Detrás del Telón (El Elegido de Obéck)

Mairene 1.jpg

(Imagen diseñada por mí en canva)

Image designed by me in canva

el elegido de obeck.png

Los días pasaron y La Fantaisie estaba teniendo más éxito que nunca, personas de todas partes del país y algunas del extranjero iban a presenciar los grandes espectáculos que ofrecía Fabrizzio. Algunos de los habitantes del circo como los gitanos, comenzaban a aburrirse del lugar, necesitaban cambiar de ambiente, subirse al tren y continuar recorriendo el mundo, pero ellos sabían que cuanto más éxito tuviese la empresa en una ciudad, más tiempo debían quedarse en ella, sin embargo, otros solo soñaban con quedarse o llevar consigo a ese alguien especial. Luna por ejemplo, se había comprometido con Marcel, muy a pesar de la familia de éste.

Para la sorpresa de los hermanos Bienvenue, el alcalde se había sincerado con su esposa, con respecto a lo del bebé que había concebido junto a su asistente, y Francine, más enojada que dolida le dijo que no tendría inconveniente en que él se hiciera cargo del niño, pero que tendría que despedir a su asistente de inmediato ya que ella no estaba dispuesta a seguir permitiendo que la humillaran de esa manera.

Robespierre no estuvo dispuesto a ceder ante tal petición, lo que su esposa tomó como una provocación y terminó por amenazarlo con contarle a la prensa lo de su traición, aunque eso representara una humillación aún mayor para sí misma, por lo tanto, el alcalde no tuvo más remedio que complacerla, lo que terminó por devastar todavía más a la pobre Amélie. Cuando Robespierre iba a visitar a su hijo, ella le pedía a la nana o a su madre que atendieran su visita mientras ella se refugiaba en la habitación.

entrada y malavarista.jpg

En La Fantaisie, el show del propio Fabrizzio convertido en el popular mago Hazzan, al igual que el de los trapecios y leones, seguía siendo el más aclamado, aunque muy pocos le otorgaban créditos a su asistente. Él era el centro de todos los aplausos y ovaciones cuando todos se sorprendían con cada una de sus hazañas.

—Parece magia real —solía decir la gente—. Este hombre es simplemente magnifico.

Patrick continuaba igual que siempre, ausente, aislado, triste por el odio y envidia que siempre había despertado en su único hermano. Leonard en cambio, seguía llevando una vida de excesos ya que su trabajo en el cabaret se lo permitía, él estaba convencido de que tenía todo el derecho a superar a Patrick, a ser mejor que él y suponía que lo estaba logrando cuando asistía a la logia para alguna tenida, pero se frustraba creyendo que los altos miembros de la organización, a excepción de Robespierre, no confiaban lo suficiente en él, ya que solían hacer herméticas tertulias en alguna de las mesas del fastuoso cabaret. Lucas, su jefe, siempre se encargaba de que él se mantuviera alejado, lo cual lo intrigaba todavía más, tanto que llegó incluso a hacerse la promesa de que lograría a toda costa enterarse de lo que fuera que estuviera planeando la alta jerarquía de la gran logia...

Jack Robinson por su parte, estaba experimentando un sentimiento que no le agradaba en lo absoluto, siempre estuvo consciente de que sentía algo especial por Bernardette, algo que no había sentido con ninguna de las numerosas mujeres que había conocido. Al principio pensó que quizá la insistencia de la muchacha en rechazarlo y la obsesión que sentía él por los retos, habían terminado por confundirlo, pero con el pasar del tiempo notaba que el rechazo de la chica había comenzado a dolerle.

Ya no la obligaba a salir con él bajo la amenaza de que le contaría al Monsieur que ella practicaba alarmismo bajo la carpa del patriarca de los gitanos, en cambio decidió optar por invitarla con amabilidad, dándole la oportunidad de rechazar la oferta. Pasaba los días y las noches pensando en ella, hundiéndose cada vez más en el dolor que le provocaba su indiferencia.

