De divagaciones a la esperanza

A veces no sé a quién le escribo, no sé a quién le dedico tantas letras o quién es el responsable de la ausencia de ellas, y es que pasa que entre tanta confusión se me van los sujetos, los verbos y incluso los predicados.
Otras veces no sé qué escribo, no sé qué es lo que intento decir -o decirme- hasta que le doy rienda suelta a mis dedos. Quizá sólo le escriba a la esperanza, al deseo de esperar, al querer encontrar aquella fe que alguna vez se perdió.
O quizá sólo es un vano intento de dejar todo plasmado, de averiguar qué sucede para que así quede en ese lugar de la memoria que intenta ser olvido.

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Y es que hoy que ya casi todos te han perdido, hoy que la honestidad y el respeto han abandonado las calles de esta ciudad perdida. Hoy que ya no se puede caminar de noche, que todos han decidido abandonarte, se le abre paso al vacío con aires de adjetivo que no contiene nada.
Nos convertimos en ingratos llenos de recuerdos de aquel amor que alguna vez horadó nuestra alma y nos dejó sin tiempo.

Y sin ti.

Y entonces observamos el pasar de los pesares mientras nos convertimos en aquella espina clavada en nuestra propia alma.
¿Cómo se supone que podamos sobrevivir en este mundo si estamos tan llenos de dolor?
Y no sé si sabes por qué duele, tampoco sé si realmente importa o si habría alguna diferencia. Lo que sí sé es que no somos más que humanos con corazones que necesitan del dolor para poder sanar, porque no seríamos lo que somos si no fuera de esa manera.
Y si realmente tienes suerte, algún día alguien tomará tu mano y sabrás que es hora, que ha llegado el momento de finalmente subir aquella montaña que has admirado durante años. Y entonces subirás y cuando llegues a la cima, no podrás hacer otra cosa mas que darte cuenta de cuán hermoso es todo a tu alrededor.
Y es entonces cuando decido hablarte directamente, cuando decido pedirte que por favor no te vayas, que te mantengas tan fiel a mi como yo a ti. Te pido que, mientras aún tenga un hálito de vida, seas la último que pierda.

Y entonces me despido, alargando las manos a ese vacío que se forma en el espacio.

Sinmigo y sin él.

Pero nunca sin ti.

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