Un agradable y Terrible Almuerzo Familiar.

Esta historia basada en hechos reales; ocurre alrededor del año 2006 en una comunidad al sur del estado Bolívar en Venezuela.
Fuente

Estando casada con mi primer esposo (que también es el segundo) vivíamos en Santa Elena de Uairén, justo en donde termina Venezuela y comienza Brasil. A 45 minutos de allí vive la familia de mi esposo a quien solíamos visitar los fines de semana. Estando en la casa de mi cuñada, hacíamos los preparativos para el almuerzo, un compartir agradable. La comida la servíamos al aire libre en un clima muy agradable y fresco. Uno de los invitados era el médico de la comunidad, uno de los llamado médicos cubanos.

Mi pequeño hijo de dos años era bastante inquieto y quería andar de su cuenta por los alrededores del jardín. Yo tenía el niño al alcance de mi vista, lo vi tomar un pequeño vaso plástico y le grité que lo soltara. Lo que no me imaginé era que mi cuñada había dejado olvidado ese vaso con un poco de cloro cerca del lavadero. Me levanté de prisa para evitar que el niño ingiriera el contenido del vaso (hasta ese momento yo no sabía lo que era). Pero llegué tarde. Mi niño lanzó un grito tan estridente. Fue un grito de dolor que penetró mi alma y mis huesos. Al instante su rostro se puso morado y la saliva era espesa. Lloraba sin parar, cada vez más desesperado y yo me encontraba impotente sin saber qué hacer un día domingo a 45 minutos del hospital más cercano.

Estando al borde de la desesperación, recuerdé que uno de los invitados era el médico, ¿el médico? Un médico reacciona ante una situación así. No hay que pedirle ayuda, de manera instintiva, saltan a la acción. Este permanecía impávido, como un espectador más. ¡Usted es médico! -le grité- ¡Haga algo!

El supuesto médico saltó de la silla con una cara de desconcierto imposible de disimular. Salió corriendo en busca de su estetoscopio para oscultar al niño.

  • ¿Para qué? Se está ahogando, ¿qué hago, dígame qué hago?

  • No lo sé. Provóquele el vómito.

Ok, intenté hacer eso. Le metí los dedos en la boca a mi pequeño hijo y resulté fuertemente mordisqueada. No logré el objetivo. En vista de la inutilidad de este médico, mi esposo y yo corrimos con nuestro hijo rumbo al hospital, donde una vez evaluado el caso me indicaron que lo que debíamos hacer era evitar a toda costa el vómito. Le pusieron suero y le administraron dramamine a fin de que el niño se mantuviera sin vomitar. Pasamos la noche en el hopital, y haciendo un paréntesis, a eso de las 12 de la noche apareció un hombre con traje blanco ofreciendome inscribir al niño en una escuela de hechicería. Lo que me faltaba. Cierro paréntesis.

No podía salir de mi asombro. Un médico me dice que provoque el vómito y en el hospital me dicen que hay que evitarlo a toda costa. A la mañana siguiente, nos fuimos a casa; todo bajo control, mi hijo en perfecto estado. Al llegar, tomé un frasco de cloro y leí las indicaciones a seguir en caso de intoxicación: Evitar el vómito.

Gracias a Dios no pude hacerlo vomitar. Gracias a Dios el niño me mordió con todas sus fuerzas, pues las concecuencias habrían sido fatales. El cloro que lo quemó al ser ingerido lo habría vuelto a quemar al ser expulsado. La traquea se inflama y pudo haber muerto camino al hospital. Siempre estaré agradecida de Dios porque mi niño no me permitió inducirle el vómito. Y siempre recuerdo a ese supuesto doctor, que no es doctor.


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