Yo mismo vi cómo se tragaba a mi novia de un bocado, luego de morderle primero una parte de su cráneo, dejándola visiblemente impedida: le salía líquido por los oídos, sus ojos me miraban desenfocados y salía sangre a borbotones por la herida de su cabeza. A la criatura no solo le gustaba asesinar con rapidez, también le fascinaba torturar y ver agonizar a algunas de sus víctimas.

La mantuvo así un rato, prolongándole el sufrimiento mientras me observaba con placer y me sacaba su nauseabunda lengua de serpiente. Mi novia ni siquiera se quejaba, no emitía sonido alguno, solo seguía sangrando. La bestia terminó de arrancarle su cabeza, la masticó lentamente sin perderme de vista. De mi amada solo quedó el cuerpo que yacía en el suelo. Sus brazos aún tenían espasmos.

Me quedé congelado en estado de shock, el monstruo se paseó lentamente y con una sacudida violenta, tomó el cuerpo decapitado, lo lanzó en el aire como si fuera un juguete, abrió la boca y se situó justo debajo esperando a que cayera dentro para tragárselo. Y así fue cómo acabó con mi novia desde la adolescencia, el amor de mi vida, mi alma gemela.

No vi morir a mi familia porque nos encontrábamos muy lejos. Solo alcancé a oír sus voces distorsionadas en una última llamada telefónica, les dije que los amaba varias veces con la esperanza de que me oyeran. Me quedé con la duda, la línea se cortó y solo quedó un silencio desolador. Recordé a mis amigos de la infancia y los ratos de video juegos en mi casa, la boda de uno de ellos se había celebrado el día anterior.

Solo quedé yo en ese espacio caótico e inhóspito. Solo quedamos la bestia y yo uno frente al otro. Cerré los ojos.