Perfil Psicológico De Un Niño De La Calle

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Estos menores “saben” sobre su condición y los problemas que les trae su modo de vida. Sin embargo, no abandonan la calle. Si saben sobre los daños que ocasiona la droga, ¿por qué siguen usándola? Si en los albergues se les brinda todo lo que no tienen: ¿por qué se marchan de ellos? Si están informados que la vida en la calle lleva casi invariablemente a la muerte, ¿por qué siguen ahí?.

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Estos niños son distintos a los llamados “normales”. Lo normal, para nosotros, es crecer en una familia. ¿Qué pasa si eso no sucede?

Estudiar la psicología de los menores callejizados implica conocer aquella del niño “normal”, para luego establecer comparaciones. No hay, rigurosamente, un sujeto normal asintomático; pero hay, sí, una media socialmente aceptada, que funciona como paradigma.

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Es normal que el sujeto humano se constituya a partir de otros humanos. Un recién nacido puede devenir un adulto adaptado a su entorno, socialmente útil, con una identidad sexual definida, con capacidad para gozar de la vida después de socializarse. Llegar a ser ese sujeto normal no está asegurado biológicamente.

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Hacerse ser humano es ingresar al mundo de la Ley, lo que va más allá del instinto. La Ley establece qué se puede y qué no se puede. Asumir esa clave simbólica se da necesariamente a través de otros pares; y en nuestro mundo generalmente cumple esa función el núcleo familiar. Cuando ello se cumple a medias, o cuando falla, sobrevienen problemas en el proceso de la socialización.

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En la infancia, a través de las figuras parentales, es donde el ser en formación se moldea. En ese difícil trabajo pueden ocurrir disrupciones; lo común es que los niños crecen y terminan siendo adaptados a su medio reproduciendo las normas sociales que recibieron. ¿Y los niños de la calle? ¿Deben ser abordados desde la psicopatología?

El fenómeno es un síntoma de la descomposición de las sociedades más pobres en su no planificado paso de agrarias a urbanas, con la marginación de vastos sectores.
Psicológicamente un niño de la calle es un niño “marginal”, un niño que “sobra”. En general provienen de hogares repletos de niños, donde su existencia concreta no es sentida por sus progenitores como un triunfo ni un milagro sino más bien como una carga. No son deseados, racionalmente planificados. Sus padres viven agobiados por la pobreza, por la descarnada lucha por sobrevivir; en muchos casos son bebedores severos o alcohólicos: no queda mayor tiempo para el cuidado y el amor. A veces fueron regalados, abandonados, pasaron de mano en mano o terminaron siendo criados en orfelinatos. En muchas ocasiones, ni siquiera fueron inscritos legalmente. Infinidad de veces se dan casos de abuso sexual; y casi como constante encontramos violencia física, del más variado estilo y calibre. Todas estas experiencias –dramáticas, durísimas– más que hacer sentir que son lo primordial en el hogar, los marca como estando de más. ¿Y qué le puede esperar a alguien a quien se le dice que “sobra”?

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Marginados y marginales psicológicamente, luego lo serán también en la estructura social. Si su familia de origen no los pudo contener, les hizo saber que sobraban, la sociedad más tarde los reafirma en ese lugar: con reformatorios, con desprecio, incluso con limosnas (¿alguno de nosotros le daría limosna a su propio hijo?).

Nadie se “cura” de ser niño de la calle; esto no es una enfermedad mental. Es, en todo caso, una disfunción psicosocial donde la psicología puede aportar algo. Pero seamos claros: con la actual tendencia económica global no hay solución para el problema. Los niños de la calle son un síntoma de una sociedad injusta que no resuelve sus diferencias estructurales, que hace que “sobre” gente en el mundo.

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