Las mentiras del dictador

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No faltarán adjetivos dentro de 50 años para recordar a Nicolás Maduro: dictador, asesino, cruel, insensible, corrupto, bruto, obeso, mentiroso-compulsivo. Etcétera, etcétera, etcétera.

No sé cuál de éstos lo represente más, pero el de mentiroso-compulsivo debe ser uno de los más cercano, pues el elegido por Hugo Chávez para remplazarlo en el poder parece tener un serio problema para completar alguna oración sin decir una mentira.

La mayoría son las de siempre: guerra económica; lo quieren matar; le quieren dar un golpe de estado; tal medida ahora sí de verdad verdad va a resolver la economía de Venezuela; Juan Manuel Santos es culpable de esto y de aquello.

Por su parte, hay otras que rozan lo insólito con tanta magnitud que ni siquiera las personas que están a su alrededor, y que se supone deberían apoyarlo en todo, pueden disimular ante tales disparates.

Quizás la más simbólica en ese departamento fue la del pajarito. Que Chávez se le apareció en forma de pajarito. Y le habló.

Hasta Jorge Rodríguez, perverso montador de ollas –mentiras– por naturaleza, no pudo evitar sorprenderse al escucharlo. Es decir, no fue idea suya. Vaya a saber de quién fue la idea. Al menos yo no descarto al propio Maduro como autor intelectual de semejante cantinflada.

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También están las que, aunque han pasado desapercibidas, no dejan de ser dignas de un caso de estudio.

Durante las protestas antigubernamentales realizadas en 2017, Maduro afirmó en cadena nacional que un grupo de guarimberos –nombre que utilizan los miembros del Gobierno para referirse a los jóvenes venezolanos que participan en manifestaciones que suelen tornarse violentas– habían prendido en fuego un camión de la Misión Nevado –plan gubernamental creado para presuntamente ayudar a los animales que viven en situación de calle– que transportaba algunos perros adentros.

La patraña fue de tal tamaño que ni al equipo propagandístico del canal del Estado, Venezolana de Televisión, le dio chance hacer alguna nota partiendo de esa acusación.

Todo indica que fue una mentira improvisada. Algo que se le ocurrió en el momento y lo dijo. Así, como si nada.

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Maduro prometió mudarse a una casa de la Misión Vivienda. No cumplió. Fuente

En 2016 prometió que “pronto” se mudaría con su esposa, Cilia Flores, a una casa de la Misión Vivienda –programa gubernamental que entrega humildes casas a los venezolanos–, porque no tenía la necesidad de vivir en la casa presidencial. Que él sería feliz viviendo junto al pueblo. Además, agregó que pagaría la cuota inicial y sus respectivas mensualidades. Aún sigue en La Casona rodeado de lujos.

Durante su presentación ante la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente dijo que el liquiliqui -traje típico venezolano- que cargaba puesto, y el de su hijo, lo había diseñado su esposa Cilia, quien es una gran costurera. Ni siquiera Cilia, cuando fue enfocada por las cámaras de televisión, pudo hacerse la loca ante esa falacia y sólo le salió una sonrisa forzada.

Minutos después aseguró que él y su familia sólo comían productos distribuidos por el Estado y que se pagaban con el dinero de la cesta ticket que ganaba como presidente y que, según expresó, era de la misma cantidad que la que ganaba un obrero común y corriente, lo que podría catalogarse como una enorme burla al pueblo que día a día tiene que luchar por llevar tres comidas a la mesa en medio de la única hiperinflación del Siglo XXI, mientras el primer mandatario parece aumentar de peso cada 24 horas.

Sin embargo, el problema no parece ser su facilidad para mentir, sino que todo lo que lo rodea es una mentira.

Para empezar hay que destacar que posee una doble nacionalidad por haber nacido de un vientre colombiano, lo que hace que el hecho de ser presidente sea completamente ilegal. Luego hay que decir que se ha invertido mucho dinero en tratar de crearle una biografía que ni él se creería.

En 2017 se publicó un alucinante documental de su vida que fácilmente pudo haber sido escrito por los guionistas de Radio Rochela, donde se le retrata como un increíble ejemplo a seguir.

Según el material audiovisual, Maduro pudo ser el mejor pelotero en la historia del país, a pesar de que el único registro que habla de su presunto talento para jugar a la pelota es precisamente ese trabajo, basado en el testimonio de un periodista no-experto en este deporte; fue posiblemente el mejor músico de su generación; y era un líder nato que inspiraba a hacer el bien a todo el que estuviera a su alrededor.

Nada que ver con las investigaciones más serias sobre su pasado, como la que realizó Laura Helena Castillo y que fue titulada Nicolás Maduro: El heredero del traje pesado, que lo reflejan como un grandísimo vago que detestaba ver clases; que si no se graduó de bachillerato fue porque no quiso, pues todos sus hermanos son profesionales; que no era un gran líder sindical, sino un simple ser improductivo que buscaba cualquier excusa para protestar con la intención de no trabajar; que lo único positivo que se puede resaltar de su juventud es que debido a su gran tamaño defendió en más de una oportunidad a sus compañeros más pequeños cuando sufrían bullying en el colegio.

No es Maduro el primer dictador que miente y utiliza recursos que no le pertenecen para crear un mito alrededor de su figura. Lamentablemente puede que no sea el último. Pero probablemente es uno de los casos más tristes, ya que a pesar de toda la inversión que ha hecho, no logra arrastrar nada consigo: Maduro es el presidente más impopular de la historia de Venezuela e internacionalmente no levanta ningún tipo de pasión, como si lo hacía Chávez, por ejemplo.

Se perdieron esos cobres compadre, diría un amigo mío.

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