[Cuentos de la dictadura] Mi abuelo y la encomienda

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Mi abuelo siempre fue una fuente increíble de historias para mí. Generalmente como sobremesa del almuerzo, nos quedábamos conversando y él me contaba anécdotas tanto de él como de otros de los tiempos de su juventud. De todas estas, no sé si era porque a mí me gusta tanto la historia, mis preferidas siempre fueron las que tenían que ver con los tiempos de dictadura.

Una de las que más recuerdo, fue durante los días después que estallara el alzamiento militar contra Pérez Jiménez el 1 de enero del 58. Él estaba en Caracas, y se había puesto de acuerdo para verse con uno de sus hermanos, que si mal no recuerdo era Mayor de la aviación. La ciudad estaba en una calma extraña, y era un secreto entre voces que algo estaba pasando por debajo de cuerda. Este hermano estaba dentro del movimiento de insurrección, sin embargo, la reunión era realmente para ponerse al día en temas familiares: ¿Cómo está Fulanita? ¿Qué has sabido de Menganito? Y ese tipo de preguntas y respuestas típicas de conversaciones con familiares a quienes no veías en bastante tiempo (sin contar que no había ni facebook, ni grupitos de Whatsapp en esa época).

La conversación se mantuvo en estos términos, hasta que a modo de finalización, ti tío abuelo le pasa por debajo de la mesa una pistola a mi abuelo. Él, que a pesar de nacer y criarse en la sierra de Falcón, no le gustaban (hasta lo que sé) las armas, inmediatamente le protestó a su hermano.

-¡Pero bueno! ¿Y tú qué piensas que voy a hacer yo con esto?

-Nada. Pero uno nunca sabe qué pueda pasar y contra quién vayan a ir si algo sale mal. Solo te pido que me la guardes por si acaso.

Mi abuelo encontró manera de convencerlo. Así que la conversación terminó, se despidieron y él Se montó en el autobús del camino de regreso con el periódico del día y aquel paquete indeseado.
A medio camino, se encuentran una alcabala del ejército:
-¡Para abajo todos! –Ordena el oficial al mando - ¡Papeles en Mano, vamos registrarlos uno por uno!
De más está decir que mi abuelo sudó frío. El pensar que estaba a punto de ir preso de una manera tan pendeja subió el nerviosismo a la N potencia. Según me contó, tuvo que sobreponerse a ese nerviosismo que lo hacía más sospechoso aún, y comenzar a pensar qué hacer con aquella “encomienda”.

Todos bajaron del autobús. Todos fueron requisados, incluyendo el propio vehículo.

Nadie fue arrestado.

En milésimas de segundo, se le ocurrió esconder la pistola entre los pliegos del periódico, y cuando le indicaran subir las manos para ser revisado, subir también el periódico que por supuesto tenía en la mano. Los soldados no vieron más allá del periódico, y lo dejaron montarse de nuevo.

Días después, luego de que cayera la dictadura, el paquete fue devuelto a su dueño sin necesidad de ser disparado.
Lo que me quedó de esa anécdota, es que ante situaciones donde aparentemente no hay salida alguna, siempre hay una ventana que sólo se puede abrir cuando con mente fría, prudencia piensas en tus posibilidades y actúas con valentía para salir de ellas.

La ventana está ahí. Solo hay que apartar la cortina de desesperanza.

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