La otra vida
Ella necesitaba diez kilogramos más de la hoja de té púrpura para curarse definitivamente. O así decía el médico que la veía.
Huérfanos después de un derrumbe en las montañas de Guilin, Xen tuvo que madurar de golpe a los diecisiete para sobrevivir con ella. Vivían del pan y la agricultura, como cualquiera en el campo.
En el intento por no quedarse totalmente solo, Xen decidió convertirse en el hombre que pisaba las nubes. Se dio cuenta que caminar por una cuerda hasta su casita en la cima de una las montañas era más rápido que caminar y subir luego.
Pero aquel día era imposible. La neblina que envolvía los dedos musgosos de Guilin hacía ver a todos ciegos.
Resbalones, tropezones y llantos. La rara neblina había hecho que los lugareños se sintieran extraños en su propio patio.
Por su parte, Xen se tambaleaba sin cesar. Las nubes ya no lo acompañaban de vuelta a casa, y sus lágrimas combinaban con la llovizna que anticipaba un funeral.
Antes de darse por vencido, Xen suspiró profundamente y supo que lo último era ver a su hermana viva.
Entonces sujetó fuerte el saco de hojas con una mano, sobre su hombro, y con la otra cortó la cuerda haciendo un movimiento fugaz para sujetar la mitad que se abalanzaría hacia su casa.
La mañana siguiente volvería el sol a brillar sin sus dos favoritos retoños que, aunque fríos, viajarían llenos de ofrendas uno junto al otro al más allá río abajo, según la tradición china.