Capítulo 48 | Alma sacrificada [Parte 2]

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Él huyó entre el humo y se perdió de mi vista. Bajé la mirada a mi sollozante secretaria y me arrodillé junto a ella. Del disparo en el pecho brotaba sangre cada segundo más Busqué un pañuelo en mi bolsillo y aplasté la herida. Ella apretaba las venas de su cuello y la sangre se empozaba en su garganta. Su ropa clara se atestó de rojo y su mano alcanzó mi chaqueta. Tiró de ella con sus escazas fuerzas y tragó.

—Sr. Rothman… —No podía hablar con claridad—. Ayúdeme.
—Estarás bien. —Apreté y sentía la sangre entre mis dedos—. Llamaré a urgencias.
—Destruyeron… todo.
—No te preocupes. —Hurgué entre mis bolsillos y tecleé a emergencias. Esperé que atendieran, con el alma en un hilo—. ¡Necesito una ambulancia! Fuimos atacados.
Indiqué la dirección y continué con Moon. Le costaba trabajo respirar, pero no podía colocarle de pie y llevarla a mi auto. Ni siquiera sabía si mi auto seguía afuera o lo explotaron junto a todo lo demás. Tampoco sabía cuántas personas quedaron con vida o la cantidad de cadáveres en el suelo. Sentí la mano ensangrentada de Moon en mi rodilla y atisbé como el alma abandonaba su cuerpo. Ella no resistiría que llegara la ayuda.
—No quiero morirme… —Una lágrima escapó de su ojo derecho y la mano que se sostenía de mi rodilla resbaló al suelo—. Sr. Rothman, no me deje… No quiero…
Ella mantuvo su mirada en el techo y detuvo su hablar. Moví un poco su cuerpo y llamé su nombre, pero al tocar su cuello, su pulso estaba ausente. Bajé la cabeza al suelo y observé el temblor en mis manos, junto a la sangre de mi ropa. Retiré las manos del cuerpo de Moon y me coloqué de pie. Trastabillé a la salida, escaleras abajo, mientras me tropezaba con los cuerpos de mis empleados. Todos estaban muertos, desde el recepcionista hasta el chico que entregaba el correo todos los días a media mañana.
Los escombros los cubrían, la sangre se esparcía por el suelo, los restos de amontonaban en las esquinas y los cristales crujían bajo mis pies. Revisé cada uno de los cuerpos en búsqueda de indicios de vida, sin embargo la búsqueda fue inútil. En la lejanía escuché el sonido de una ambulancia y las patrullas de la policía. Mi vista se nubló al colocarme de pie e intentar localizar la puerta de salida. Mis piernas no respondieron al instante y caí de bruces. Me rompí las palmas de las manos y las rodillas con los vidrios, antes de sentir el escozor de las lágrimas en mis ojos.
Limpié mis ojos e intenté colocarme de pie. Esa vez logré mantenerme algunos segundos. Cerré los ojos, respiré profundo y di grandes zancadas a la salida. La nieve cubría las calles y mi auto. El frío alcanzó su punto más alto y mi aliento se notaba en el aire. Divisé la solitaria calle y noté la ausencia de transeúntes. Elevé la mirada y observé el trabajo de mi vida convertido en cenizas. No quedó nada. Lo único que había allí adentro eran treinta cadáveres que se descomponían al paso de los minutos.
De nuevo trastabillé y me sujeté del capó de la camioneta. Entre esa laguna mental que me inundó la cabeza, recordé las palabras de Andrew. Hurgué en el bolsillo de mi chaqueta las llaves de la camioneta y subí a ella. Le quité la nieve al parabrisas y encendí el motor. Retrocedí y conduje como alma que llevaba el Diablo a la casa de Skyler. Tecleé su número en la consola y esperé que se cansara de repicar.
—¡Contéstame, maldita sea! —grité y golpeé el volante.
Cuando intenté remarcar su número, la señal se ausentó. Quité por unos segundos la vista de la carretera blanca y observé la consola. Aparecía una equis en el centro de la pantalla y decía que no había señal ni para una emergencia. Golpeé de nuevo el volante y maldije a toda voz que cada maldita cosa en mi cosa en mi vida se desmoronara.
