Orbis, La Zona Olvidada - Relato Corto

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La Zona Olvidada.

El resplandor del Sol podía verse a través de las nubes en lo alto del cielo, era la hora de más calor en la mina, la temperatura debía rondar los cuarenta grados, Iván se sentó recostado de una de las ruedas del gigantesco camión volteo, uno de los que transportaba el material a la zona olvidada, sacó de su mochila una bolsa de tela en la que su madre había empacado cuidadosamente; tres bollos de pan, un recipiente con huevos cocidos y un pedazo de carne seca, además de un botella grande llena de agua, que originalmente estuvo congelada, pero ya era completamente líquida, aunque aún estaba fresca. Devoró rápidamente los panes, después de abrirlos con las manos y rellenarlos con los huevos y la carne, el tiempo para comer era poco, debía hacer la entrega del material antes de las tres de la tarde, de lo contrario, tendría que esperar a mañana para hacerlo y perdería parte de la paga del día.

Esta sería su tercera entrega del día, con suerte estaría de regreso a su casa para las cinco de la tarde, condujo el gigantesco camión a lo largo del lecho seco del rio desde la mina, por unos veinte minutos, antes de ver los letreros que anunciaban la entrada a la zona olvidada, a la vez que advertían que no se podía seguir adelante sin el uso de máscara respiradora, se vio en el espejo lateral, como confirmándose que la traía puesta, unos minutos después empezó a internarse en la bruma, por suerte no estaría mucho tiempo ahí, la suya era la última entrega de la tarde y ya no había camiones en cola para hacer la descarga de mineral.

El paisaje de la zona olvidada era como las ilustraciones de otros planetas que había visto en antiguos libros, cuando estuvo en la escuela; sólo habían rocas y tierra color naranja, y todo se veía opacado por una leve bruma de color amarillento que se iba haciendo más densa a medida que uno se internaba más en ella.

La pendiente que llevaba a la tolva de descarga estaba completamente despejada, frente a él, podía ver como se movían las gigantescas palas que transportaban el material a lo largo de una banda transportadora, que parecía no tener fin, elevándolo de la tolva hasta quien sabe dónde, pues se perdía entre la bruma unos cien metros más allá.

Se detuvo frente a la pendiente y giró el camión para subir en reversa y así poder descargar el mineral en la tolva, esta era la parte que más le asustaba de la maniobra, por suerte los sensores de retroceso del camión se sincronizaban con unos laser que estaban al borde del precipicio en la zona de descarga, así que sólo debía seguir las indicaciones de la voz que desde el altavoz le decía: -derecha, …, izquierda, diez metros para el borde, … derecha, deténgase, …, ya puede descargar-.

Detuvo el camión, colocó el freno y accionó el interruptor que volcaba el mineral en la tolva, el tropel de las grandes rocas cayendo y de las ruedas del molino dentro de la máquina, era tan ensordecedor que ahogaba por completo el ruido del motor del camión y el zumbido de la banda transportadora. Cuando se hubo detenido el ruido, supo que ya había terminado de descargar, así que nuevamente accionó el interruptor de la volqueta, esta vez en sentido contrario y se dispuso a descender la pendiente.

Cuando estuvo a unos cien metros de la pendiente, sintió una extraña vibración bajo su asiento y un nuevo ruido empezó a llenar la cabina del camión, un chirrido que se hacia cada vez más intenso, hasta llegar a ser doloroso; comenzó a levantar el pie del acelerador para detenerse, pero en ese preciso momento un tremendo estallido lo sacudió, levantándolo de su asiento y casi lo arroja sobre el volante, el camión empezó a detenerse por si solo, a la vez que una nube de humo negro salía por el escape, el chirrido empezaba a hacerse más grave a medida que el camión dejaba de avanzar; aun cuando pisaba más a fondo el acelerador, no recobraba velocidad.

