Comprendo el poder, soy homosexual

Te hago una pregunta: Cuando piensas en el poder, ¿imaginas una institución?, ¿ves a un gobernante?, ¿o lo asocias con armas, ejércitos y la policía? De cualquier manera, te apuesto a que te excluyes de esta definición, y quizá mi breve historia de homosexualidad te brinde una nueva perspectiva sobre el poder, y puedas asimilar fenómenos actuales que nos someten, sin siquiera saberlo.

¿Qué necesita el poder?
Vigilarte sin ser visto, pero antes, necesita convencerte de que esto es correcto.

Cuando era pequeño y comenzaba a tener un interés sexual en mis compañeros. Mi padre me llevó a un matadero para presenciar la muerte de un cerdo con el pretexto de “hacerme hombre”. Los gritos del animal se quedaron grabados en mi memoria como una pesadilla. Y comencé a tener mis primeras preguntas sobre la relaciones de poder. Por supuesto, jamás creí que llegaría a entender el sometimiento como lo hice muchos años después, pero la vida sorprende. Tampoco creí que sería diagnosticado con SIDA o que me tocaría vivir en Francia la invasión de Hitler siendo judío y, además, homosexual.

Como humanidad, me causaban intriga todos los motivos para sufrir. Este pesar se volvió causa de mi estudio: ¿Dónde está la raíz de esa imposición? En el humano mismo, era claro. Y di con un concepto clave: la imposición de una verdad.

Comprendí la primera característica del poder: necesita definirse, y después, aislar lo diferente.


Con mi padre, quien constantemente llamaba a los colegios para informarse de mi conducta, entendí que el principal papel del poder era imponer una verdad, y vigilar el comportamiento de sus alineados. Y así, como nunca me enteré de qué hacía por las noches cuando no llegaba a casa, el poder también necesitaba jamás ser observado, o cuestionado.
¿Pero de qué dependía que mi padre tuviera poder sobre mí?: ¿Era su fuerza, su voz grave y estricta?; ¿era su mal humor y temperamento?; ¿era algo más profundo, más impregnado en la sociedad? Muchas veces me escapé de casa. Pero no importaba hacia dónde fuera, la sociedad siempre me devolvía junto a la figura que habría de castigarme y vigilarme: mi padre. Entonces comprendí que no era él quien tenía un poder inherente sobre mí, sino que era la sociedad quien se lo daba, y había crecido tan inmiscuido en esa verdad que jamás la cuestioné: la razón del poder.
¿Por qué mi padre tenía el poder de castigarme? Porque como sociedad se la otorgábamos. Y creánme, sus castigos no eran justos, ni se los deseaba a nadie, y menos a un niño de mi edad.


Cuando crecí, me di cuenta
de que esta estructura de poder se repite en distintas esferas sociales, con mecanismos más sutiles, y arquitecturas mejor planeadas. Siempre con miras a lograr ese doble efecto: vigilar y castigar. Comprendí visualmente la estructura del poder en las cárceles, estudiando el panóptico.

La clave era sencilla: un punto alto, capaz de ver todas las celdas, pero, también capaz de que los presos jamás sepan si están siendo observados: Vigilar sin ser visto, castigar sin ser cuestionado.



¿Cuándo llegamos a aceptar
que nuestros padres tienen completo control para castigarnos? ¿Cuándo llegamos a aceptar que el poder puede condenarnos, matarnos o encerrarnos perpetuamente si no cumplimos con sus reglas? ¿Cuándo autorizamos que nuestra información más íntima estuviera en bases de datos, lista para ser vendida? ¿Cuándo aprobamos que nuestra única participación en las decisiones de gobierno sea emitir un voto cada 4 o 6 años para candidatos que, además, nos impusieron?

La respuesta es: ¡Hace mucho mucho tiempo!

Existía un problema en mi teoría: la subjetividad. Cada persona es un mundo, y me parecía fascinante que estuviésemos tan disciplinadamente alineados a una forma de vida, a una misma razón. Nacemos, vivimos en una familia, entramos a una escuela, salimos hacia una profesión, nos dan licencia para trabajar, nos retiramos y morimos. Me preguntaba: ¿Qué tiene de raro? Así lo hace todo el mundo, incluso las estrellas de televisión, los personajes de las series, del cine, las modelos en los carteles publicitarios. Todos tienen esa misma vida, respetan las reglas y cuando son muy buenos, incluso llegan a ser exitosos.

Claro, lo comprendí.
El poder necesita constantemente los medios de comunicación para emitir su verdad, e hilar nuestras subjetividades hacia un mismo modelo. Y quienes se salen de esa razón, de la verdad del poder; los aislamos, saboteamos o invadimos. Como a los locos en los manicomios. Como a los homosexuales en los campos de concentración. O como a...


¿Te suenan los “locos terroristas”?


Me llamo Michel Foucault
Soy uno de los pensadores más importantes del Siglo XX, y, como homosexual y reprimido, fui capaz de entender el terror social, el sometimiento y los mecanismos de control.

Te dejo mis obras, al menos dos de las que la historia ha considerado mis más importantes aportaciones a la filosofía del poder.

Vigilar y Castigar: : http://www.uruguaypiensa.org.uy/imgnoticias/592.pdf
La historia de la locura: http://www.uruguaypiensa.org.uy/imgnoticias/677.pdf

  • Te hago una pregunta.

Imaginen que hubiera vivido en estas épocas, viendo el nacimiento de la blockchain; una tecnología capaz de monitorear y volver imborrables todas nuestras transacciones financieras... Considerando si el dinero se volverá únicamente digital (como es la apuesta de muchos bancos y gobiernos de primer mundo): ¿Pensaría que la blockchain podría devenir en un nuevo panóptico del poder?

Autor de la semana @decomoescribir
Equipo de contenido original @cervantes.

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