Orbis, El Abismo - Relato Corto

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El Abismo

Isaías se sentó al borde del precipicio y miró hacia abajo, pudo ver colgar sus pies descalzos y bajo ellos, una densa bruma de color pardo, ocultaba el fondo del abismo, un profundo olor acre inundaba todo a su alrededor.

Se dio vuelta, al ver sobre su hombro, pudo observar una fila de árboles moribundos y ennegrecidos, por el humo de las fábricas que ocultaban el horizonte, al otro lado del cañón.

Se levantó, sus pies llenos de ampollas ardían intensamente, con pesadez se dio vuelta y bajó por un sendero entre los árboles, tras él dejó caer una grasienta bolsa de papel hecha bola.

Después de cruzar el bosquecillo de árboles moribundos, se encontró en un claro, donde la hierba crecía hasta la altura de sus tobillos, con un intenso color verde, frente a él un riachuelo prístino, metió sus adoloridos pies en la fría agua y se sentó en la orilla, la tierra era blanda ahí y se hundía un poco bajo el peso de su huesudo trasero.

A lo lejos escucho una voz chillona y distorsionada que lo despertó del sopor que empezaba a aturdirlo, - Isaías López, …, Isaías López, …, regrese al transporte o tendrá que esperar una hora por el próximo, y se le descontará de su paga del día -.

Isaías se puso en pie y corrió torpemente de vuelta por el sendero entre los arboles moribundos, dejando atrás el claro y su riachuelo, al salir del bosquecillo, bajo por una calzada de lozas que bordeaba el abismo, franqueada por una precaria baranda hecha de maderos ya casi podridos, unos cien metros más allá, se encontró frente al transporte.

Una suerte de vagón de monorriel de color gris plomo de unos diez metros de largo y con el logotipo de Orbis en sus puertas, dos a cada lado, frente a la única que se encontraba abierta estaba el supervisor de la cuadrilla, un tipo de tez amarillenta y cabello cano, a quienes sólo conocían como supervisor Rivas.

Rivas vio a Isaías y displicentemente le dijo, - Póngase las botas antes de entrar al transporte – y señaló el calzado que colgaba de su cuello, atado por las trenzas; como pudo. Isaías sacudió uno de sus ampollados pies. mientras lo levantaba a la altura de la rodilla de la pierna contraria, formando un cuatro con sus piernas, mientras apoyaba su hombro sobre el costado del transporte, luego se puso una de las botas sin atarla y repitió, con mayor dificultad, la operación con la pierna contraria.

-Súbase rápido y tome su filtro y su casco – dijo Rivas sin levantar la mirada, mientras revisaba algo en su tableta, cuando Isaías estuvo dentro del transporte, pasó y cerró la puerta tras él.

Una especie de suspiro largo y profundo se escuchó salir del transporte, que lentamente empezó a moverse por las vías que se hundían en el abismo, en una pendiente descendiente, perdiéndose entre la bruma que lo cubría.

La vía cruzaba de un lado al otro el cañón, internándose en un túnel excavado en una de sus paredes, antes de entrar en él, el transporte salió de entre la bruma, revelándose el fondo del abismo; donde una vez hubo un caudaloso rio, hoy se apilaban montañas de desperdicios, acumuladas ahí después de décadas de ser lanzados, desde las fábricas ubicadas en la parte superior del cañón y las viviendas que, como celdas de un panal de abejas, poblaban la pared de éste.

Entre las pilas de desechos, ya desintegrado por las lluvias, vientos y el calor, desde hace algunos meses, crecían pastizales amarillentos y algunos pocos arbustos, de pálidos verdes, empezaban a tomar forma. Este resurgir de vida, entre los desechos arrojados al yermo fondo del cañón, pudiera haber sido contemplado por los ocupantes del transporte, ignorantes del suceso, si éste hubiese tenido ventanas.

El transporte se perdió en las profundidades del túnel en el muro, rumbo a una de las fábricas de Orbis, que coronaban la cima del cañón, mientras en su interior Isaías, Rivas y los otros ocupantes, veían, en las pequeñas pantallas frente a sus asientos, información de seguridad sobre el uso del transporte y promociones sobre las últimas inversiones de Orbis para mejorar las condiciones de trabajo de sus empleados.

Texto original de @amart29, Barcelona, Venezuela, agosto de 2018

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Espero que este breve relato haya sido de su agrado, agradezco sus comentarios y opiniones.

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