Lo admitió para sí mismo, le encantaba verla feliz y sonreír, fue allí cuando aceptó lo inexorable, se había enamorado de ella. Maldijo su suerte y debilidad por ella una y mil veces, pero ya nada podía hacer al respecto, continuaba amándola cada día con mayor intensidad, aunque desde luego no estaba dispuesto a revelárselo a nadie y mucho menos a ella misma. Por eso fue una pesadilla para él la noche en que Fabrizzio irrumpió en su carpa con su acostumbrada arrogancia, sosteniendo una lámpara de aceite para alumbrase mientras le anunciaba que debían ir a templo.

Era la una de la madrugada.

—Pero, Monsieur, es muy tarde para una tenida —trató de objetar mientras se cubría los ojos para protegerlos de la luz del farol que, aunque era débil, para él que acababa de despertar resultaba intensa.

—¡Deja de rezongar! Te espero en el carruaje —ordenó su padre antes de abandonar la carpa.

Aunque no comprendiera en absoluto lo que aquel hombre pretendía, Jack sabía que lo mejor que podía hacer era obedecerle y no hacerlo esperar, era misterioso, de eso no había duda alguna, pero su comportamiento siempre tenía un porque, a duras penas se colocó un pantalón, una camisa, los zapatos y su levita; ni siquiera tuvo tiempo de arreglarse el enmarañado y rubio cabello, así que solo lo ató y salió casi corriendo al encuentro de su impaciente padre que lo aguardaba recostado de la puerta del carruaje sin chófer

—Toma las riendas, ya sabes lo que tienes que hacer —ordenó mientras se subía al cabriole.

—Pero, señor...

—Deja de molestar y obedece, al llegar obtendrás todas las respuestas que quieras.

Jack obedeció y azotó los lomos de los caballos para hacerlos avanzar por la empedrada calle. Una suave llovizna cayó del cielo, empañando los cristales del carruaje y a él mismo.

Fabrizzio, con la mirada fija en el reluciente puño de su bastón, iba pensando en el sueño que acababa de tener hacía una hora: era una de las revelaciones que había estado esperando con ansias desde que leyó la profecía de Obéck. Fue un sueño tan nítido y tan significativo que lo hizo levantarse de la cama para revelarle ese mismo día a su único hijo, la misión que tenía que desempeñar dentro de la logia, la verdadera logia que yacía dentro de las entrañas de París, pisoteada bajo los muros de la iglesia.

Los cascos de los dos caballos que jalaban el carruaje, resonaban en las calles casi vacías. De vez en cuando se vislumbraba algún vagabundo solitario hurgando entre la basura o tambaleándose a causa de la borrachera. Jack se encontraba más intrigado que nunca ¿qué querría Fabrizzio esta vez?

Ya en una ocasión, estando en el templo le había relatado su gran secreto que era el lazo de sangre que los unía. ¿Acaso querría esta vez revelarle algo igual de importante? ¿Tal vez algo que hubiese olvidado mencionar en aquella ocasión? Cualquiera que fuesen las respuestas a esas preguntas, pronto las conocería porque la imponente iglesia ya se vislumbraba ante sus ojos.

El carruaje al fin se detuvo frente al templo.

—¡Saca la llave y abre la puerta! —ordenó Fabrizzio con voz impasible.

—Como diga, Monsieur —respondió Jack e inmediatamente se puso a hurgar en el bolsillo.

Los hombres atravesaron las rejas de los jardines y caminaron entre estatuas de santos, ángeles, arcángeles y querubines. Luego, al llegar ante la puerta del despacho de los monjes, intentó abrir también esa puerta, pero su padre lo detuvo en el acto...

—No seas imprudente —dijo alzando una de las manos enguantadas—, te he dicho una y mil veces que debes cerciórate de que no haya nadie —luego pegó la oreja a la puerta mientras Jack imitaba el gesto, ambos percibieron un ligero murmullo.

