¡Meche!
Todo empezó esa tarde que me quedé dormida en el parque, Meche. Yo la acompañaba a todas partes y ahora huyo de ella. Le encantaba tomar sol, oler flores, perseguir mariposas. Cuando desperté oscurecía y la señorita estaba desmayada. Un perro enorme y negro la custodiaba. ¡Un perro feo, Meche! Me peló los dientes… Dormí en la habitación de la señorita esa noche. Bueno, si eso es dormir. Sentía a un animal acechando la habitación. Varias veces revisé ventanas y miré por las cortinas. Vi sombras moverse, escuché ruidos extraños y la señorita murmuraba locuras, sudaba. Todos los animales de la casa grande amanecieron muertos. ¡No le importó, Meche..! Sin esperarme ni comerse nada se fue al parque. La hallaron en la noche, pálida, con heridas en el cuello. Parecía muerta. Volví a quedarme a cuidarla. Se levantó con su dormilona celeste a media madrugada y caminó al parque. Ahí la esperaba un hombre alto y delgado, bajo cascadas de boca de dragón. Se fue con él... Traté de seguirlos, Meche, pero cuando llegué al portal todas las flores se habían secado en forma de calavera. Me escondí en el establo. Ella volvió, mató a los amos; horrible. Todo negro que se le acercó lo despedazó con sus manos... ¡Lo disfrutaba, Meche! Me vio huir. Aún se veía bonita con un lirio naranja en la oreja, a pesar de la sangre que la cubría. Me sonrió con maldad. Corrí. ¡Vámonos, Meche! Ya la señorita debe estar cerca. ¿Meche? ¿Qué ves? ¡Meche! ¡Ay no! Diosito santo, protég..!
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