—¡¿Qué le pasa a esta mierda?! —Del tirón la apagué.
El camino a casa de Skyler se componía de unos diez semáforos. Los primeros dos que pasé estaban oscuros, y en el tercero había un accidente. Bajé el cuerpo para observar la ausencia de luz en los semáforos. Eran esporádicas las veces que el sistema se dañaba, y cuando eso sucedía lo anunciaban. No era común que la señal telefónica se ausentara al mismo tiempo que la electricidad. Lo que haría era estúpido, pero debía confirmar mis sospechas. Así que encendí el radio, y todo fue aún peor.
—Debido a una falla en todo el territorio nacional, la electricidad se mantiene ausente en cada región del país. Nuestra emisora cuenta con una planta y gracias a ella los mantendremos informados. —La señal se cortaba por momentos, en los que no sabía si volvería—. Nos acaba de llegar información importante. Parece que fue un ataque cibernético a la planta de energía y el gobierno lo encubre como terrorismo organizado. No tenemos idea clara de lo que sucede, pero el problema es más grande de lo imaginado. Si se trata de un ataque terrorista, el país entero corre gran riesgo.
La señal se ausentó por completo y solo quedó estática. Apagué el radio y comencé analizar las palabras de la mujer. Era la primera vez que escuchaba de un ataque a la central eléctrica. Supuse que atacaban la parte más vulnerable para causar pánico entre las personas y aumentar el terror. Los accidentes serían mayores, la policía no sería suficiente y las personas malintencionadas aprovecharían el pánico para iniciar los saqueros. En menos de dos horas, la ciudad sería un infierno.
Conduje con más rapidez y evité las zonas pobladas de la ciudad. En menos de diez minutos estacioné en casa de Skyler. Retiré la llave del encendido y bajé de la camioneta. Miré a los alrededores y noté una camioneta verde estacionada al final de la cuadra, con vidrios polarizados y sin matrícula. Algo me decía que Skyler corría peligro dentro de la casa, y aun así tuve el coraje de entrar. Otra persona en mi lugar habría huido de allí cuando las cosas se pudieran rudas, o colocaran una pistola en su cabeza.
Respiré profundo y di grandes zancadas a la puerta. Giré la manija y entré. Grité su nombre varias veces y escaneé las partes que veía desde la puerta. Al cerrarla detrás de mi espalda, sentí la fría arma posarse en mi sien. De inmediato elevé las manos y miré por el rabillo del ojo a la mujer amarrada a una silla de la cocina, con un hilo de sangre corriendo por su pierna izquierda. Estaba lastimada, y en sus ojos atisbé su dolor.
—Bienvenido a la función, Steven Rothman —saludó la persona con el arma.
—¿Quién carajos eres tú?
—Soy el verdugo que cuida la guillotina. —Dio un paso a un lado y se destronó en una carcajada. Mantuvo el arma arriba y sus dientes afuera—. Mentira. ¿Viste tu expresión? Deberías relajarte un poco. Estoy aquí para matarlos, para nada más.
Colocó el arma en mi frente y atisbé a dos personas más salir y sujetar mis brazos.
—Toma asiento —emitió el hombre frente a mí—. Tengo una historia que contarte.
Bajó el arma. Uno de los que estaba detrás de mí, me empujó con un golpe en el centro de mi espalda. El otro arrastró la silla y me desplomó sobre ella. Enroscaron una cuerda doble en mis tobillos y en mis manos. Sentí la presión de la gruesa soga e imaginé el ardor que sería intentar quitármela. No me vendaron la boca como a Skyler, pero uno de ellos arrastró una silla y se sentí frente a mí, con las piernas abiertas.
Reposó sus brazos en el espaldar de la silla y colgó el arma de su mano derecha. Los otros dos hombres se posaron detrás de él, con el arma en sus vientres. Estábamos ante una banda de sicarios o el principio de una matanza nueva.
