Disfrutar la vida tiene múltiples aristas -tal como el sufrirla- entonces cada quien la goza y la sufre a su medida, pero hay un disfrute que hoy quiero compartir. El de regresar a los 7 años. Comportarte como tal. Vivir a través de la niña-niño interior y hacer lo que hubieses hecho a los 7 años como si estuviese sucediendo.
Un ejercicio que solo ahora, jugando con mi sobrina Lorena, he podido vivirlo a plenitud. Porque cuando mi hijo tenía 7, yo estaba en otra etapa, una en la que no me permitía disfrutarme como esa niña eterna que soy. Estaba sufriendo los velos que tenía nublando mi horizonte.
El tiempo pasó y muchos de esos velos se corrieron para tener una vista más clara del camino. Ahora esa visión me permite ver las flores y los árboles alrededor, y bailar de alegría, aunque el peligro de los lobos acechando sea siempre una realidad latente. Sin embargo, he podido comprobar que con tanta risa, juego y ruido, los lobos no se acercan.
La niña quería un paseo, enseñarme su lugar favorito para ir a disfrutar la tarde. Mostrarme las flores y los pájaros cantando, seguir el rastro de un hormiguero, ver pastar a la vaca de Miguel Méndez.
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Era el mismo lugar en el que su papá y yo jugábamos a caminar como reyes por un gran paseo de palmeras que abre al pueblo y es la entrada a la escuela de cadetes Antonio Maceo -otrora Instituto Cívico Militar- y de paso concluir la caminata en el parque infantil, que aún conserva algún columpio sano y alguno que otro cachumbambé.
También el mismo parque en él jugué cuando tuve mis 7 años y en el que mi hijo hizo sus travesuras en su momento, solo que ahora los toboganes no tienen escaleras y el concreto ya no está pulido para deslizarte suavemente. El esqueleto de hierro se sale en filosas puntas herrumbrosas que dan terror. Pero eso lo percibo yo a mi edad. A los 7 eso no se sabe, solo se quiere jugar y como no hay referencias de un parque más bello, ese es el único y el más divertido del mundo. Así quedará en su memoria para siempre, aunque la vida la lleve a conocer los parques de diversiones más sofisticados del planeta.
Quitarte el peso del adulto que solo ve peligro o miseria, y relajarte en la chispa infantil que te habita, es una tarea sumamente satisfactoria y placentera. Invito a todos a vivirlo en algún momento. La vida del adulto es dura, áspera e incomprensible, por eso vamos ansiosos o deprimidos buscando alicientes en soportes químicos y enajenando la mente en cualquier entretenimiento barato. Entonces tomar un pedazo del tiempo vital para regresar a la edad en que somos más inocentes y libres de prejuicios, es una decisión sabia porque la alegría es una condición humana y como tal tenemos el deber de honrarla ¡y qué mejor manera de hacerlo al regresar -solo un ratito- a vivir como si tuvieras 7!
Back to the 7
Enjoying life has multiple edges - just like suffering it - so everyone enjoys it and suffers it at their own pace, but there is one enjoyment that I want to share today. That of going back to the age of 7. To behave like one. Live through the inner child-child and do what you would have done at 7 years old as if it were happening.
An exercise that only now, playing with my niece Lorena, I have been able to live it to the fullest. Because when my son was 7, I was in another stage, one that did not allow me to enjoy myself as the eternal child that I am. I was suffering from the veils I had clouding my horizon.
Time passed and many of those veils were removed to have a clearer view of the road. Now that view allows me to see the flowers and trees all around, and to dance for joy, even though the danger of lurking wolves is always a latent reality. However, I could see that with so much laughter, play and noise, the wolves do not come close.
The little girl wanted a walk, to show me her favorite place to go and enjoy the afternoon. To show me the flowers and the birds singing, to follow the trail of an anthill, to watch Miguel Mendez's cow graze.
It was the same place where his father and I played to walk like kings along a large palm tree promenade that opens to the town and is the entrance to the Antonio Maceo cadet school -formerly the Civic Military Institute- and to conclude the walk in the children's park, which still preserves some healthy swings and one or another cachumbambé.
It is also the same playground where I played when I was 7 years old and where my son got into mischief at the time, only now the slides have no stairs and the concrete is no longer polished to slide smoothly. The iron skeleton comes out in sharp rusty spikes that are terrifying. But that's what I perceive at my age. At 7 you don't know that, you just want to play and as there are no references of a more beautiful park, that is the only one and the most fun in the world. That is how it will remain in your memory forever, even if life takes you to the most sophisticated amusement parks on the planet.
To take off the weight of the adult who only sees danger or misery, and relax in the childish spark that inhabits you, is an extremely satisfying and pleasurable task. I invite everyone to experience it at some point. Adult life is hard, rough and incomprehensible, that's why we go around anxious or depressed looking for stimuli in chemical supports and alienating the mind in any cheap entertainment. So taking a piece of vital time to return to the age when we are more innocent and free of prejudices, is a wise decision because joy is a human condition and as such we have the duty to honor it and what better way to do it by returning -just for a little while- to live as if you were 7!
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