Aguardaron durante cinco minutos y entonces Fabrizzio abrió la puerta con cuidado. Para su alivio no había nadie en el interior de aquella oscura habitación. Jack lo secundó y cerró la puerta tras él.

Al entrar al primer salón, Jack esperó encontrarse con los demás miembros de la orden, pero no estaban ahí. El silencio y la soledad fueron su única bienvenida, sus ojos recorrieron cada palmo del templo mientras la intriga se incrementaba en su interior. Observó que Fabrizzio se dirigió a la puerta del fondo de la habitación, aquella que permanecía cerrada para los demás miembros de la orden.

El muchacho caminó con parsimonia hacia su padre que abría la puerta. De pronto, un frío intenso le caló los huesos. Su ropa estaba húmeda por la llovizna al igual que su cabello, pero, de alguna forma u otra, Jack supo que el frío que lo atormentaba iba más allá de todo lo visible.

Fabrizzio al fin abrió la puerta, pero permaneció en el umbral para bloquearle temporalmente la entrada, luego se dedicó también a iluminar el lugar.

—Es la primera vez que abro esta puerta ante tus ojos, pero lo hago porque Obéck quiere conocerte —dijo el hombre, saliendo de la habitación cuándo hubo terminado de iluminarla.

—¿Obéck? —repitió Jack—, ¿Quién es Obéck, Monsieur?

—Puede que te impresiones cuando lo veas, pero eso solo ratifica su majestuosidad —respondió el hombre, todavía parado en el umbral de la puerta entreabierta sin permitirle la entrada.

—Pero... Pero... qué tengo que ver con ese Obéck —titubeó el hombre.

—Obéck me mostró el camino y ahora tú has sido enormemente bendecido por él.

—¿A qué se refiere exactamente? —preguntó Jack, esta vez frunciendo el entrecejo.

Más que confundido estaba aterrado ante la posibilidad de que el hombre se hubiese vuelto loco, pero lo que vio a continuación lo dejó perplejo...

Fabrizzio le sonreía por primera vez en la vida, luego le hizo una seña con la cabeza para que lo siguiera y abrió la puerta por completo.

—Éste es Obéck —anunció con voz solemne mientras miraba hacia arriba.

Jack pensó que miraba hacia el techo, pero se equivocó, lo que realmente contemplaba el hombre con ojos absortos y maravillados, era una horrible figura de unos tres metros de alto, cuyos cuernos tocaban el techo. Aquella estatua imperaba al fondo de la gran habitación que si bien era más pequeña que el gran salón anterior, también era enorme. La figura parecía una gárgola: su torso, brazos y piernas eran de hombre, pero su cabeza era de murciélago al igual que las enormes alas que tenía extendidas a ambos lados. Los brazos estaban extendidos hacia el frente y parecían dispuestos a recibir alguna ofrenda. Denotaban las aterradoras garras que salían de los dedos huesudos, los pies estaban ligeramente separados entre sí y su aterradora mirada estaba posada al frente.

Había también allí, frente a la estatua, una mesa de piedra que parecía un altar de sacrificio ya que tenía algunas manchas oscuras.

Tres cirios estaban en ese lugar, uno a cada lado de la figura y otro frente a la mesa, acompañado de un atril con un libro antiguo abierto. No había nada más, salvo estos elementos en la habitación blanca.

Jack se estremeció de horror al contemplar todo aquello y se quedó sin habla.

—Éste es Obéck, el dios de la sangre —explicó Fabrizzio, mirando la estatua como quien admira una obra de arte.

—No... no entiendo nada, Monsieur —balbuceó Jack pensando que tal vez aún dormía en su cama y todo aquello era una pesadilla.

—Ya lo entenderás, hijo mío pues todavía hay muchas cosas que no te he revelado.

El joven abrió los ojos desmesuradamente, la última vez que conversaron, el hombre le había revelado un montón de cosas que ignoraba, pero lo que más le llamó la atención, fue cuando le dijo que eran padre e hijo, sin embargo no le había permitido llamarlo «padre» aunque estaba trabajando en la legalización de su parentesco. ¿Qué tendría que revelarle esta vez?