—Hace más de veinticinco años, mi jefe se enamoró de una hermosa niña de cabello rojizo. Ella no le prestó la atención necesaria, así que él se empecinó en conseguir su cariño. Años después, ella posó sus ojos sobre él, pero otra persona se interpuso en el camino. Mi jefe, un hombre poderoso que puede hacer lo inimaginable por mentes de parásitos como las suyas, tuvo una idea y la fue mejorando al paso de los años.
El hombre frente a mí no pasaba de treinta años, cabello rubio y ojos claros. Sentía que lo conocía de alguna parte, sin embargo no logré encontrar sus ojos en mi cabeza. Por más que me esforcé en entender lo que el muchacho decía, me costaba trabajo. Moví mis piernas y los brazos, pero solo conseguí que la soga irritara mis muñecas.
—Mi jefe ahora es un hombre tan poderoso, que puede quitarles la electricidad con un chasquido de dedos. Es un hombre que no le teme al poder que maneja, y ama los juegos macabros. —Rascó su barbilla salpicada de vello y reacomodó si trasero en la silla—. Ustedes ahora son parte de ese juego macabro que él ideó.
Miré a Skyler y vislumbré el maquillaje corrido por sus mejillas. Su cabello continuaba alborotado, el labial manchaba el pañuelo en su boca y las lágrimas negras ensuciaban sus mejillas. Intenté preguntarle con la si ella entendía lo que el hombre decía, pero Skyler era un manojo de nervios y llanto. Ella no era la persona más valiente en ese momento, y menos aun cuando el bebé corría tanto peligro.
—Seguro se preguntarán qué papel tienen ustedes en todo esto. De hecho es muy simple. En el microondas hay una bomba que detonará en menos de —alzó la chaqueta y observé el reloj en su muñeca izquierda— veinte minutos. La única forma de que ustedes salgan vivos de aquí, es si las personas a las que lastimaron tanto logran perdonarlos. Esto es tan divertido, que debería hacerlo gratis.
Habló con los otros hombres como si estuviésemos viendo un juego de futbol. El hombre central o el que parecía el líder de los tres, le pidió al de la chaqueta azul marino que le buscara una cerveza. El muchacho salió y le gritó que no había licor en el refrigerador, pero que encontró una botella a medio tomar de whisky. El líder pegó su boca a la botella y lanzó una grotesca cantidad dentro de la garganta.
Limpió la boca de la botella con el dorso de la mano y la colgó de su mano izquierda. Yo me mantuve quieto los instantes que ellos nos veían fijamente, pero cuando volteaba la cabeza rozaba mis miembros para soltarme. Sentía que no lograba mucho, aun cuando mis manos estaban un poco menos apretadas. El muchacho alzó la botella y lanzó más licor en su garganta. Quizá buscaba valor para matarnos o dejarnos ahí hasta que la bomba detonara. De igual forma, sabía que moriríamos.
—Voy a explicarles con mayor facilidad. Siento que no entendieron del todo lo que les expliqué. —Se colocó de pie e impactó el pecho de uno de los muchachos con la botella a medio tomar. Cuando regresó la mirada a nosotros, continuó—. Mi jefe, el hombre poderoso, esta justo ahora con ellos y les explica el plan macabro que ideó. La ventaja de mi jefe, es que él siempre tiene seguros de vida. Justo ahora, sus seguros son ustedes y una mujer de avanzada edad amarrada a una incómoda silla.
El muchacho de la botella ingirió un poco y comenzaron a pasarse la botella entre ellos. Cuando la primera ronda terminó, el líder regresó a la silla y rascó de nuevo su barba. Me atemorizaba que solo tuviéramos veinte minutos y ellos estuviesen tan relajados. ¿Qué estaban esperando? No entendía del todo lo que sucedía y Skyler tampoco. Sentía que éramos simples peones del juego, tal como Andrew lo dijo.
—El juego es este. Si las personas matan a mi jefe, ustedes mueren con él. Pero si ellos sienten compasión, ustedes vivirán —comentó como lo más normal del mundo. Él lo explicaba cómo una clase de matemáticas para niños de primer grado—. La vida de ustedes esta en las manos de ellos. ¡¿No les parece excitante?! Ustedes jugaron con Ezra Wilde, y ahora él tiene el poder de cobrarse su más grande venganza con una detonación que los aniquilaría a ambos… Perdón, a los tres. ¿No es tremendamente excitante?
