Cuando nos jugamos la vida
_Corcho, los hombres tienen que ser leales: a los amigos, a la familia, pero sobre todo a sí mismo. Mira como los muchachos, aunque el mar les haya quitado algo, vuelven a él todos los días. No pueden vivir sin esa salinidad que hay en estas aguas, sin este azul que nos quiebra el pecho, dice el abuelo respirando fuerte y mirando el mar como si fuera una larga monotonía de ausencias.
Los muchachos de los que habla el abuelo son Tato, Lorenzo y Arquímedes, viejos pescadores como el abuelo, quienes se van bien temprano con sus peñeros, diariamente, mar adentro y regresan oscuro, como si fueran un espejismo y como si la noche fuera un desierto
A todos ellos, el mar le has quitado algo. A Tato le quitó una pierna, pero así, mocho, se sube, sin titubear, a su embarcación que se pierde entre estelas vaporosas de aguas confusas. Lorenzo perdió un barco cuando ya era un viejo y ahora pide prestado las embarcaciones de los otros para seguir con su guerra marina. También Arquímedes perdió el ojo derecho, mala maniobra con un anzuelo, pero así, se enrumba y dice que el mar se lo sabe de memoria, que el mapa mental que tiene de aquellas aguas jamás se le olvida.
Pero el que más ha perdido es el abuelo, pues una vez el mar le arrebató a su hijo, mi padre, y más nunca se lo devolvió. Al principio creyó que tenía la vida vacía, pero recordó que estaba yo, su nieto. Entonces entendió que estaba atado a la orilla y solo de vez en cuando, podía meterse mar adentro.
_"El mar es un monstruo hambriento y traicionero, pero como atrae", dice el abuelo arreglando los pescados mientras yo los acomodo para llevárselos a la abuela:
_Corcho, es que debemos ser leales siempre. Hasta con nuestras guerras debemos ser leales, muchacho, pero más leales debemos ser con nuestros muertos, dice el abuelo siempre como si no pudiera deshacer el canto de su abandono, como si llevara un mar agitado por dentro.
