PORTAL - RELATO - ESPAÑOL

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Son las mismas calles a diario…

Desde hace unos cuantos años, el interés por el esfuerzo diario, se fue diluyendo de mi cotidianidad paulatinamente. Sí, no fue una revelación, ni un espaviento de gnosis, ni siquiera una decisión consciente. No, simple y gradualmente, las actividades diarias -eso que llamamos “nuestra forma de vivir o de ser” - fueron dejando de tener la relevancia de antes.

Ahora hago menos, sobrevivo con menos, mis necesidades se han comprimido. Y eso que llamamos “tiempo” comienza a ser suficiente…

Son las mismas calles a diario…

Salgo por el portón que da a la Ricaurte, me dirijo al sur por esa calle, los vecinos aparecen repetidos, lo mismo que mis saludos matutinos.

Mikaah, mi eterno ”amigo imaginario” sobrevuela por encima, a unos 30 o 40 pies de altura; gira, hace risos, planea, apenas batiendo sus enormes alas de 3 metros… Mikaah casi siempre es de color azafrán, pero sus alas son oliva, con plumas de una hermosa textura metálica y brillante.

Mikaah es también mi “Ángel Guardián”… Pero esa es otra historia, pues le llamo “amigo imaginario” desde que así lo acordamos debido a la recomendaciones de los psicólogos, allá por el año 2002.

En la esquina de las calles Cementerio con Ricaurte, estaba sentado aquel anciano -¿Era acaso tan anciano?- Nunca le había visto antes, no le conocía, cuando menos no que yo lo recordase. Estaba sentado, con las piernas cruzadas, en un pequeño recodo que hacían los restos de la pared de adobes desnudos de una casa en ruinas.

Me quedé observándolo con denodado interés –No es usual conseguir gente nueva en mis calles, pensé.

No llevaba puesta camisa, el torso desnudo era ancho y regordete, algo “chato”, con grasa abdominal que lucía algo dura. Sus piernas estaban desnudas y solo usaba una especie de pantaloncillo de gruesa tela blanca -algún tipo de lona, a juzgar por la textura-. Era totalmente calvo, y usaba gafas baratas de lectura, de esas plásticas que venden hasta en las pulperías.

No soy de mucho hablar, ni de abordar desconocidos en las calles. De hecho, podría definirme a mí mismo como “antropofóbico consumado” pues la mayoría de las formas de vida con las interactúo tiene cuatro patas y maúllan o ladran. Pero esta vez –sin siquiera pensarlo- varié mi curso y enfilé hacia el desconocido en cuestión:

-¡Maestro, maestro! –Le dije, una vez estando enfrente de donde se hallaba sentado (No piensen que “Maestro” se trata de un calificativo místico o académico, aquí en mi pueblo le decimos “Maestro” a cualquiera sin motivo alguno”).

-Maestro, buenos días ¿Cómo amaneció?... ¿Cómo me le va? –dije, pero continué sin recibir respuesta.

El viejo permanecía sentado, inmutable, con ambos ojos cerrados. Noté que su piel era lustrosa, lampiña, con apenas arrugas y estaba curtido quizás por años de sol, lluvia, intemperie… Algo no concordaba, algo estaba mal, pues sus facciones eran suaves, sin demasiadas líneas de expresión, muy perfilado. Pero sin embargo, tenía la sensación de estar parado enfrente de alguien muy anciano.

Llegué a preguntarme si sería algún campesino de otro pueblo que había llegado durante la noche sin tener a donde ir, o quizás se tratase de algún enfermo que vivía encerrado y hoy casualmente había podido salir a la calle.

Estando yo en esas cavilaciones, de repente el anciano abrió sus ojos y apuntó su mirada hacia mí, sin previo aviso -¡Carajo, casi me caigo de sentado!- Eran unos ojos plomizos, de un gris sin lógica ni descripción posible, con pupilas diminutas, casi imperceptibles- ¿Estaría ciego acaso? –Pensé, mientras me recuperaba a medias de la impresión recibida.

No pude decir nada más, pues el anciano comenzó a hablar y su voz era casi tan impresionante como su mirada. Era una voz profunda, no muy ronca, no muy fina… Era una voz “gris” –sí es que eso fuese algo que existe-.

Esto fue lo que el anciano imposible, dijo:

-“No, no existe este mendrugo de vísceras”, no existe.

-“No, no existe este lapso de pensamientos”, no existe.

-“No, nada efímero existe”, no existe.

-“El sabio ama al necio, porque no puede amar al sabio”… Pues “No existen dos sabios, solo hay un sabio, que son todos”… Los divididos son los necios, los necesitados de misericordia.

-“El sabio no ama dando cosas, no ama dando afectos”… Eso haría al dividido más necio… “No es del sabio amar en ignorancia”.

-“El sabio ama enseñando al necio, que no existe”… El uno se hace muchos, el necio no lo entiende, el necio pregunta: ¿Por qué no me haces feliz y ya?... ¡Ámame! –ruega y demanda en su necedad.

-“Pero el sabio le hiere, una y otra vez le hiere, y luego le abraza”… La felicidad de abajo es dolor de siempre, el dolor de abajo es camino encontrado, dice el sabio, mientras abraza al necio.

-“Soñando que estás ardiendo junto a todos, en el infierno, te despiertas y está a salvo en los brazos de tu madre”… ¿Acaso procuras volver a dormir para despertar a los que arden en sueños, mientras te expones a arder en sueños tú mismo, nuevamente?... Seguramente, no lo harías… Bien, ese es el sacrificio del sabio, pero él es resguardado por el Uno, entonces no arde… Aunque los otros siguen soñando que se queman.

-¡Linares, Linares!... ¿Qué carajo te pasa, que no saludas?... ¿Qué hay en esa esquina, pues? –Escucho la voz socarrona de Pedro Jiménez a unos cuantos metros. Pero cuando voy a decirle que estoy hablando con este viejo, simplemente, ya no hay nadie…

Me “hago el bolsa” –como dicen aquí- Y saludo a Pedro con la cotidianidad de siempre, luego le aclaro que estaba viendo “algo” que estaba en la vieja pared de adobe… ¡A lo mejor un tuqueque o un ratón! – Contesta pedro desde su eterna paciencia. ¡Esas casas viejas están llenas de cuanto bicho hay! –remata diciendo mientras camina en dirección al norte y se aleja.

Miro hacia arriba y no veo a Mikaah, parece que se ha ido… Pero cuando bajo la mirada… ¡Carajo! –¡Mikaah, me vas a matar de un susto, coño!... ¿Acaso se te olvida que mide tres metros de alto?... ¿Cómo es que de la nada apareces parado ahí, a mi lado?... ¡Ángel de la guarda!... ¡Tremendo ángel el mío, carajo!... ¿No podían asignarme un querube?... ¿Algo pequeño, medio metro a lo sumo?.

La carcajada desternillante del hermoso y gigantesco ángel de pecho azafrán y alas de oliva, retumbó por todos los rincones de las calles, del pueblo y del valle entero. La vieja Dorina, que venía empujando una carrucha destartalada repleta de leños y garrafas de agua, miró al cielo y dijo: ¡Na’guará e’trueno y centellazo pá’arrecho!... ¡Hoy llueve seguro en esta vaina!...


FIN


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