Skyler comenzó a moverse y provocar sonidos. Temí por ella. Podían golpearla una vez más si no se mantenía en silencio. Uno de ellos, el que estaba a la derecha del líder, soltó un bufido y le preguntó si le quitaban la mordaza. El líder le dijo que se lo quitara por unos minutos, mientras movía un poco la boca. Seguí con la mirada las pisadas del muchacho y cuando quitó el trozo de tela de la boca de Skyler. Ella no la movió para quitarse los calambres. En su lugar comentó algo a la conversación.
—No pienso como ustedes. Son unos malditos asesinos contratados por ese hombre de poder. —Su voz se quebró y una lágrima brotó—. Ezra hará lo correcto.
—Déjame dudarlo —masculló y sonrió el que le quitó la mordaza.
—Lo conozco —reiteró ella—. Él no nos matará.
—Cariño, la venganza oscurece hasta los ojos más claros —espetó el líder, seguido de una risa sarcástica—. Mi jefe ha hecho cosas tan crueles que Ezra no dudará en matarlo. Aquí su única esperanza debería estar puesta en Andrea. Ella es la única cuerda de todo este manicomio. Así que yo en su lugar, comenzaría a rezar.
Se colocó de pie y caminó a la silla de Skyler. Le apretó la mejilla y limpió las lágrimas con el inverso de la mano. Ella cerró los ojos y movió el rostro a un lado. Escuché que él le dijo que era una mujer hermosa y que valía la pena dar la vida por ella. Sentí mi sangre hervir como agua dentro de una tetera, cuando él bajó la mano y tocó su rodilla. Nosotros no estábamos en nuestro mejor momento, pero no podía permitir que él o los otros dos desgraciados se aprovecharan de ella.
El muchacho sonrió y quitó la mano de la rodilla de Skyler. Desvió la mirada a mi cuerpo y golpeó la mejilla de ella con un poco de fuerza.
—Habla con ella. Quizá sea la última vez. —Extrajo el arma de su pantalón y la colocó en la mejilla derecha de Skyler—. Si gritas, lo degollo frente a ti.
Ellos se fueron a la cocina, a terminar de beberse la botella de whisky. Skyler lloraba como una niña pequeña, sus hombros intentaban encogerse y su cuerpo temblaba ligeramente. Estaba tan asustada como yo por la decisión de alguien más. Estábamos en las manos de Ezra Wilde, de forma literal. Él tenía el poder de destruirnos y hacernos pagar todo el daño que le hicimos. Por un momento quise tener la certeza de Skyler, pero conocía bien a Ezra, y él era un hombre de armas tomar.
Por otra parte estaba la careta que usas cuando la persona que quieres esta en peligro. Lo ético y moral, siempre sería mentir de la forma más humana posible, ante las dificultades. Siempre estuvo correcto mentir cuando las cosas se complicaban o sabías en tu interior que no saldrías vivo de un lugar. Skyler necesitaba que la bañara con mi mentira, aun cuando no logré hacerlo de la forma que quería.
Moví mis manos dentro de las sogas y sentí el escozor en mis muñecas lastimadas. Skyler no se tomaba la molestia de intentar desatarse. En parte la entendía. Debía sentir dolor, o esa sangre no correría por sus piernas. Sentí pavor por el bebé y si ese corazón seguía latiendo en su interior. Quería creer que nuestro bebé era fuerte, pero la sangre nunca fue una buena señal. Así que en lugar de enfocarme en su dolor, pregunté.
—¿Cómo pasó esto?
Ella desvió su mirada de la puerta a mí. En sus ojos claros noté un alto grado de desesperación y el indicio de un temor palpable. Ella relamió sus labios y abrió su boca Una lágrima resbaló por su mejilla y entró a su boca. Skyler tragó saliva y bajó la mirada a sus piernas. Cerró los ojos unos segundos y emitió un leve sollozo.
