La prueba del espejo

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Estoy frente al espejo, mirando cada detalle de mí. Mi rostro, mis ojos, mis defectos. Poco a poco voy profundizando en cada rasgo, pasando Por cada detalle y haciendo hincapié en cada cosa que no me gusta.

Mis ojos son de un color opaco, sin brillo. Muy lejos de esos ojos fantásticos de las estrellas de cine que derriten a las chicas. Tampoco tengo facciones varoniles, ni barba tupida, ni dientes blancos. Nada.

Siento frío y mi vista se nubla. Me encuentro ahogado en un mar de lamentos, de miedos y de angustias. Al verme al espejo y no encontrar lo que era de mi agrado, he sumergido mi alma en el Aqueronte, pero sin monedas para que el viejo barquero me salve.

Despierto de mi delirio, ahogado en pena y vacío. Comprendo que mi dolor no proviene de mis vacías expectativas, sino que no cumplo con las de los demás. Siento un recorrido eléctrico por mi espalda, un vigorizante escalofrío, que apremia mi descubrimiento y me regaña al mismo tiempo.

Descubro mi dolor y veo en el espejo a otro yo, uno más compasivo conmigo mismo, sin ser perfecto pero con mucho brillo en su interior. Hay bondad, hay perdón en su mirada, pues se trata de darme una nueva oportunidad a mí mismo.

Estuve frente al espejo, haciendo la prueba más importante, y he fallado. Pero me levanto y vuelvo a avanzar.

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