Entrada al Concurso de minicuentos, de Literatos | La trampa de la memoria

Fuente/editada en Canva


Entró a la taberna porque quería olvidar, pero ¿qué? si olvidó a qué había entrado y también su billetera; y como el dueño conocía a los tipos así, majaderos, que excusándose en sus olvidos querían hacer festín con lo ajeno, lo miró con ganas de cerrarle la vida. Pero entró, tomó una silla y esperó que le sirvieran algo, fuerte, que lo aliviara ¿de tanto olvido? o del triste recuerdo porque al sentarse supo a qué había ido y qué había olvidado.

     Ahora —pensó— tendré otro problema ¿cómo pagar después de emborracharme? o ¿cómo emborracharme sin pagar? Estaba allí para olvidar y había olvidado lo que no debía y cuando recibió la botella sintió el primer alivio porque a eso había ido, a embriagarse; a olvidar, entre otras cosas, aquello que ahora recordaba: dónde estaba y por qué.

     El dueño lo tenía medido en caso de que quisiera huir sin pagar. Pero el hombre ya había sentido el segundo alivio; sabía que el dueño lo dejaría embriagarse porque le gustaba prestar tan noble servicio; hombres como el dueño —pensó— siguen salvando al mundo con sus gestos; no solamente él, otros; el jardinero; el mendigo que nos pide porque nos recuerda que estamos a tiempo de seguir levantados; Héctor, el mortal troyano que, aunque muerto, sigue siendo el ejemplo más vivo de que los mortales podemos ser valientes; Gutenberg porque con cada nueva hoja que se imprime la memoria se expande; William, el zapatero remendón que entretiene a sus clientes con su biblioteca mientras su aguja remienda la historia del zapato; y tantos que no quiero seguir recordando porque no vine a eso, sino a olvidar.

     Quiero olvidarme del entorno, del plato sucio que provocó una pelea y luego un divorcio y más tarde un crimen, olvidar si es real o lo vi en el cine o lo leí de aquel viejo escritor que dijo que el conformista es un muerto que camina.

     Pero ¿por qué recuerdo eso ahora?, ¿mi memoria estará bien? ¿Soy ese conformista?, ¿por eso estoy aquí, olvidando que tengo que volver, que debo recordar que el dueño quiere que le pague, con amor y cariño, su gesto de atenderme? Ya no sé qué decir y no puedo parar porque a esto he venido, estoy donde quiero, frente a los ojos de muchos y frente al tabernero del que estoy empezando a ver luz.

     Acaso tiene problemas para olvidar, me habló. Únicamente cuando bebo, le respondí; y seguí en lo mío mientras se tranquilizó y me pasó la segunda botella, y volvieron las preocupaciones porque había dejado la billetera y porque no estaba bebiendo para olvidar.

     De pronto lo supe. Estaba en la trampa de la memoria; no de la mía, en la del tabernero que sabía que yo no olvidaba cuando bebía y me pasó la tercera botella para que recordara las cosas que escribí. Recordé que el tabernero no era tal, que yo estaba en su imaginación; que yo no era tal ¿o sí? y que este encuentro estaba sucediendo, pero en un escrito. Supe que el falso tabernero era escritor, un desmemoriado que me ha usado para que diga lo que él no puede; como pude me levanté, intenté huir, pero me tenía medido con otra botella y seguí hablando mientras él escribía hasta completar la página, pero no recuerdo las últimas palabras porque dejé de embriagarme y olvidé todo.


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