—Estaba en casa, limpiando, cuando de pronto llegaron, me golpearon y me colocaron aquí —sollozó las palabras como si le provocaran un dolor aún más agudo. Ella me necesitaba, sin embargo lo que ella esperaba que hiciera, era un suicidio al que no podía sucumbir—. Tengo mucho miedo, Steven. No sé qué van hacer con nosotros. Tampoco entiendo lo de Ezra. ¿En qué estamos metidos sin saber?
—No tengo idea. —Moví la cabeza—. Ezra no me contó nada. No sé qué sea esto.
Ella cerró los ojos y movió la cabeza. La observé pestañear para retirar las lágrimas de sus pestañas. Cuando uno de los malditos que nos tenían apresados pasó frente a ella, Skyler lo siguió con la mirada y la movió a mí.
—¿Por qué estás aquí?
—Me preocupé por ti y por el…—me detuve de inmediato. Cerré los ojos y me imploré a mí mismo que lo del bebé era un error. Y sí, entendía que los hijos nunca lo eran, pero yo no quería tener un hijo de ella, no después de Dawson—. ¿Cómo están?
—No estoy bien. Me golpearon el vientre y me duele mucho. —Bajó de nuevo la mirada y sonó su nariz. Por un momento se perdió en sus pensamientos, poco antes de regresar su mirada a mis ojos y suplicarme algo que no podía hacer—. No quiero perder a mi bebé, Steven. No me merezco esto. Dime que todo estará bien.
—No te puedo mentir —susurré de pronto—. No sé qué ocurrirá en unos minutos.
—Suficiente —interrumpió el líder—. Ya no se te encogerá la lengua.
Le colocó de nuevo la mordaza y fue por el resto del licor. Esperamos por largos minutos una decisión que no sabíamos si nos favorecía o no. Entre lapsos en los que pasaban frente a nosotros, le pregunté al líder por qué nos hacían eso. Él respondió que todo se trataba de un juego al que pertenecíamos. También comentó que su jefe era un hombre al que le gustaba regocijarse en la justicia por mano propia, y que la elección que pendía de Ezra, no era más que una venganza terrenal.
—¡Diez minutos para explotar! —vociferó—. Esta decisión tarda mucho.
Mi corazón estaba a punto de explotar, cuando el teléfono sonó. Habían pasado uno minutos desde el anuncio de los diez minutos, así que no teníamos mucho tiempo. El muchacho respondió, asintió y colgó. Movió la mirada de uno al otro, por lo que pareció una eternidad. Al final, guardó el teléfono y caminó a la cocina. Supe de inmediato que Ezra había decidido asesinarnos. Y lo entendía. Lo que hicimos fue una bajeza.
—Ustedes deben ser las dos personas más afortunadas. —El muchacho le lanzó un cuchillo de carnicería a uno de sus colegas y frotó sus manos—. Desátalos.
Vimos la gloria y los ángeles, cuando el chico desató las cuerdas de mis manos y las de Skyler. Antes de lograr levantarme de la silla, el líder apretó mi pecho con la suela de su bota e inclinó su cuerpo hacia adelante. Sus ojos eran unos que nunca olvidaría.
—Quedan diez segundos —espetó y sonrió con malicia—. Les sugiero que corran.
Me desaté como pude y me abalancé sobre Skyler. Corrimos a la salida, segundos antes de escuchar la detonación y sentir esa mano invisible que nos empujó sobre la nieve. Sentí los trozos de madera caer sobre mi cuerpo y el calor del incendio. Skyler sollozó con mayor fuerza, al colocarnos de pie y notar la sangre sobre la nieve. La subí a la camioneta y fuimos directo al hospital. Me senté en la sala de espera y esperé.
Se me hizo eterna la espera, hasta que el doctor me dijo que solo tenía un leve desprendimiento de placenta, pero que estaría bien si se cuidaba. Le agradecí al cielo que por una vez sucediera algo bueno ese día. El doctor no me permitió verla, así que en su lugar llamé a Ezra. El tono de su voz fue áspero al agradecerle no matarnos. Él, con esa voz frívola, respondió: No me agradezcas. Por mí, estarían muertos.
Me sentí terrible, aún más cuando Skyler formuló la pregunta del millón.

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