Prohibido entrar al lago.
El jefe de la policía local reforzó los clavos en el letrero después del último incidente: Lucy Monroe había aparecido enganchada a las redes de un pescador en el lago Phelps la tarde del 4 de octubre. La niña tenía los labios azules y la piel viscosa por el contacto con las algas. Algunos peces habían comenzado a mordisquear su rostro y las yemas de sus dedos. La autopsia registró como causa de muerte un derrame cerebral. Tenía 8 años.
El caso Monroe consternó a los ya de por sí asustados habitantes del pueblo. Algunos dijeron que había que drenar el lago, otros iniciaron el rumor de un asesino suelto. No había explicación para los fallecimientos: 6 en total. Todos por derrame. Todos en el lago. Todos niños. ¿Por qué morían los jóvenes? Mientras yacía de pie ante el cuerpo de Lucy Monroe, cubierto por una sábana blanca, en la morgue, el jefe de policía sintió un escalofrío: ¿podría ser que todo estuviera relacionado con las luces?
En la zona sur del lago Phelps se llevaba a cabo una investigación por un fenómeno de fluorescencia en el agua. Los biólogos todavía no determinaban la razón pero aseguraban que se trataba de una situación “inofensiva”. El funcionario no podía pactar con esa versión. Mucho menos cuando la pequeña Lucy se incorporó sobre la camilla y la sábana descubrió su cadáver, repuesto, ante los ojos de él.
La niña miró al policía y abrió la boca: dentro brillaban las luces.