El hombre tomó al joven de la mano y lo condujo hasta el libro, Jack se resistía un poco al caminar, no quería acercarse a esa horrenda figura que se erguía amenazante ante él. Posó la mirada en el libro y se dio cuenta de que ya lo había visto ¡Sí! aquella vez en la carpa de Monsieur Fabrizzio. Asimismo notó que en una de las paginas, justo dónde estaba abierto, había un dibujo exacto de la estatua y que debajo de ésta aparecía un párrafo. Lo leyó en voz baja y quedó pasmado...

—Pero ¿qué significa esto? —preguntó.

—Yo soy El BRAO —respondió Fabrizzio con suficiencia, y ante la cara de contrariedad de Jack, se apresuró a explicar—, el Bienaventurado y Resplandeciente Amigo de Obéck. El único, el dios de la sangre.

Jack se estremeció al volverse a mirar la mesa de piedra con las manchas oscuras.

—Pero ¿cómo surgió todo esto? ¿Por qué está tan seguro de ser... El BRAO? y sobre todo ¿qué tengo yo que ver en todo esto? —preguntó Jack con rapidez.

—Son demasiadas preguntas, muchacho, pero descuida que todas serán contestadas —respondió Fabrizzio y comenzó con el relato...

El hermano Francesco, antes de morir, no solo me entregó las llaves del templo masónico y sus implementos, sino que también me explicó la historia de los tres templos: El de Obéck, que es el más antiguo, el masónico que es el que está fuera de esta habitación, y el cristiano, es decir, la iglesia —señaló hacia arriba—. También me dijo que se había convertido en monje por órdenes de sus padres, pero toda la vida estuvo en busca de la verdad, del conocimiento y del poder, fue así como conoció la masonería a través de un anciano escribano de la iglesia. Ese hombre llevaba los registros de los nacimientos, matrimonios, funerales entre otras cosas. Él no tuvo descendencia, así que vio en el hermano Francesco al hijo que nunca tuvo.

Francesco llegó allí para estudiar teología, pero más disfrutaba las largas horas que pasaba conversando con el escribano, fue así como éste se enteró de que el joven novicio no tenía vocación para el sacerdocio, que en cambio estaba buscando la verdad y la sabiduría, entonces vio su oportunidad y le reveló algo interesante, le mostró el templo masónico que yacía bajo sus pies, le habló del gran arquitecto, de los símbolos y de todo el caudal de conocimiento que estaría a su alcance si se integraba a la logia que en ese momento él liderizaba. Un tiempo después lo inició como aprendiz.

Más tarde, el hermano Francesco fue enviado por sus superiores de vuelta a Italia, para servir en el monasterio donde funcionaba el orfanato, sin embargo venía a Francia con la excusa de evangelizar, solo para realizar sus tenidas las cuales apenas podía hacer una vez al año, hasta que logró emanciparse del monasterio.

Años después, el anciano escribano que estaba aún más decrepito, antes de morir le reveló un secreto que el hermano nunca se hubiese esperado, le dijo que muchísimos años atrás, mucho antes de la construcción del templo cristiano, en este mismo lugar donde estamos parados ahora tú y yo, se había encontrado esta mesa de piedra frente a esta estatua y el libro. La iglesia de ese entonces lo tomó por herejía y mandó a destruirlo todo. La orden fue cumplida y en su lugar sería erigida una iglesia, pero nadie sabía que el arquitecto encargado de la construcción era un masón que no tenía ni dinero ni un lugar donde erigir un templo masónico, así que se alegró al escuchar sobre el proyecto.

