Los buenos cerebros

Alucinante resulta saber que el Nobel Ramón y Cajal le combatió. Se enfrentó científicamente al médico catalán que pretendió demostrar que el cerebro de los catalanes era superior al del resto de los españoles. Da pena recordar el eco que dejaron los estudios del siglo XIX sobre la raza, los rasgos faciales, la forma del cráneo y las diferencias en el cerebro humano en la recámara, siempre como argumentos a sumar al supremacismo. Me viene a la memoria la secuencia en que Di Caprio, argumentando una de aquellas teorías pseudocientíficas, escenifica un tarantiniano ser o no ser con cráneo incluido en “Django desencadenado”.

Pseudociencia craneal. La Voz de Asturias

Pero el asunto no da para muchas bromas. Los laboriosos médicos del nazismo también se basaron en aquellas estupideces para probar sus escalofriantes investigaciones con prisioneros judíos, gitanos e incluso algunos españoles republicanos que les combatieron. Y el propio Hitler lo hizo en alguna ocasión para explicar a los alemanes buenos por qué eran de raza superior.

Cajal con cuatro de sus hijos en 1889

Una aterradora exposición que se ha inaugurado en Madrid sobre Auschwitz me ha dado pie al infausto recuerdo. Y respecto a la bonita crónica en la que se habla de cómo combatió Cajal al que fuera nombrado alcalde de Barcelona en 1899, Bartolomé Robert, médico y separatista, la firmaba Manuel Ansede en El País (os he dejado el enlace en el pie de foto, pero os lo repito aquí: https://elpais.com/elpais/2017/11/30/ciencia/1512040611_706407.html)

En el periódico barcelonés La Vanguardia del 15 de marzo de 1899 se publicó parte del discurso de aquel buen alcalde, titulado “La raza catalana”, en el que “demostró”, con una convicción que me resulta difícil contextualizar para no ser injusto, la inferioridad de quienes pertenecemos a regiones distintas de Cataluña en base a una menor forma ovalada de nuestros cerebros. Lo dejamos aquí, porque si no la cita a la crónica de un compañero sería en realidad un plagio.

Página de La Vanguardia 1899. EQM

Es de agradecer que se haya devuelto el nombre de don Santiago Ramón y Cajal a la palestra por varias razones. Primero, porque al revisitar su vida (algo que os recomiendo encarecidamente) resulta más fácil comprender aquel duro y apasionante tramo de la Historia de España y parte del mundo. Segundo, porque su vida merece una gran novela y una gran película aún inéditas. Tercero, porque la serie de televisión española en la que le encarnó el inolvidable actor Adolfo Marsillach merece mucho ser reprogramada. Y cuarto, por la necesidad de poner el foco mediático -tan proclive a alumbrar tonterías en nuestros días- en su feroz honestidad. Porque resulta difícil reírse de quien consiguió alzarse con el Premio Nobel de 1906 en Fisiología y Medicina en circunstancias tan adversas (a propósito, aunque fue profesor en la facultad de Medicina de Barcelona durante años, en Cataluña se le reivindica poco)

Clase de disección de Cajal en 1915. El País

Prueba de la honradez ejemplar de Cajal son algunos episodios vitales. Cuando le propusieron hacerse con el ministerio de Sanidad no lo aceptó; sin embargo, no rechazó ser senador vitalicio porque era un cargo que no tenía sueldo alguno. Tampoco rechazó ser director del Laboratorio de Investigaciones Biológicas, pero pidió que le bajaran el salario anual de diez mil pesetas de entonces a seis mil, considerando que era un coste excesivo para el Estado. Y siendo presidente de la llamada Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, consideró que era el momento de que su hijo Jorge marchara al extranjero para ampliar su horizonte como investigador. Cajal no le becó, aunque hubiese sido lo lógico. Queda constancia documental de que, cuando le preguntaron por qué no le concedió la beca a su propio hijo, Cajal contestó que por eso mismo: “por ser mi hijo”.
Y ahora, si quieren, sigamos hablando de lo inevitable que resulta la corrupción…

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