Su sociedad era tecnológica, completamente avanzada, llena de robots y todo tipo de máquinas, sin embargo y no por ello los delitos disminuían, al contrario, los robos y los asesinatos marcaban el ritmo de los que allí vivían, parecía que mientras más avanzaban “eso”, que los separaba de ser alimañas también desaparecía y la conciencia y los valores ya en su ¿esencia? no cabían. No obstante, a esta raza que aún le llamaban humana, con horror a algo le temían y aunque su mundo era un desastre, donde las normas no se cumplían, a la corte interestelar con su sentencia favorita:- Lanzar a los culpables al espacio, en una capsula marcada y a la deriva, dejando que el universo les cobrase los crímenes y las felonías-, les evitaba exportar el mal, que los manchaba como raza caída, pues era preferible el suicidio que sufrir tal agonía.
Fue así, como su explorador más rutilante, se despertó esa mañana luego de un juicio de 200 días, en el que oída su sentencia por: “Desapariciones forzadas y extremidades humanas consumidas”, recibió por condena la mal llamada muerte errante, que lo convirtió en un náufrago más del infinito, en un espectro con tumba danzante, en un despojo humano castigado al olvido.