El pájaro nalgón
Cuando se durmió, el pájaro nalgón todavía estaba ahí, inmenso y las nalgas se le salían de los ojos, no una por cada ojo, no, ambas se salían de los dos ojos, en el mismo momento en que se durmió y una vez dormido, las nalgas empezaron a moverse en sus sueños, paseaban por los pasillos dulces de lo idílico, nadaban en las aguas serenas de los ensueños, ¡jauja y fertilidad le daban a la noche!; eso era un sueño. Minutos después las nalgas corrían despavoridas por espinales que amenazaban desinflarlas, que sugerían la horripilante idea de llenar sus sueños de grasa, ahí quería despertar, pero no podía porque las pesadillas también forman parte de los sueños.
Cuando amaneció, el pájaro nalgón todavía seguía ahí, esperando la siguiente noche, a la siguiente víctima que se lo llevara a su cama, a sus sueños, mientras él permanecía fijo como una imagen que nada tenía que ver con sus víctimas.