Faltaban unos dos kilómetros para llegar a los letreros que anunciaban la salida de la zona olvidada, cuando el camión se detuvo por completo, el motor seguía andando, pero, por más que pisara el acelerador, no conseguía que se moviera. Iván tenía algunas ideas de lo que podía estar sucediendo, pero en ninguno de los casos tenía las herramientas, ni el tiempo, para ponerse a repararlo.

Si le hubiese ocurrido esto a otra hora, se detendría a esperar que otro camión pasase, para que lo llevara a la mina, ya alguien se ocuparía de remolcar el camión de regreso; pero el suyo era el último lote del día, ningún otro camión vendría hasta la mañana siguiente. Se podía quedar en la cabina del camión, el sistema filtrado de aire seguiría funcionando, mientras el motor estuviese encendido, pero no sabía si seguiría en marcha por mucho tiempo y de quedarse tendría que pasar la noche ahí. La otra opción era dejar el camión e irse caminando hasta la mina, que estaba a unos quince kilómetros, posiblemente llegaría después de las seis de la tarde, pero al menos ya no estaría en la zona olvidada.

Después de apagar el camión, Iván se ajustó la máscara respiradora, tomó su mochila y abrió la puerta, pudo ver como la bruma empezó a llenar la cabina, salió al estribo de la puerta y empezó a bajar la escalera, a mitad de camino del piso, se detuvo brevemente, para encender la lampara de emergencia que tenia adherida a su overol. Ya en el suelo abrió un compartimento que estaba a los pies de la escalera y sacó una caja que estaba ahí para las emergencias, la abrió y saco un par de lámparas de señales, un bolso negro con el logo de Orbis y una pequeña caja de herramientas, caminó hasta la parte trasera del camión y colocó una de las lámparas, que a manera de faro, empezó a girar emitiendo una intensa luz de color azul, luego emprendió camino en dirección a los letreros, dejando a su paso la otra lámpara, frente a la parte delantera del camión.

Anduvo unos quince minutos antes de dejar atrás los letreros, aunque aún no era seguro quitarse la máscara, se sintió aliviado de haber salido de ahí, siguió caminando por otros dos kilómetros antes de arriesgarse a quitarse la máscara, sentía que esa cosa más que ayudarlo a respirar, lo ahogaba, liberó uno de los seguros y la separó un poco de su mejilla, olió el aire que entró y sintió un repentino ardor en las nariz y la garganta a la vez que un olor a huevos podridos lleno la máscara, rápidamente volvió a ajustar el seguro y contuvo la respiración, a la vez que oprimía una y otra vez el botón de la bomba de purgado de la máscara, después de oprimirlo unas veinte veces tomo una bocanada de aire, el olor se había ido, se sintió aliviado, de no haberse quitado la máscara por completo y primero oler el aire, aunque ya estaba lejos de la zona olvidada, la peste de la bruma se sentía, recogió el bolso negro y la caja de herramientas y siguió caminando, faltaban unos cinco kilómetros para llegar cuando decidió probar nuevamente a quitarse la máscara, esta vez el aire se sintió normal así que continuó sin ella.

De regreso en la mina, el transporte para La Villa había salido hace una hora ya, así que tuvo que quedarse a dormir en los vestuarios, luego de quitarse el overol y darse un baño, porque sentía que la piel le picaba, por suerte, siempre tenía un cambio de ropa en la mochila. Mientras se quedaba dormido pensaba que no volvería a ofrecerse para llevar material a la zona olvidada, sin importar cuan buena fuese la paga. Ahora tenia que pensar como explicarle a su madre, cuando llegara a su casa al otro día, porque tenia ya dos semanas transportando material y no se lo había dicho, más aun después de la discusión que tuvieron aquella mañana, cuando empezó a hacerlo.

Texto original de @amart29, Barcelona, Venezuela, agosto de 2018

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  1. Orbis, El Abismo
  2. Orbis, La Caldera
  3. Orbis, Los Cavadores

Espero que este breve relato haya sido de su agrado, agradezco sus comentarios y opiniones.

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