Cumpliendo un mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

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Es un día gris. A través de la ventana de mi cuarto veo los nubarrones negros presagiando una tarde lluviosa. Los que vivímos acá en Sucre sabemos que estamos en periodo de lluvias, muy fuertes por ciento. Y aunque pareciera que los habitantes de la primogénita del continente - Cumaná estamos acostumbrados a estas cosas, nos preocupa un poco. Las inundaciones causadas por las incesantes lluvias han dejado a miles de personas sin hogar, las enfurecidas aguas no respetan nada. Los derrumbes de las humildes casas sepultan muebles, artefactos del hogar y hasta los más íntimos recuerdos familiares.

Me doy cuenta que la humedad reina en el ambiente. Los partes del tiempo que me envía la Oficina de Meteorología de mi propiedad nunca se equivocan; me refiero a mi rodilla derecha, que es mi mejor oficina de datos del tiempo. Cada vez que me paro o camino, su parte meteorológico me avisa que los dolores se calmaran si bajo un "poco de peso". ¿Que hago, entonces, con la arepa con queso y mantequilla que me preparó mi esposo? ¿Y con el café que emana un delicioso olor? ¿Devolverlo a la cocina? ¿Lanzarlo por la ventana? ¿O comérmelo? ¿Qué hacer? Como la cocina está lejos, y la ventana está cerrada opto por comérmelo, y de paso honro el trabajo esforzado de mi esposo.

Enciendo el televisor. Recorro con el control remoto los distintos canales en busca de las últimas noticias. Me detengo en uno, entre otras las noticias son las siguientes:

Las noticias son del mismo tenor más o menos casi cada semana, sin enumerar los otros delitos, tragedias y accidentes.

El género humano se está destruyendo. Las noticias que oímos todos los días nos llevan a un estado de impotencia ante el dolor de los demás. Pareciera que estamos como anestesiados. Vemos y escuchamos pero no sentimos. Lo único que nos preocupa es resolver nuestros propios problemas hasta el punto que el dolor ajeno no nos llega a conmover.

¿Qué es lo que nos está pasando? La respuesta es bien sencilla: Satanás se está dando el gran festín con el mundo.

Pero no todo es así. No todo es indolencia. No todo es indiferencia y egoísmo. No todo es falta de sensibilidad y solidaridad. Hay una gran porción de hombres y mujeres de todas las edades sensibles al dolor ajeno y al amor por su prójimo. Ellos están luchando a brazo partido contra las amenazas que todos los días se ciernen sobre los que menos tienen y sobre los que no tiene nada; sobre los que tienen frío, hambre y sed de Justicia; sobre los abandonados y desamparados, sobre los enfermos del cuerpo y del alma, sobre los condenados a la muerte eterna.

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El amor de Cristo está haciendo maravillas a través de hombres y mujeres que, a riesgo de su propia integridad, están dando horas preciosas de sus vidas para llevar a los lugares más inhóspitos y remotos, donde la hambruna se enseñorea de los niños y donde las enfermedades y la muerte cabalgan por meses y años sin que nadie las detenga, ropas, alimento, medicinas y una palabra de aliento y de amor. En medio de tanto dolor, esos hombres y mujeres reciben como una única paga una sonrisa.

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Hay un ejército de personas orando, otros que con su aporte económico contribuyen a aliviar sus necesidades más imprescindibles. Misioneros que cumplen funciones de madres, de padres, de médicos en los lugares más recónditos. Y es precisamente allí donde Jesús todos los días y en todo momento está haciendo prodigios y maravillas, sanando enfermos, levantando a paralíticos, devolviendo la vista a los ciegos, curando sorderas, rectificando huesos, sanando llagas y tumores. Milagros y más milagros. Cientos, miles de testimonios son proclamados todos los días y estos milagros sólo los puede hacer el amor de Cristo.

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Hazte parte de este grupo de personas que luchan y se preocupan por ayudar, por contribuir y apoyar a otros. Te lo aseguro, Dios te recompensará. Pero no lo hagas por esto, sólo por recibir algo a cambio de parte de Dios sino por el simple hecho de demostrar amor al prójimo.

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Juan 3:16 - Santa Biblia Reina Valera 1960.

Las fotografías son de mi autoría

DIOS TE BENDIGA

Lucas 1:37: "Porque nada hay imposible para Dios."

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