Un océano que recita vida entre susurros, y un sol que contempla un paisaje de cuerpos celestes que danzan en sus ejes al ritmo de la melodía etérea, eso percibo en su mirada, y en su sonrisa distingo lo sagrado de lo mortal, el roce efímero de nuestras manos concibe un sentimiento inefable, y su voz… Una armonía inmarcesible forjada en el olímpo y destinada a la excelencia.