EL FANTASMA DEL HUERTO (Relato Paranormal)

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Buenas tardes, un saludo muy especial a todos mis amigos de #Hive, especialmente a la comunidad #literatos. Hoy les quiero compartir este relato paranormal, espero les guste y me brinden su apreciación. Invito a mis amigos @brujita18 e @ismaelgranados a darme su opinión, quienes han sido mis maestros e impulsadores en relatos paranormales.


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EL FANTASMA DEL HUERTO


A mediados de los años 90, de una terrible enfermedad, murió Doña Magdalena Dámaso de La Fontaine. Era muy joven para haberse ido tan pronto de este espacio terrenal, muy dulce en medio de su altivez, siempre dispuesta a tenderle la mano a los más necesitados aun a pesar de la contrariedad de algunos miembros de su familia. Se sentía más tranquila cuando lograba hallar la solución a los problemas de los demás, es que ella sentía que desde su posición socioeconómica tenía más posibilidades de resolver muchas dificultades a otras personas que gozaban de su afecto, y a veces era así, alcanzaba cosas que para las demás personas eran inalcanzables.

Su mejor amiga vivía cerca de su casa, a unas escasas dos cuadras. Ambas casadas con hijos, pero Alborada estaba divorciada por lo que a Magdalena le inquietaba su situación económica y constantemente procuraba para ella y su pequeña hija. No había nada en la vida que le diera más satisfacción que ver a la pequeña sonreír contenta cuando su madrina le llevaba regalos, que lejos de ser obsequios eran cosas que sabía que necesitaba. Alborada siempre le decía:

--- Tienes a esa niña consentida, la estás malacostumbrando. ¿Qué va a pasar cuando yo no pueda darle algo y tú no estés?

--- Siempre estaré amiga, eso te lo juro. A Uds. jamás les faltará nada ---le aseguraba Magdalena apretando su mano.



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La casa de Magdalena era muy grande, abarcaba media cuadra de las largas. Tenía un jardín inmenso con muchas plantas ornamentales, helechos que colgaban en la entrada y jardineras con muchas plantas florales. Un porche largo en forma de “L” con tres juegos de muebles de hierro forjado, algunos eran mecedoras. El patio estaba dividido entre la parte delantera y la del fondo, por una pared muy alta y una entrada en forma de arco al final del garaje, y una puertita rectangular por el costado del porche, pero ésa casi siempre estaba cerrada, ya se habían acostumbrado a pasar a la parte trasera de la casa por el arco del garaje que conducía al lavadero y a un hermoso huerto con muchos árboles frutales, y masetas llenas de plantas medicinales. Había otro espacio donde estaban los animales; conejos, pájaros, y los perros de la casa.

Magdalena cuidaba con esmero aquel huerto, y elaboraba manjares y jugos deliciosos con sus frutas. Todas las mañanas salía temprano a recoger frutas para colocarlas en una cesta sobre la mesa del comedor y todos los que visitaban su casa pasaban y tomaban algunas para comerlas allí o llevarlas a su casa. A la hija de Alborada le encantaban las ciruelas y cuando llegaba la temporada de Semana Santa, aquellos arbustos se llenaban de grandes y hermosos frutos rojos que daba gusto verlos. El hijo menor de Magdalena y la niña de Alborada crecieron como hermanos, y jugaban siempre bajo aquellos árboles. Les fascinaba sentarse debajo de los ciruelos a comer sus frutos hasta que sus panzas no podían más de lo llenas que estaban. Magdalena los miraba con una gran sonrisa de satisfacción.



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La muerte de Magdalena los sorprendió un mes de septiembre, para todos fue muy difícil digerir aquella realidad tan espantosa, se había ido el alma de aquella casa, cada rincón, cada cuadro, cada adorno mantenía viva su presencia. Se negaba a irse de ahí, y los niños que ya eran unos jovencitos, duraban horas bajo los árboles recordando todas las cosas vividas con ella. Poco a poco dejaron de ir, les dolía tanta soledad en aquel huerto. Al año siguiente, cuando comenzó la temporada de las ciruelas, desde la calle a través del arco al final del garaje, se veían los frutos rojos, pero ese año estaban más cargados que nunca. Una mañana, Alborada se dirigía hacia la casa de Magdalena para ver a los chicos y vio a una mujer que pasó hacia los ciruelos con un delantal puesto. Pensó que podía ser alguien que estaba de visita en la casa pero al llegar y encontrar sólo a los dos hijos varones de su amiga, y ellos confirmarle que no había nadie más en la casa, ella quedó pensativa.

Al pasar de los días regresó a la casa de su amiga a buscar unas frutas y cuando iba caminando por la acera frente al garaje de nuevo vio a la mujer pasar hacia los árboles frutales, se fue lentamente para ver si podía divisar algo más pero no, ya no pudo ver más nada, todo fue muy rápido. Entró pensativa y le contó al hijo mayor de su amiga, él le dijo:



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--- Vamos al huerto a ver, aunque para que alguien pase en esa dirección debe entrar a la casa y nosotros no hemos recibido a nadie aquí. Es muy extraño.

Revisaron por varias partes del huerto y no había nadie, ni siquiera pisadas en la tierra, pero al llegar a los ciruelos se llevaron una gran sorpresa. Debajo de los arbustos cargados de rojas frutas no sólo se encontraban huellas de unos zapatitos muy parecidos a los que usaba su mamá para estar en la casa, sino que también se encontraban varias montañitas de ciruelas amontonadas, algunas recientes como de unas pocas horas y otras como de días anteriores. Los muchachos se miraron entre sí sin encontrar una explicación para lo que estaban viendo. El mayor dice:

--- Pero cómo pasó esto si ninguno de nosotros ha venido hasta aquí en muchos días. No entiendo nada. La única que después de limpiar las hojas secas del huerto, amontonaba frutas debajo de los árboles, era mamá, para que nosotros las pudiéramos recoger más rápido.



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--- Sí, es tu mamá, estoy segura de eso, su cabello negro y el delantal me lo indicaron pero me costaba aceptarlo ---dijo Alborada con lágrimas en sus ojos--- siempre queriendo apoyarnos a todos de alguna manera, y amontonando las frutas siente que nos está ayudando. Ella es un ángel que siempre va a estar entre nosotros.

Después de ese momento, cada temporada de ciruelas aparecían las montañitas de frutos rojos debajo de los arbustos para que los niños disfrutaran de ellas. Con el pasar del tiempo los muchachos crecieron, se fueron a vivir a otras partes, y fueron olvidando ir al huerto de la casa de sus padres, y una temporada de vacaciones en la casa quisieron ir a recorrer el patio y debajo de los arbustos de ciruela encontraron varios montoncitos de frutas ya secos y arrugados por el tiempo, y desde aquel momento nadie volvió a ver al fantasma del huerto. Todos pensaron que había descansado en paz al ver a todos sus hijos crecer.

Autora: Ana C. Rivero Foucault - Venezuela (@annafenix)



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