Amantes trágicos (Relato)

Lucas la fue a ver. Ella estaba sentada en una mesa de acero que daba la impresión de durar toda la vida. Lucas imaginó que el acero estaba frío. De la montaña caía una neblina y quedaba cegaton a cualquiera que estuviese en el patio y el frío era un poco menos que insoportable.
—¿Cómo has estado Mary?
—He estado recuperándome —dijo Mary—, estoy mejor.
—¿Te tratan bien?
—El doctor no sirve, es un cerdo y se la pasa viendo a las enfermeras. Que lo he visto.
—¿Te mira a ti?
—No Lucas, qué va a mirar.

Lucas suspiró. Y miró al rededor y vio a una pareja de ancianos que estaba a unas dos mesas y temió resultar de esa manera.

—¿Quieres ir a casa?
—¿Para qué? Si debes de seguir con esa carajita.
Se levantó apoyando las manos contra la mesa. Las venas le resaltaron. Y le dio la espalda a su esposa. En la oficina del doctor, con toda aquella desilusión, le preguntó que cuando podía volver a verla. Y el doctor le dijo que era mejor si volvía en dos meses, a ver que pasaba.

Para agarrar un taxi tuvo que esperar, en una cola, una hora. La bajada era algo insoportable. Por algunas razón Lucas pensaba que en cualquier momento algo se le iba a atravesar al carro, y por la velocidad, y a bajada, entonces... Pero lograba controlar sus miedos. Al llegar al sitio subió las escaleras e introdujo las llaves en la puerta. Ahí estaba ella, la otra, la que no estaba tan cuerda como la otra. Tenía una botella de ron en la mano y Lucas se le acercó y la besó y luego se dio un trago. La besó con sus labios humemos y borrachos de alcohol.

—¿Cómo está tu amada esposa?
—No ha terminado de controlar sus problemas de ira.
—La llevaré a Maracaibo, ya veras.
Lucas bajó de nuevo las escaleras para tomar un poco de aire fresco. Las mujeres con minifalda caminaban por el lugar, y le hacían guiños. Al dinero no ha mi

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