4M: Una izquierda desnortada y una España que recupera el rumbo.

“El fascismo ha arrasado en Madrid”. “Los madrileños han votado a los nazis en masa”. Era la lectura que hacían la pasada noche de martes electoral. La izquierda española ha perdido el contacto con la sociedad y ayer lo constatamos definitivamente.

Los madrileños salieron un martes laborable a las urnas, y ni el contexto de la pandemia supuso impedimento para que la participación batiera el récord histórico en 40 años de elecciones en la Comunidad de Madrid. Pidieron que hablara la mayoría, y la mayoría habló. Madrid gritó libertad, pero también basta; basta de tragar con asuntos estériles que nada casan con la realidad; basta de que el debate público se centre en el falso antifascismo, en la colectivización de los ciudadanos y en soportar la permanente soberbia, mentira e incompetencia de un Gobierno que, junto a su brazo mediático, ha basado su estrategia en ridiculizar e insultar durante meses a la mujer que preside y presidirá la Comunidad de Madrid.

Mientras, la izquierda sigue en su mundo paralelo; siguen en los impuestos e impuestas y las empresas y empresos; siguen en la línea que les lleva a acusar de amparar la violencia infantil a quien se ría de la palabra niñes; siguen linchando a quien se atreva a disentir lo más mínimo de la agenda de pensamiento que imponen. Y cada vez son más los que se levantan.

Mientras Sánchez nos daba homilías electorales desde el Palacio de la Moncloa durante el primer Estado de Alarma, la izquierda decidió que era una buena opción reírse de las lágrimas de una presidenta autonómica en un funeral, centrar todo el debate mediático en cuatro pizzas infantiles o insultarla por proporcionar mascarillas demasiado buenas a toda la población. Más tarde se enfrentaron a algo para ellos inesperado, y es que la izquierda de las mareas blancas tenía que oponerse a la construcción de un hospital público en la pandemia del siglo, sin duda una tarea complicada, pero por supuesto que lograron articularlo. Las consignas, recordad, fueron que no había máquinas de café, que era un hospital sin médicos, que no hacía falta y que había costado mucho dinero. La rabia les llevó después a llamar a los madrileños supercontagiadores y bomba vírica, y por algún motivo no les han recompensado electoralmente.

Al ver que con la gestión sanitaria poco tenían que hacer, decidieron emprender la batalla fiscal. Fue entonces, cuando los madrileños nos convertimos durante semanas en ricos y poderosos evasores de impuestos que disfrutábamos de un paraíso fiscal. Una operación, que junto a la de llamarnos el turismo de borrachera de Europa, tampoco resultaba muy convincente para atraer a su electorado, preocupado por entonces en la apertura de su negocio, en pagar las nóminas o en poder reunirse con sus familiares después de este fatídico año.

La izquierda lleva demasiados años comportándose como un ente que inventa y soluciona problemas. Hasta el día de hoy han podido fijar la agenda mediática, controlar la opinión pública e imponer esa doble vara de medir que siempre han acostumbrado a utilizar sin resistencia. Y eso el martes cambió. La victoria de Ayuso, que superó a todo el bloque de la izquierda junta, relegó al PSOE a tercera fuerza y sacó a Pablo Iglesias de la política española, supone un haz de esperanza que se vislumbra en el futuro más próximo.

Dicen que después de la tormenta siempre llega la calma, o no. Lo cierto es que durante la resaca electoral podríamos esperar una reflexión, o al menos el silencio avergonzado por parte de a quienes los madrileños dieron carpetazo e hicieron marcar su peor resultado histórico. Pero lo cierto es que una desatada Carmen Calvo, celosa de los gritos de ¡Al fascismo se le para, no pasarán! de Adriana Lastra en campaña, redobló la apuesta y sentenció: la libertad es la que les llevaba a asesinar en los campos de concentración. Es la consecuencia natural de un camino emprendido hace ya años; que comenzó llamando facha a todo el disidente, luego fascistas y culmina comparando a Isabel Díaz Ayuso con Adolf Hitler. No soy yo un experto en comunicación política, pero auguro pocos éxitos futuros a quien abiertamente tache de nazis al 55% de la población madrileña. Han perdido completamente la cabeza.

Ayuso y el PP.
El PP ha ganado las elecciones, evidentemente. Es indiscutible que son las siglas de Díaz Ayuso y que fue Pablo Casado quien se fijó en ella y la designó cuando era una desconocida para todos, pero lo cierto es que estos días contemplamos atónitos el intento de la dirección nacional del PP no de reivindicar, como es natural, sino de atrever a atribuirse parte de esta victoria electoral; lo que puede no dar ningún resultado y volverse incluso en su contra.

Si algo caracteriza al mandato de Díaz Ayuso es la indiferencia que le producen la opinión y ataques de la actual pseudoizquierda desnortada. Y aquí está el quid de la cuestión; Ayuso no ha diseñado su campaña política, ni su lucha contra la pandemia con el ojo puesto en el retrovisor esperando el beneplácito de una izquierda hiperventilada que tiene a Lastra y Jorge Javier por referentes intelectuales, no lo ha hecho buscando el apoyo de quien ha cosechado los peores resultado en el mundo en lo que refiere a la gestión económica y sanitaria del último año. Resistió ante ataques, mentiras y humillaciones durante meses, pero con un rumbo fijo que no le hizo desviarse y que los madrileños han sabido reconocer. Tampoco ha diseñado su acción política con el ojo demasiado puesto en Génova, desde donde hace meses rumoreaban el deseo de apartarla, o fijándose en el resto de autonomías gobernadas por los populares, que siguieron la praxis de cerrarlo todo durante meses.

En esta actitud, de rumbo claro y luces largas, es donde radica la diferencia con un Partido Popular nacional que lleva buscando su hueco desde que Sánchez rompió el tablero político con la moción de censura del 18. Un PP que no termina de construir un liderazgo sólido y convincente que plante cara ante el Gobierno de España, que enarbole la libertad como eje vertebrador de su proyecto y que anteponga el interés general sobre las siglas de su partido. Es la propia Ayuso quien reivindica la idea de que su victoria trasciende las siglas políticas, y es ese mensaje el que ha triunfado. Su decisión de mantener en el gobierno a consejeros de Ciudadanos, como Marta Rivera, referente en su gestión de la cultura en la pandemia, apoya esta idea.

Confiemos en que este sea el punto de inflexión que devolvió el rumbo a España, porque la izquierda, encabezada por el Partido Socialista que hoy expulsa a Leguina de sus filas, constató hace tiempo que la única manera de ganar sería dividiendo y enfrentando a toda la sociedad, y se pusieron manos a la obra. Ellos son los demócratas, y el resto fascistas; ellos son los trabajadores, y el resto vagos multimillonarios evasores de impuestos; a ellos les preocupan las mujeres, y el resto son machistas. Lo han hecho durante meses, y lo seguirán haciendo, pero la sociedad madrileña ha dicho hasta aquí y como dijo una el martes, España empieza en Madrid.

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