Lo lindo de emigrar, es decidirlo por cuenta propia.
La niña de la imagen es mi primita de 4 años, que emigrará de Venezuela en unos pocos meses. Ella es una dulzura, inquieta, muy elocuente y patriótica; no sé si es porque su padre es político, porque todas las noticias giran en torno a la situación o porque simplemente siente amor por el país.
Esa niña encantadora es como mi hermana menor (aunque le lleve 18 años, nos amamos como tal), esa que nunca tuve de manera natural.
Debido a la situación del país y a que está acostumbrada a sus amiguitos y familia, su madre (mi tía) decidió venderle la idea de vivir en otro país como algo maravilloso.
Ella, curiosa, le pregunta ¿mami, ya no amas al país?
Aunque un poco sorprendida, mi tía calló un momento y le respondió que sí lo ama y que siempre lo amará, pero que deben irse para que pueda tener al hermanito que tanto desea.
Ella, conforme con la respuesta, aceptó la propuesta, y a los pocos días me dijo que me llevaría con ella y que viviríamos juntas en otro país.
Y aunque ella está emocionada por su viaje y porque cree que me llevará en él; Yo (que se la realidad) estoy deseando el día en el que pueda reunirme con ella de nuevo. Soñando con que el tiempo y la distancia no sean tan largos y crueles con nuestra unión, y añorando el poder ser fuerte ante las adversidades.
Ahora pregunto yo ¿es justo dejar lo que quieres por obligación? ¿Por qué los venezolanos debemos acostumbrarnos a separarnos de nuestros seres queridos? Lamentablemente somos una generación con mucho potencial y pocas oportunidades.
Sé que a pesar de nuestro cansancio, saldremos satisfechos de esto. Dios aprieta pero no ahorca.
