Erase una vez, un agricultor que tenía un pequeño huerto; él siempre soñaba que su huerto creciera, ya que todos los días trabajaba con mucho ahínco.
Ya cansado de tanto trabajar y no ver el fruto de su esfuerzo, fue a buscar una señora en el pueblo, que decían que concedía deseos.
Al siguiente día, salió al pueblo con el canto del gallo ki, ki, ri, ki, y llegó a la casa de la señora que concedía los deseos.
- Buen día, mi doña -amablemente le saludó-
- Ya sé a que viene agricultor, y como estás muy perturbado lo voy a ayudar. Escuche atentamente, cuando salga la luna grande y derrame su luz templada como relámpagos que se reflejan cobre un copo de nieve, usted le pide el deseo.
- Gracias mi doña. - dijo el agricultor-
Esa noche, el agricultor salió a ver la luna, lo iluminaba como una lluvia de perlas, allí pidió su deseo y de repente un rayito le llegó a su huerto.
Al transcurrir la noche, las plantas empezaron a germinar y a crecer como nunca, en especial una que creció tanto que llegó hasta el cielo; las cosechas empezaron a salir, todo era en abundancia.
Ilusionado se despertó al otro día, escuchaba todos los animales hablando, las gallinas decían entre sí:
- Hay que ayudar al patrón, hoy tenemos que poner como 100 huevos.
Desde ese momento su vida cambió para siempre, ya que hablaba con los animales y las plantas, su huerto fue el mejor del pueblo, porque suministraba a todos los habitantes de suculentos alimentos.
El agricultor mágico, al ver su éxito, fue a ver a la señora que le había concedido el deseo y le llevó toda clase de alimento que producía su huerto.
La señora entusiasmada le dijo:
- No me equivoqué contigo, tienes el don de la magia por tu nobleza e impetud para el trabajo. Sigue así y serás muy feliz.
Finalmente, el agricultor mágico fue muy feliz con su gran huerto.