En el Museo de Israel, la mujer revisaba antiguos pergaminos, comparando y fotografiando las bellas ilustraciones del Santo, que, con su amor por la infancia, originó la leyenda de Santa Klaus. Dana sonreía, pensaba que Noel, su hijo de seis años, le escribía, en casa, una carta a un hombre que había nacido más de mil ochocientos años atrás. Lanzó un deseo sobre el anillo, era el diez de diciembre.
En Paris, Noel, de la mano de su padre, paseaba por el hermoso mercado navideño de los Campos de Marte. Las cálidas casetas de madera, a lo largo del campo, justo frente a la Torre Eiffel ofrecían todo tipo de comidas y objetos artesanales para ser obsequiados en navidad.
Noel corría entre el bullicio e insistía en entrar a la gigantesca pista de patinaje sobre hielo. Por la mañana había hablado por teléfono con su madre. Ella le preguntó si había escrito su carta y qué había pedido de regalo. Él respondió que su papa le había dado su ayuda para escribir y que ya Santa Klaus sabía lo que quería.
Después de que llevó al niño a la cama, Michel llamó a su esposa, conversaron largamente. Hicieron un plan, se repartieron las tareas.
Dana llamaría a Santiago de Chile y a Nueva york, él a Buenos Aires y a Sao Paulo.
Después de cruzar llamadas Mikel se sintió asombrado y conmovido.
En Caracas, Esperanza organizaba su navidad. Había comenzado temprano para hacerlo con calma. Debía planear muy bien esos días para llenar las horas.
Iría a Misa de Gallo en Nochebuena con José, su esposo. Prepararía una cena con los sabores de siempre. Escucharía sus canciones navideñas favoritas. Se entregarían mutuamente sus libros de regalo -de José para Esperanza, de Esperanza para José- sin huir de los recuerdos.
Su pensamiento migraba, añorando, mientras colocaba cada adorno en cada sitio, como quien conjura el tiempo para que vuelva a comenzar.
No imaginaba Esperanza que aquel 24 de diciembre se haría el milagro.
Cuando bajaba las Escaleras de la Catedral de San Jorge, de la mano de José, Esperanza vio a un gordo San Nicolás sonando una campana. A su lado un pequeño grupo de personas, adultos y niños, aplaudían y sonreían debajo de sus gorros rojos con borlas blancas.
¡El niño Jesús me trajo a mis hijos! -gritó esmeralda, mientras buscaba la mirada de José.
Creía estar en un hermoso sueño… comenzó a recibir los abrazos y el calor de sus cinco hijos, de sus yernos, sus nueras y de sus siete hermosos nietos.
Feliz navidad, feliz navidad, repetía Santa Klaus.
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Me despido, agradeciendo su lectura.
Todas las fotografías son de mi autoría, realizadas sobre objetos propios y procesadas con Paint.