Ciencia y piratería

El oficio de falsificar productos finos no es nuevo. Documentos muy antiguos revelan la manera en la que algunos alquimistas formulaban la receta para hacer oro, perlas y esmeraldas “piratas”. Hoy en día, la falsificación de vinos es una industria redituable para aquellos que dan “gato por liebre”. Sin embargo, incluso en esta época en que la química analítica está tan avanzada y existen sofisticados procedimientos para identificar pequeñísimas cantidades de cualquier sustancia, no ha sido fácil detectar si un vino es auténtico o no. Esto se debe a que dicha bebida es una mezcla muy compleja. Cada tipo de uva genera una diferente proporción de antocianinas, que son las sustancias que confieren al vino su coloración rojiza. Al principio se creyó que al determinar esta proporción se podría autentificar el líquido; no obstante, las condiciones climáticas de cada producción, el tiempo de fermentación, la temperatura y las enzimas presentes pueden alterarlo. Otra razón por la que resulta complicado estandarizar un procedimiento de análisis para determinar la autenticidad del vino es que los enólogos suelen hacer mezclas de composición no siempre constante durante la elaboración del vino. La genética parece ser la rama de la ciencia que podría asegurar si un vino es falso o no, luego de precisar la variedad de uva empleada en su elaboración. Para ello se trabaja ahora en establecimiento de una serie de “marcadores genéticos” en el adn de este fruto que permitan identificar cada una de las 2 mil 500 variedades existentes. El otro problema consiste en extraer y purificar el adn de las botellas de vino, pero los genetistas aseguran que si ha sido posible extraerlo de momias de más de 3 mil años de antigüedad, también podrán extraerlo de esa bebida.

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