Evidentemente no podía construirlo en un lugar que estuviera a la vista de todo el mundo, pero no podía perder la oportunidad perfecta para cumplir su sueño, así que decidió construirlo, escondiéndolo dentro de la misma catedral, para ser exactos, debajo de ésta en la parte que correspondía a los sótanos. La iglesia confiaba en este hombre ya que había construido otras iglesias igual de imponentes, así que dejaron que la erigiera a su gusto y que él se encargara hasta de buscar al personal que necesitaría. Los albañiles que escogió también eran masones de la logia que él presidía, cuyos rituales hasta ese momento debían realizar en su propia casa.

Jack escuchaba la historia con mucha atención, pero estaba impaciente por saber que tenía que ver todo aquello con él.

Monsieur, disculpe, pero aún no comprendo porque yo...

—Ya sabes que odio que me interrumpan, Jack —increpó Fabrizzio con ojos furibundos—. Como iba diciendo —prosiguió—. Se hicieron excavaciones para construir el templo subterráneo y cuando estuvo listo, comenzaron a erigir los muros del templo cristiano.

Para mantener oculto al templo masón de los monjes que vivirían en la iglesia, el arquitecto se las ingenió para ingresar a él a través del sistema que hay en el despacho, preparó la gárgola del estante de los libros para que todo el que tuviera un anillo como éste pudiera entrar —el hombre señaló su dedo anular derecho donde tenía el anillo—. Al colocarlo en la boca de la gárgola, se acciona un gancho que destraba la puerta que normalmente se usa como estante. Como era el encargado de la obra, era lógico que tuviera las llaves del lugar, así que le pidió a un herrero, que estaba a su cargo, (miembro de su logia) que le construyera varias copias de las llaves de la reja del jardín, así como también del despacho del escribano.

Jack solo asentía y recorría la habitación con la mirada, esperando a que Fabrizzio la mencionara y no tuvo que esperar demasiado porque pronto su relató lo llevó hasta allí.

—El arquitecto, había reservado este salón como desván, pero se llevó una enorme sorpresa cuando un día, después de una tenida, abrió la puerta y vio todo esto, lo que ves ahora: la estatua, el altar de piedra, los cirios y el libro; todo lo que alguna vez fue destruido. Obéck se resistió a abandonar este lugar.

El hombre decidió entonces sellar la puerta para siempre, ocultarle a los miembros de la orden lo que había visto tras esta puerta, pero antes de morir se lo confesó a su nieto, el cual preservó el secreto hasta antes de morir cuando se lo reveló a su descendencia y así sucesivamente. Solo los maestros de la logia conocen el secreto tras la puerta.

Cuando el anciano escribano murió, el hermano Francesco decidió entrar a la habitación clausurada e intentó prenderle fuego, pero las llamas se extinguían rápidamente sin causar ningún daño, entonces se asustó y decidió cerrar esa puerta con una llave que posteriormente me dio a mí junto con los demás elementos que me otorgó la noche que murió.

Jack se estremeció.

—Pero ¿cómo es que el libro fue a parar a la biblioteca del orfanato? —preguntó.

—Sencillo —respondió Fabrizzio—. Cuando el hermano Francesco miró lo que había en la habitación, le llamó la atención aquel libro, así que antes de decidir quemarlo, lo retiró del atril para estudiar su contenido, por eso lo tenía con él antes de clausurar la habitación, también quiso destruirlo cuando lo leyó, pero sabía que sería imposible, así que cuando fue al orfanato, para deshacerse del libro, solo lo introdujo en la sección de demonología de la biblioteca donde creyó que pertenecía.

—Fue allí donde usted lo encontró ¿no es así? —preguntó Jack.

—Correcto, así fue —respondió Fabrizzio—, y cómo te dije antes, yo soy el BRAO. Lo sé porque antes de conocer la existencia del libro, ya yo soñaba con Obéck y él me lo dijo —indicó con una sonrisa enigmática que provocó que a Jack se le erizaran los vellos de la nuca—. Así que Fred, Dominic, Lucas y yo decidimos entregarnos plenamente a la voluntad de Obéck para fundar la orden de los caballeros de Obéck. Nuestro objetivo es resguardarlo y fortalecerlo hasta el momento de su venida.

