la fotografía del bus en la India donde la gente está montada hasta arriba en el techo. Me armé de valor, vi de frente a frente a mi flojera y le dije: guárdate un rato que si no nunca vamos a llegar a la casa, y me fui caminando junto a manadas de gente que también aceptaron su destino: nunca iban a llegar en transporte a donde tenían que ir. Al llegar al edificio la conserje está afuera, se me queda viendo y me dice “tú tienes una cara de que no quieres caminar ni un paso más” y yo la veo como que “¿que comes que adivinas?”, le echo el cuento de que vengo caminando desde Sabana Grande, se sorprende y…bueno esa situación no lleva a más nada importante. Al llegar lo único que tengo en la cabeza es la canción del Binomio de Oro que dice “Caracas, Caracas, ¡como me gusta esta ciudad!” sólo que agregando un “dis” antes de gusta, posteo esa lírica modificada en mi Facebook para recibir un comentario de un amigo mexicano diciendo algo como “¿neta? ¿por qué dices eso?” y luego “sé objetiva”, se podrán imaginar la descarga Belmont que le hice al personaje en pleno muro.

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Fotografía de mi autoría que aunque es bastante antigua describe bastante bien el sentir de esos últimos días.

Así me despidió la capital, súper ruda y fea. Sé que igual de vez en cuando para cosas puntuales voy a tener que ir pero me quita un peso de encima estar fuera de ella, no mijo…yo soy de monte y culebra.

¿Y a ustedes cómo los trata Caracas?

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