Qué pasa cuando pinto en acuarela
La pintura llegó a mi vida algo tarde, hace diez años acompañé a mi hijo menor que quería estudiar dibujo y pintura y me quedé yo, así lo resumo.
Aquellas tardes, concentrada en entender cómo una hoja podía ser además de verde, amarilla, azul, anaranjada o morada, todo en ella misma, me fascinó.
Al comienzo me costaba entender el lenguaje de los más avanzados. “Sigue así para que salga”, “ese color está muy puro”, “le falta atmósfera” y tantas otras expresiones que ahora sí las comprendo.
Desde siempre los colores pasteles eran más agradables a mis ojos, las cosas tenues, a medio terminar, o las muy acabadas, detalladas y que se parecieran lo máximo al objeto que se intentaba representar, no así lo abstracto, y muy poco lo surrealista.
Cuando uno está mayor y emprende un oficio, lo hace con más pasión porque sabe que el tiempo apremia, entonces se vuelve una esponja tratando de aprehender y aprender todo lo que le dicen y ese fue mi caso, me acerqué a conocer la acuarela y alguien me dijo “deja que la gota hable”, y ésta lo hizo, me habló de soledades, destierros, amores y desamores; mundos desconocidos, distancias y tiempo, pero también me acompañó y supo de mí, porque lo verdaderamente importante cuando pinto no es el producto final sino lo que pasa conmigo cuando lo estoy haciendo. Este rato de silencio y concentración, de estar sola conmigo misma aunque haya multitud, ese acto de conocimiento interior, no tiene precio.
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