El hombre le explicó lo de la profecía del libro y de las revelaciones que había tenido previamente con el oscuro ser, reservándose la que había tenido recientemente para el final de su explicación, también le contó la manera en que Los caballeros de Obéck debían alimentarlo para fortalecerlo y cuál sería la ofrenda final que debían darle para que éste pudiera despertar de su larguísimo letargo, asimismo le reveló la razón de la demencia del viejo y fallecido gitano Janosh.

Ante todo esto el joven se quedó estupefacto, no podía hablar si quiera, ¿Acaso había escuchado correctamente? Bernardette no podía ser la ofrenda a la que Fabrizzio se refería, eso sería terrible... ¿Después de todo él si había resultado ser un vampiro? Todo aquello sonaba inverosímil y aterrador ¿Cómo podían él y los otros hombres consumir sangre, literalmente, para revivir al espíritu de la horrenda imagen que yacía frente a él en ese momento? Pero sobre todo una interrogante rondaba la cabeza del joven: ¿qué tenía que ver él en todo ese asunto? Fabrizzio, al verlo tan callado y pensativo intuyó sus cavilaciones.

—¿Aún no lo entiendes, muchacho? —inquirió sonriendo con emoción—. Eres el hijo del Brao, surgiste de mí y por eso eres el elegido para entregarle la ofrenda final a Obéck. Él quiere la vida de la muchacha, ya no se conformará con una porción de su sangre, la quiere toda —concluyo abrazándolo.

Jack permaneció rígido entre los brazos de su padre, incapaz de devolverle el gesto, aquello debía ser una horrible pesadilla. Sentía que un enorme peso caía sobre sus hombros. Ahora que se había dado cuenta de que sentía algo por Bernardette, de que realmente la amaba, venía este hombre a decirle que ella debía morir y que debía ser él quien se la entregase a esa macabra criatura.

Definitivamente debía estar soñando, en cualquier momento despertaría y se reiría de aquella descabellada historia; pero no fue así. Sus ojos continuaban contemplando aquel desconcertante lugar y sus oídos continuaban escuchando una y otra vez las felicitaciones de su padre, luego se separaron y Fabrizzio le dijo que al día siguiente les contaría a los demás miembros de Los caballeros de Obéck acerca de la última revelación que había tenido y que en cualquier momento recibiría la señal para ejecutar la ceremonia de la última ofrenda.

—¿No dices nada? —preguntó Fabrizzio—. ¿Por qué te quedas callado?

—No... no sé qué decirle, Monsieur —respondió con voz trémula.

—Padre —respondió Fabritzzio—, puedes llamarme padre mientras estemos frente a Obéck o a los demás miembros de la orden y no importa que no digas nada, el elegido no tiene que hablar sino actuar, así que espero que no me decepciones.

entrada y malavarista.jpg

Cuando Jack llegó a su propia carpa, se dejó caer sobre la cama sin siquiera cambiarse la ropa, temblaba de frío, pero eso no le importaba, los cabellos mojados se le pegaban al rostro, mojado ya por la lluvia y las lágrimas, lágrimas de angustia y de dolor.

Lloraba con desconsuelo, recordando la niñez en casa de sus padres ¿cómo pudo cambiar tanto su vida? O mejor dicho ¿cómo pudo él ser tan frívolo y anteponer algo tan superficial como el dinero por encima de su familia? Maldijo una y mil veces el día en que había aceptado irse con Fabrizzio solo porque le ofrecía una mejor calidad de vida, aquella a la que él siempre había estado acostumbrado, pero es que... ¿acaso podía llamar vida a lo que había estado viviendo en los últimos años? Con franqueza la respuesta era no.

Gracias por oír y apoyar mi cover (2).jpg

(Imagen diseñada por mí en canva)

Image designed by me in canva

H2
H3
H4
3 columns
2 columns
1 column
Join the conversation now
Logo
Center