Foto tomada con Samsung Galaxy 3, el 4 de abril de 2018
Esta es una tierra que crece a la orilla del mar, donde el Sol es el Dios nuestro de cada día, el calor muerde a la brisa salvadora y la lluvia se hace rogar para salir a escena. Pero hay días en que ella se pone de mal humor y amenaza con ahogarnos; primero saca por la ventana sus bajos electrónicos que retumban en las lejanas montañas que se quejan como si fueran a explotar, luego su mirada de fuego capaz de hacer día la noche (descargas que fulminan el aliento del universo) y, por último, un manojo de cascadas interminables.
Ahora han caído las primeras lágrimas, la tierra árida abre los labios suplicante, las damas secas, otrora verdes, no logran atrapar sino limosnas, tan solo lo suficiente para no morir.
Pero ella no, la bugambilia salta por encima de la tierra, se abraza a la pared de la antigua casa, abre sus brazos al cielo, toma el diamante de rocío que visita su piel e irrumpe en un abanico de besos multicolores.
Yo me detuve por un momento, le dije lo hermosa que era y prometí contar nuestra historia.
