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Al escuchar dos palabras, se le oye coger aire, mantenerlo un par de pulsos de su corazón, y soltarlo.

En mi patafísica y rimbombante incontinencia verbal, quedaría cristalizado en grandes sentencias esplendorosas tales como las siguientes: Su cuerpo inspira el aroma del universo que le rodea para, tras insuflar su destino con el aire cálido que hará elevar su cometa navegando por los cielos del cariño, soltarlo en una brisa que colorea un mundo engrisecido en maletas que, de no ser por su existencia, hubieran esperado un viaje a cualquiera otra parte.

Ella diría que ha suspirado.

Eh así aunque sea más que ese “eh así”. En ese “eh así” en el que caben sus miles de nombres para referirse a su único nombre; patatas bravas con salsa agridulce que sorprenden a todos mis amigos de la hostelería; montones de números 21, 26 y 28 que puestos en las agendas no significan nada; paseos kilométricos en los que los zapatos y camisas se han perdido tras los arbustos de las carreras del Belén; ópticas donde se encuentran personas y se venden ordenadores de color champán; un robot articulado que viaja de un lado a otro del universo al que, en los libros de gestas, llaman Roci; suspiros que albergan suspiros con siete oraciones hechas en siete actos.

Suspiros que ella resume en un suspiro.

Tras decirle dos palabras, le oigo coger aire, mantenerlo un pulso de mi corazón, y soltarlo. Sonrío

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