En el mundo de los silencios


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Prisionero de mi lenguaje pobre y vulgar, esas estrechas paredes idiomáticas, como la de cualquier cárcel física para delincuentes comunes.

Esclavo de esas limitaciones que mi baja escolaridad no justifican, sintiendo ya que me asfixiaba la ausencia de la mujer que más he querido en mi vida, muerto ya pues de deseos animales pero sin embargo bien sanos porque en verdad y para esposa la quería

Así de autolimitado, fui y le dije todo lo que sentía. Lo hice muchas veces y naturalmente, exactamente en todas me mando mucho a la mierda.

Sabio es el que conoce sus recursos y hace buen uso de ellos. Los tuyos no son de ningún modo las palabras, me dijo naturalmente un sabio al ver lo mucho que sufría debido al constante rechazo de la mujer amada.

Sabio era el sabio y por eso, intencionalmente, no dijo nada más. Sabía que no debía hacerlo porque era esa la mejor manera de obligarme a pensar.

Al principio no le entendí su buena intención y me sentí por eso aparte de solo y rechazado también inconmensurablemente incomprendido.

No sé si llegué al borde del suicidio, pero sí que lloré mucho antes de descubrir que mi verdadera fortaleza estaba en mi inmensa capacidad para mantenerme en silencio.

Y es que lo había practicado mucho durante mi infancia infeliz debido a la escasez de amigos que mi torpeza idiomática me provocó desde entonces.

-¡Eureka! -Grité por eso al descubrir que si bien en el mundo de las palabras iba yo siempre a ser un esclavo, que en el mundo de los silencios seria yo siempre un rey.
¿Puede una mujer rechazar las propuestas de amor de un rey? pensé; y el hecho de que hoy tengo tres hijos con la mujer que antes tantas veces me rechazó, responde claramente a dicha interrogante.

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